jueves, 23 de mayo de 2019

EL RINCÓN DE INMA: LA BÚSQUEDA DE APROBACIÓN



Marco necesitaba la aprobación de los demás, eso le hacía sentir inseguro y dependiente, lo que en muchas ocasiones acababa siendo motivo de manipulación.

Un montón de creencias irracionales le movían a consultarlo todo, pedir permiso, querer quedar bien a toda costa y un sin fin de exigencias autoimpuestas que le zancadilleaban días sí y día también.

No podía confiar en sí mismo, tenía que confirmar todo con otra persona primero. El corte de pelo, el nuevo coche, el colegio de su hija, tal o cual corbata para esa reunión importante… todo pasaba por el filtro de terceras personas, se trataba como a alguien sin importancia, poniendo a otros por encima suyo.

Y como no podía ser de otra manera su vida transcurría entre la culpabilidad, la inmovilización, la ansiedad y la frustración.

A pesar de ser un prestigioso hombre de negocios, con una pareja estable y tener buena salud, su mundo emocional era  desastroso.

Si a estas alturas ya ha salido tu Pepito Grillo y ha dicho: ¡qué tonto! ¡que haga lo que quiera! ¿qué más da lo que digan los demás? ¡si la vida son dos días!

Es momento de revisar en base a qué tomas tus decisiones: ¿compras cariño? ¿celebras para aparentar? ¿ayudas porque si no van a pensar que eres mala persona? ¿renuncias a cosas por el qué dirán?

Son preguntas incómodas, duele darnos cuenta de que no somos tan ideales como a priori parece, pero sólo tomando conciencia podremos querernos, solucionar nuestras crisis y evolucionar.

Corrige tus pensamientos y cámbialos por otros más positivos y racionales, piensa que nunca podrás complacer a todos.
La recompensa para seguir comportándote así es que no te responsabilizas y si te equivocas puedes echar la culpa a los demás, pero te limitas  y no vives tu vida ni creces como la persona única, valiosa e independiente que estás llamado a ser. Serás exclavo de lo externo cuando la solución siempre está dentro de tí.

Dejas en manos de otros uno de tus derechos más importantes :tu libertad para elegir.

¿De verdad crees que estás aquí para que vivan tu vida por tí? ¿Te compensa?


Inma Reyero de Benito

lunes, 20 de mayo de 2019

COMO LA VIDA MISMA: DONES Y TALENTOS


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Siempre he estado convencida de que cada ser humano tiene una razón para existir y ha sido bendecido con algún don especial que poder aportar a los demás, pero muchas veces ese pensamiento genérico y abstracto no lo he aplicado a las personas y situaciones concretas que me he ido encontrando. Ahora que formo parte de una asociación llamada “Dones y Talentos” me he vuelto a plantear el tema, pero las reflexiones que voy a compartir con vosotros son de carácter general, no pensando específicamente en los miembros de esta u otra asociación o grupo humano. Estoy segura de que todos hemos observado y valorado muchas de estas cualidades en las personas de nuestro entorno, pero no quiero concretar más con un propósito: pienso que hay en el mundo mucho talento desaprovechado o inadvertido, y os animo a estar alerta para descubrirlo en vosotros mismos o en los que os rodean.

Hay quienes están dotados con el don de la inspiración. Se les ocurren ideas y ven la forma de concretarlas en planes y de motivar a las personas que podrían ayudarles a convertirlos en realidad. Muchas tentaciones persiguen a esas “musas” y “musos”, desde la de ignorar sus intuiciones por no sentirse dignos de ellas o capaces de llevarlas a cabo, hasta no reconocer sus limitaciones y la necesidad de delegar en otros, para que su proyecto deje de ser “personal” y vaya más allá de su creador. Imagino que es muy costoso renunciar al protagonismo y al control cuando se trata de un empeño que ha nacido de las entrañas de uno, para dejar actuar a otras personas, especialmente si nos llevan la contraria o tienen otra forma de ver las cosas, pero es necesario rodearse de líderes y darles responsabilidad para que un ideal trascienda y tenga futuro.

Otros brillan por su capacidad para organizar y dirigir. Son capaces de discernir los diferentes pasos que hay que seguir para alcanzar una meta, jerarquizarlos, priorizar, adelantarse a los posibles problemas, reconocer a las personas más apropiadas para encomendarles cada tarea, coordinar… Pero también ese don tiene sus peligros, por ejemplo, considerar a los demás como peones en un tablero de ajedrez mental y darles órdenes, en lugar de darse cuenta de que son seres humanos con inteligencia y voluntad propia, que necesitan motivación, explicaciones y que sus esfuerzos sean valorados para rendir al máximo de sus posibilidades. Es vital saber escuchar y ser flexible, porque la mejor forma de solucionar dificultades y trazar planes eficaces es contar con la experiencia e implicación de todo el equipo, sin que se nadie se sienta ninguneado, sobrepasado, desorientado o solo.

También existen los que destacan en alguna actividad concreta, ya sea por naturaleza o por haberla cultivado de forma profesional o aficionada a lo largo de su vida. Ahí entra el que es especialista en algún tema, el que sabe idiomas, al que se le dan los trabajos artísticos o manuales, quien está al día en informática y redes sociales, aquellos que tienen aptitudes para escribir, cantar, actuar, pintar, coser, cocinar, etc. El mayor riesgo de que esos valores se pierdan reside en que cada uno considere que esas habilidades no tienen valor o cabida en el proyecto, de ahí la necesidad de detectar esos talentos ocultos y de generar un ambiente de aprecio, para animar a esas personas a aplicar sus habilidades, tanto para su evolución personal como para el disfrute y aprovechamiento de aquellos con quienes las comparten.

Por último, pero no menos importantes, están los que han recibido el don de la ilusión, que sienten como suya una iniciativa y desean colaborar para que se desarrolle en la medida de sus posibilidades. Nunca prosperará un proyecto sin personas dispuestas a implicarse en las diversas actividades y a asumir ciertas tareas ordinarias, algunas tan poco vistosas como limpiar, ordenar, reponer lo que se gasta, llevar las cuentas, etc. Son ese tipo de cosas que parece que se hacen solas y sólo se notan cuando faltan. Quienes se ocupan de esos trabajos merecen respeto y agradecimiento, porque cuesta hacerlos y sería más cómodo para ellos emplear el tiempo en sus propios asuntos, pero sin su callada dedicación se perdería el ambiente de cuidados, armonía y acogimiento que nos hace sentirnos a gusto.

El otro día aprendí una palabra nueva: sinergia. Es el fenómeno según el cual cuando varios factores actúan en conjunto, el efecto es superior al que hubiera podido esperarse operando cada uno por su cuenta. Esto se resume en el aforismo “uno y uno hacen tres”. Por eso es tan positivo y gratificante poner nuestros talentos al servicio de una causa común, porque se multiplican sus frutos.

Confío en que leyendo este artículo alguno se dé cuenta de cuál puede ser su aportación a la sociedad y se decida a convertirla en una realidad viva, con la confianza de que aparecerán otros que se sientan movidos a desarrollar sus propios dones para ayudarle a avanzar y así ir generando entre todos una onda expansiva de progreso y solidaridad cada vez más extensa.

Ana Cristina López Viñuela


viernes, 17 de mayo de 2019

EL RINCÓN DE INMA: HABLANDO CON MI DOLOR



Dolor, tengo que hablarte y mis ojos se nublan, me duele  el pecho, me falta el aliento, quiero gritarte, zarandearte, ya aprendí, puedes marcharte.

Mi fiel compañero de viaje, en ninguna estación quieres bajarte, yo quería bailar y tú empeñado en pisarme.

Quise evitarte, hacer cómo que no estabas, no sentirme triste y no me dejaste. Bloqueaste mi alegría, mi optimismo, perdí el rumbo, mi cuerpo iba a los sitios pero mi mente quedaba contigo.

Cuánto dolor, siempre en desacuerdo, dos imanes con un solo polo, tú la tela de araña y yo una mosca atrapada, fatigada, extenuada.

Sin darme cuenta te perdí, perdí tus abrazos, tu complicidad, perdí tu risa y flaqueron mis fuerzas. Impotencia, frustración, ansiedad, rabia.

Un día decidí romper cadenas, pedir ayuda para los dos, aunque dicen que sólo puedo influir y que nadie cambia si no quiere.

Te quiero y te perdono, comprendo que no lo haces aposta que este dolor es necesario, que juntos creceremos si sabemos llevarlo.

Trato de aceptarte. A veces lo consigo, otras me vences, pero no me convences, insisto, nunca desisto, quiero que vuelvas, no hay marcha atrás.

Caminaremos de la mano, te contagiaré de felicidad y haremos camino al andar.

Inma Reyero de Benito
                     


martes, 14 de mayo de 2019

COMO LA VIDA MISMA: LA PÉRDIDA

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En las últimas semanas han fallecido varias personas cercanas y, cada vez que me encuentro con algo así, vuelven los recuerdos y las sensaciones del ayer, porque ¿quién puede presumir de no haber experimentado ninguna pérdida? Es inevitable. Y universal. Por eso, actuar como si el dolor no existiera o querer ahorrárselo a nuestros seres queridos me recuerda a cuando jugaba al escondite de niña con mis hermanas mayores y sus amigas, y creía que si me tapaba los ojos con las manos no me verían, aunque estuvieran enfrente. La pena nos encontrará, por más que nos empecinemos en huir de ella.

Ya desde la infancia descubrimos que no podemos satisfacer todos nuestros deseos, porque el dinero no alcanza, el tiempo es insuficiente o pedimos imposibles. Pero este es un buen enseño porque las frustraciones son inevitables y para afrontarlas, como para todo, hay que entrenarse. Algunos dicen, incluso, que el niño que nunca ha suspendido un examen o ha tenido algún pequeño fracaso se dirige hacia una debacle, porque no sabrá cómo hacer frente a ese tipo de situaciones cuando crezca y las circunstancias sean más penosas o determinantes.

Es lógico que los adultos queramos proteger a nuestros pequeñines, pero a veces es imposible, y además contraproducente. ¿Cómo evitar, por ejemplo, que sufran por la muerte de sus seres queridos? Pienso que lo primero es comprender que la pretensión de que no sientan dolor es absurda y darse cuenta de que lo más sano es permitirles manifestarlo exteriormente (para lo cual no está de más que no ocultemos nuestras propias lágrimas) y darles la oportunidad de hablar de ello para desahogarse. Pero si deseamos que asuman la situación, que integren los hechos dolorosos en su vida sin generar traumas, lo primero es que nos vean ocuparnos de nosotros mismos, porque Fray Ejemplo es el mejor predicador. Si ven que nos hundimos o, peor, que fingimos que no ha pasado nada, ellos adoptarán posturas parecidas, de no aceptación o de negación, con lo que la herida nunca cerrará del todo.

La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross señala cinco etapas en el duelo: negación (para intentar evitar o posponer el dolor), ira (búsqueda de culpables, resentimiento, enfado), negociación (fantasear con cambiar una situación irreversible o pensar estrategias que la hubieran evitado), depresión (tristeza profunda y sensación de vacío) y aceptación (cuando se aprende a convivir con el dolor y se recupera la capacidad para experimentar alegría y placer), pero no siempre se pasa por todas ellas, ni en ese orden. Y, como en el juego de la oca, a veces se saltan varias casillas hacia adelante o hacia atrás.
Lo único claro es la meta: llegar a asimilar la situación y que no nos incapacite para disfrutar de la vida, pero a veces este objetivo se ve muy lejano e inaccesible. Lo cierto es que si no nos ponemos en camino no llegaremos nunca y que, a veces, estamos más cerca de lo que parece. No hay que desesperar porque resurjan periódicamente sentimientos que creíamos superados, porque el itinerario del duelo es sinuoso, con muchas vueltas y revueltas. Solo hay que continuar hacia delante, porque la alternativa es dejarse morir en una cuneta emocional y eso no nos lo podemos permitir, ni por nosotros mismos ni por los nuestros. Si no puedes solo, apóyate en tu familia y amigos, o busca ayuda profesional. Aquí el orgullo de ser autosuficiente no es útil.

Confía. Repítete que esto pasará, que vas a poder con ello y que cuentas con el impulso de todos los que te aman, incluidos los que ya no están físicamente contigo. Tú empieza a andar, un paso detrás de otro, que lo demás te vendrá dado. Ten paciencia. Si otros lo han podido superar, tú también. No te rindas. Siempre habrá alguien ahí para sostenerte.

Si consigues trascender ese sufrimiento, tal vez descubras su propósito, porque la principal lección que tenemos que aprender los seres humanos es ir desprendiéndonos poco a poco de todo aquello de lo que inevitablemente nos tendremos que despedir algún día: relaciones, bienes materiales, seguridad emocional, salud, juventud… porque no tiene razón de ser el depositar nuestra esperanza en algo tan endeble y poco duradero. Esas pérdidas son un recordatorio de que nos conviene edificar nuestra vida sobre cimientos más sólidos y estables. Cuando se caiga la última hoja y se seque por completo la raíz de nuestro árbol, ¿qué sentido tendrá nuestra existencia? Busquémoslo mientras aún se yergue orgulloso nuestro tronco y pueden seguir brotando flores y frutos.

Ana Cristina López Viñuela

viernes, 10 de mayo de 2019

EL RINCÓN DE INMA: Metamorfosis




La emoción aún empaña sus ojos cuando recuerda aquel lejano día, se ve inmóvil, acurrucada en el suelo, abrazándose las rodillas con sus brazos temblorosos. La mirada perdida en un punto infinito esperando encontrar  respuestas… ¿Por qué a mí? ¿Qué hice mal? Se tortura hasta la extenuación, como si tanto dolor pudiera tener respuesta.

… Hubo más días, también lejanos en su frágil memoria, parece como si su mente la  quisiera proteger.
La vida siguió, pero su mundo se paró, dejaron de sucederse las estaciones, el crudo invierno se instaló en su piel. Se quebró su voz, ni una lágrima más se derramó.

Para él era suya, ella se sentía del aire…

Pasa el tiempo, las heridas sanan pero su alma está rota y muchos días al atardecer, mientras la vida sigue, ya sin brillo, vuelve a sentarse en su rincón, se abraza las rodillas y sueña que es una mariposa de alegres colores, volando, volviendo a ser, era luz,era libre, se mezclaba con las puestas de sol, era ola en el mar, jugueteaba con la brisa… cuentan, que una de esas tardes la ventana apareció abierta y no la volvieron a ver jamás…

… Mientras tanto la vida siguió…
                   
Inma Reyero de Benito

jueves, 9 de mayo de 2019

COMO LA VIDA MISMA: ÉRASE UNA VEZ… LA AGRESIVIDAD


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Cuando era pequeña estaba deseando que llegara el momento de ver el capítulo semanal de la serie de dibujos animados “Érase una vez… el hombre”, una de mis preferidas. Había un par de personajillos, uno alto, moreno y brutote, y otro canijo, astuto y pelirrojo, llamados Tiñoso y Nabot, que siempre estaban sembrando discordia en todas las sociedades y periodos históricos, desde el paleolítico a la era espacial. En cuanto salían en pantalla empezaban los problemas y estaban siempre detrás de todos los enfrentamientos, con sus intrigas, violencia y mezquindad, haciendo caer civilizaciones y destruyendo los logros culturales y artísticos alcanzados por los seres humanos.

¿No os habéis dado cuenta de la cantidad de veces que decimos que estamos “luchando” contra o para algo?

Decía el historiador romano Vegecio si vis pacem, para bellum, “si quieres la paz prepara la guerra”, dando por supuesto que todas las personas deseamos la mismas cosas (bienestar, dinero, placer, poder, prestigio social…) y, como no hay suficientes para todos, hay que combatir por ellas. A veces nos planteamos la vida como una resbaladiza cucaña, en la que se compite sin reglas, empujando, mordiendo, pisando la cabeza del que está abajo… con tal de hacerse con el jamón que está en lo alto. Todo vale para conseguir los objetivos. 
Es la conciencia de la escasez, de que no hay para todos, así que por mera  
supervivencia se tiene que arrebatar a otro lo que se necesita y, una vez obtenido, luchar para conservarlo, en medio de una permanente sensación de amenaza. Se diría que la agresividad es la mayor, o la única, garantía del éxito. La paz reside entonces en que, en ese momento, “los otros” sean más débiles que yo y los míos. El miedo y la impotencia ajenos consolidan mi seguridad.

Otra famosa frase, esta vez de Sun Tzu en El arte de la guerra: “la mejor defensa es un buen ataque”, incluso justifica que se adopte por principio una actitud desconfiada, engañosa o agresiva, aceptando la premisa de que todos los demás están deseando hacerme daño, aunque aún no lo hayan manifestado con hechos.

Las leyes y las reglas sociales no escritas que rigen la convivencia están fundadas en el temor, porque es el miedo al castigo, al rechazo o a la soledad lo que nos mueve a actuar “bien”, ya que en ese universo cruel “lo bueno” es lo que contribuya a nuestro placer o a ser admirado, envidiado y tenido en cuenta… y “lo malo” lo que nos separe del bienestar o la aceptación, no lo que salga del corazón. Por eso se valora tanto en nuestra sociedad el disimulo y la mentira, porque nos permite salirnos con la nuestra sin pagar el precio

Pero eso es un mal sueño, no la realidad. Para salir de esa espiral de pesadilla y recobrar la armonía, hay que recuperar la “presunción de inocencia”, la mirada limpia para examinar sin prejuicios lo que nos vamos encontrando, sin condicionar el presente por el pasado: esto cambiará necesariamente nuestra concepción de la vida y de nosotros mismos. Lo que antes nos decepcionó, causó dolor, infundió temor… no tiene por qué hacerlo de nuevo, pues sólo con cambiar nuestra actitud se modificará la reacción.

Y los demás no son nuestros contrincantes, porque hemos de ser conscientes de que lo que beneficia o perjudica a cualquier ser humano repercute en todos y cada uno de nosotros. Por eso, cuando nos creemos vencedores en una discusión, nos regodeamos por haber engañado a quien ha sido tan “tonto” como para confiar en nosotros o nos enorgullecemos de haber conseguido humillar, ofender o sojuzgar a otro, saliéndonos con “la nuestra”… lo único que hemos ganado es perder nuestra propia paz interior, porque el sufrimiento está en la raíz de esos comportamientos y siempre los acompaña. Como dice el refrán, “quien a hierro mata, a hierro muere”.

Por eso, si quieres sentirte rico y no vivir en un perpetuo estado carencial, siempre temeroso y desconfiado, en vez de aspirar a parecerte a Nabot o Tiñoso abre tu corazón a todos los seres humanos, empezando por ti mismo, porque el amor es un tesoro que nunca se agota y aumenta cuando se comparte, y en la concordia se encuentra la verdadera paz.

Ana Cristina López Viñuela

domingo, 5 de mayo de 2019

¿LOCURA O MILAGRO?

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Cuentan en los Villaverdes de Torío (Villaverde Arriba y Villaverde de Abajo) -los cuales comparten iglesia y parroquia- que se apareció la Virgen  (no se sabe muy bien cuándo ni a quién) en la pequeña  colina donde ahora está la ermita de San Mamés.

Es una colina que parece como si fuera un capricho del Creador, que, sacando a su Niño, que seguro que Él también lo lleva dentro, se dedicó a formar un montón de tierra para jugar.

Está en medio de una llanura surcada por el río Torío y bordeada por frondosos montes de robles y encinas. 

Desde lo alto de la colina se divisan las verdes y fértiles tierras de la ribera y el río serpentea entre los chopos. Y muy a lo lejos, agudizando bien la vista, se divisan los picos de la catedral.

Desde la cima, el aire es más puro y el Cielo está más cerca.

Se dice que la Virgen pidió que se construyera una ermita sobre esa colina. Y se dice que la gente del lugar no sabía como subir hasta allí los materiales necesarios.

Pero un amanecer surgió el milagro: La colina "creció " y aparecieron sobre ella todos los materiales necesarios para construirla.

Yo, siendo muy niño aún, le conté esta historia a la nueva maestra de la escuela del pueblo. Y le gustó tanto que organizó una excursión con todos los niños y niñas de diferentes edades de la escuela mixta de Villaverde de Abajo para ir a conocer la Ermita.

A mí, la maestra, a pesar de mi corta edad, me encargó ir a pedirle las llaves de la ermita al cura de Palacio de Torío que era el administrador de la misma.

Con una carta de la maestra para el cura y una bicicleta más grande que yo, emprendí el "largo viaje" (para mi edad) en solitario.

Por una carretera sin asfaltar y con más piedras que el cauce del río. 
El cura me recibió muy cortesmente y me entregó la enorme llave que bien podía utilizarse como arma de defensa personal.

La emoción  que me creó aquel logro personal, me dio tanta energía y bienestar que parecía que la gigantesca y pesada bicicleta pedaleaba sola.

Al día siguiente, en lugar de tener clases,nos desplazamos hasta la ermita con gran júbilo y alegría, convirtiendo en festivo un día cualquiera en mitad de la semana.

Entramos todos en la ermita con gran respeto y devoción, y de rodillas rezamos un Rosario por expreso deseo de la maestra.

A medio Rosario se desató una fuerte tormenta que parecía el fin del Mundo.
Truenos ensordecedores. Relámpagos que atravesaban las pequeñas ventanas con más rejas que cristales. Y una tromba de agua sobre el tejado de la ermita como si fuera el Diluvio Universal.
Yo sentí que se nos acababa la fiesta (y quien sabe si un rayo no acabaría con la vida de alguno de nosotros).

Pero al terminar el rosario, salimos de la ermita y hacía un día espléndido con un sol radiante.Y ni rastro de la tormenta ni del agua de la lluvia.
¿LOCURA O MILAGRO?

Nadie comentó lo sucedido,y yo a nadie le pregunté nada aquel día ni en los más de 50 años que han pasado.

Pero en mi mente sigue vivo el recuerdo de aquel "MISTERIO".

TEODORO ROBLES FLECHA

viernes, 3 de mayo de 2019

COMO LA VIDA MISMA: LOS MALDITOS "DEBERÍA"


El primer puesto en el ranking de lo que me ha producido más infelicidad a lo largo de los años lo ocupa, sin duda, el haber contemplado la realidad desde el punto de vista de la exigencia, de los “debería”, fuente inagotable de insatisfacción y culpa. Yo “debería” ser más eficaz, más comprensiva, más servicial… y “debería” haber actuado de tal o cual forma y obtener este o aquel resultado… y los demás “deberían” haber ayudado más o no hacerme daño o ser de otra manera… y el mundo, el país, la ciudad, la empresa, hasta Dios, “deberían” no ser tan injustos e incomprensibles.

Pero si examino el fondo de mi corazón veo que no quiero cambiar de familia, de pareja, de amigos, ni de trabajo. Lo que deseo es no sentirme insatisfecha y culpable por no ser “como debería”, no estar perpetuamente indignada porque las personas que me rodean “deberían” actuar de otra manera, ni impotente porque tenga la sensación de que el universo es injusto, arbitrario y conspira en mi contra.

Para no sentir culpa, ni ira, ni frustración sólo necesito comprender que esos sentimientos los produzco yo, no mis circunstancias. Porque si nada es como debería ser, tal vez sea porque no reconozco que todo es como tiene que ser.
Para empezar, yo. La mayor parte de mis “debería” responde a la imagen ideal que he creado de mí misma, que incluye mi aspecto, mi comportamiento, mis logros… pensando que si me acoplo a la perfección con ella seré “buena” y todos me querrán y admirarán, cuando lo más inteligente sería aceptarme como soy y, a partir de ahí, comenzar a pensar en mejoras. Si soy despistada, pero deseo felicitar por su cumpleaños a todos mis familiares, amigos y conocidos, tendré primero que asumir que he de encontrar un modo de ayudarme a recordar, por ejemplo señalar las fechas en el calendario. Por otra parte, si a pesar de todo mi empeño se me olvida alguno, no tengo por qué sentirme egoísta y culpable, cuando sólo he tenido un fallo, sin intención de dañar a nadie. Me puedo y debo perdonar no hacerlo todo “bien”. Tampoco pasará nada grave si felicito a esa persona al día siguiente, o un mes después, porque lo importante es que sienta que la tengo en cuenta. Y, contrariamente a lo que a veces pensamos, el castigarme no es una reparación, ni una compensación de mis errores. Enfadarme conmigo misma sólo sirve para hacerme sufrir (y, de paso, entristecer a los que me aman), no para modificar un comportamiento, ni para enmendar el pasado. Eso puedo conseguirlo mejor desde el perdón y la comprensión.

Para continuar, los demás. La mayor parte de las veces, cuando creemos estar hablando de otras personas, el discurso es sobre nosotros mismos: nos contemplamos como en un espejo. Muchos de mis enfados proceden de la frustración de haberme fallado a mí misma o de sentirme culpable por no haber actuado correctamente. Por ejemplo, si alguien me hace notar que hace mucho que no tengo noticias de algún ser querido, a veces reacciono echando la culpa a otro: que si él también tiene teléfono para llamar, que si al que me lo “reprocha” no le ha pasado nunca… cuando la indignación es, en realidad, remordimiento disfrazado.

Otra causa frecuente de berrinches es culpar a terceras personas de nuestra propia incapacidad para señalar límites. A veces no es que el de enfrente sea aprovechado o egoísta, sino que yo estoy dando un dinero, un tiempo, una dedicación… excesivos, no porque quiera hacerlo así en realidad, sino buscando aprobación o para reforzar mi autoestima, y luego me arrepiento y miro a mi alrededor para encontrar al responsable de mi agobio. Sobre todo si mi sacrificio pasa desapercibido y me quedo sin el reconocimiento que buscaba...

Por último, hay que aceptar lo que la vida nos trae e intentar sacar el mejor partido de las circunstancias, en lugar de amargarse pensando en una situación ideal, en la que yo sí podría ser feliz. Probablemente si se llegara a producir aquello que deseamos, tampoco estaríamos contentos. Es el cuento de la lechera: andar fantaseando con posibilidades que tal vez nunca se den y, mientras tanto, perder la oportunidad de disfrutar de lo que tengo a mi disposición.

Simplemente con apagar el modo “debería” y pulsar el interruptor “me gustaría” ya se cambia el filtro de color: no es lo mismo decir “tengo que ir a trabajar” que “deseo hacer un trabajo útil”, ni “debo llamar por teléfono a fulanito” que “me gustaría hablar con esa persona”, ni “las cosas deberían ser de otra manera” que “preferiría que esta circunstancia fuera diferente”. Basta con reemplazar la obligación por la preferencia y la exigencia por la aceptación, para que la insatisfacción se convierta en agrado y las contrariedades no nos quiten la paz.

Ana Cristina López Viñuela

miércoles, 1 de mayo de 2019

EL RINCÓN DE INMA: ANA ALONSO PÉREZ Y SU MUJER DE AGUA



Mujer de agua, fuerte, curtida en mil batallas, lee tu mente con una mirada, te hace sentir vulnerable, ella gira tu mundo y tú sólo bailas.

Mujer de agua, frágil, se desmorona con una caricia, su piel es terciopelo, tanta belleza no cabe en un lienzo.

Mujer de agua, tierna, cuando se refleja en tus pupilas su pulso se para, busca tu mano y su mar vuelve a la calma.

Mujer de agua, dulce a veces, salada, escurridiza como un recuerdo que pasa fugaz y tu mente no atrapa.

Mujer de agua, te inspira y el pincel ya no para, surge la magia, su embrujo te atrapa, la ola te envuelve y sin ella eres nada.

Ana, gracias por ser el hada que teje con colores los mundos de todas las mujeres de agua.

Inma Reyero de Benito

EL RINCÓN DE INMA: HACER COSAS CON AMOR



Sin moverte de la silla puedes ser un dragón que echa fuego por la boca, una rana que teme al agua, un culebro, un bandolero del este, la princesa rescatada.

Quien sabe, tal vez dentro de su cuerpo grandullón viva un dragón de muchos colores y si la nobleza se mide por la profundidad de los ojos la suya está en la escala más alta.

Crea un ambiente mágico,  engancha con su  alegría, con sus personajes sencillos, llenos de matices tan tiernos que te los quieres llevar todos a casa, llena el escenario.

Cambia  de registro con tanta facilidad que te atrapa su dinamismo, te provoca una carcajada, te transporta a la infancia, te hace reflexionar…

… ¡bienvenidos al mayor espectáculo del mundo!, con todos ustedes el gran Manu Ferrero. Ama tanto lo que hace que solo puede convertirlo en éxito.

Siempre recordaré ese momento en que fui feliz, un gran regalo de la vida. Gracias, gracias, gracias.


Inma Reyero de Benito