domingo, 22 de diciembre de 2019

EL RINCÓN DE INMA: FELIZ VIDA, FELIZ NAVIDAD



Cada año el 22 de diciembre el sorteo de la lotería marca el pistoletazo de salida de la Navidad, todos tenemos en mente que un golpe de suerte cambie nuestras vidas, pero la felicidad no está en Amazon ni en el Corte Inglés, aunque esté bien tener muchas comodidades e ir a la última, tengo en el armario ropa de varias manos, he rebajado la leche con agua porque no llegaba para el desayuno, he ido al banco a sacar mis últimos siete euros porque el cajero no te da una cantidad tan pequeña y el banquero ha levantado la cabeza con desprecio y he salido con la sensación de que le estaba robando, eso también es Navidad.

Eres Navidad cuando bailas como si nadie te estuviera mirando, cuando compartes lo que tienes, aunque no te sobre, cuando mandas un mensaje para ver cómo está esa persona que sabes está en horas bajas, cuando suena vuestra canción y sientes que el tiempo no ha pasado, Navidad es no dejar que nadie pise tu dignidad y no ir donde no eres bien recibido, Navidad es ilusión y magia.

Haces la Navidad cuando escuchas a esa persona que tiene la angustia dibujada en su cara, cuando sonríes y luego si eso ya buscas el motivo, cuando haces para tu familia su comida favorita, cuando te mimas y te regalas ese momento que tanto te pide el cuerpo.

Navidad es cuando recuerdas lo que nunca quisieras olvidar, cuando si no puedes multiplicar sumas pero nunca restas, cuando luchas por tus sueños y contagias a otros para que también lo intenten, cuando tienes un mal día y no te importa que se note, cuando te abrazan tan fuerte que se rompen los miedos.

Que la Navidad no sea un lujo, que  la Navidad sea para todos. Feliz vida. Feliz Navidad.

INMA REYERO DE BENITO

sábado, 21 de diciembre de 2019

TEODORO ROBLES: MI ESPEJO HUMANO



El “espejo” humano que me encontré hace dos días tirado en la calle, mojándose por arriba con la incesante lluvia, y, por debajo, con el reguero de agua que corría calle abajo. Aquel hombre desorientado, sangrando por la cara, con el móvil en la mano, manoseándolo, como si quisiera llamar a alguien, pero sin saber hacerlo, sin saber que lo tenía apagado y que se le estaba mojando peligrosamente.
Ese hombre, mal vestido y con el pantalón caído hasta la rodilla, no sabía ni quién era, ni donde vivía, ni como llegó allí, ni porqué se cayó al suelo en el bordillo de la acera sin poderse levantar.

Yo intenté levantarle pero no pude. Era muy pequeño y flaco, pero pesaba como el plomo. No pasaba nadie por la calle. En ese momento estaba diluviando. Llamé con mi móvil a emergencias (112) y rápidamente llegó una patrulla de la policía local y una ambulancia.

Entretanto se acercó una chica joven y a continuación un hombre joven y fuerte que me ayudó a levantarle del suelo y a apoyarle en la pared.
Ni nosotros, ni la policía, ni después los sanitarios, conseguimos que nos dijera algo coherente, ni quién, era ni dónde vivía.

Se lo llevaron en la ambulancia y no supe más de él. No sé si tiene dónde vivir, ni quien le pueda acoger en su casa. Pero ahora, al recordarlo me llegó un mensaje a mi mente de lo que podría significar para mí ese encuentro. No solo era un hombre malherido y desorientado que ni podía ni sabía donde ir, ERA UN ESPEJO QUE LA VIDA ME PUSO DELANTE PARA VERME A MÍ MISMO Y REFLEXIONAR.: ¿Quién se hace cargo de mí si me veo en esas circunstancias? ¿Quién me ofrecerá su casa cuando averigüen que vivo solo y no tengo quien me cuide?

Hoy doy gracias al Cielo por no ser yo el hombre que encontré en el suelo y le pido sabiduría para prevenirlo y valor para soportarlo.
Gracias por encontrar ese ESPEJO. Viviré cada día con ese recuerdo y penando en esa posibilidad. Tal vez eso me auyude a ser mejor persona y a vivir el momento, por si no hay mañana.

GRACIAS “ESPEJO”.

TEODORO ROBLES FLECHA

COMO LA VIDA MISMA: LA MAGIA DE LA NAVIDAD



Hay personas que aman las reuniones navideñas, los adornos, las luces, los abrazos, los buenos deseos, los regalos… y otras que los aborrecen, porque les parecen falsos o superficiales, o les traen recuerdos amargos.
Pasa algo parecido a lo que ocurre con el Día del Padre o la Madre, el de San Valentin, el de Todos los Santos, o tantos otros, en que la sociedad parece “obligarnos” a realizar ciertos rituales para no quedar como malos hijos, progenitores o parejas.

Nos quejamos de que resulta forzado dedicar unas fechas concretas a las personas queridas cuando tenemos todo el año para demostrarles nuestro cariño y de que parece una estrategia de ventas, que aprovecha el qué dirán y  la mala conciencia para hacernos gastar el dinero. Pero siendo honestos, ¿nos acordamos con frecuencia de nuestros familiares y amigos que ya no están con nosotros, o sólo el día que toca ir al cementerio y llevar flores? ¿Tenemos detalles o nos reunimos con los nuestros si no hay un cumpleaños o una festividad de por medio? ¿Nos acordamos de salir con la pareja, de arreglarnos, de obsequiarle con frecuencia o sólo en las ocasiones?

Pues lo mismo sucede con la Navidad. Tal vez haya mucha sabiduría detrás de que, de forma colectiva, se ponga el foco durante unas semanas al año en prestar atención a lo bello que hay en la vida y lo bueno que habita en cada persona que nos rodea. No es una tontería que compartamos lo que tenemos, que nos reencontremos con nuestro niño interior, que busquemos la compañía de quienes nos aman… y “oficializar” la manera de hacerlo no hay que tomárselo necesariamente como una imposición, porque también es una oportunidad.

Si nos quejamos (seguramente con razón) de la hipocresía de algunos, que fingen lo que no sienten para sacar provecho o para no dar la nota, procuremos al menos no caer nosotros en lo mismo, para que los deseos de paz y concordia que manifestemos sean auténticos.

Que los mensajes de “volver a casa por Navidad”, “al mundo entero quiero dar un mensaje de paz”, “el mayor premio es compartirlo”, “el arte de brindar”… no se queden en campañas publicitarias, porque el amor y la celebración de la vida no son necesidades humanas que se colmen comprando regalos caros, comiendo turrón y bebiendo cava. Pero esos anhelos se tienen que materializar en actos que se realizan de una forma determinada, un día, a una hora, con unas personas… y la Navidad es una oportunidad excelente de darles forma y presencia en nuestras vidas, aunque sea de manera imperfecta y limitada.

Así que creo que no es tan baladí, ni tan estúpido ponerse un gorro de Papá Noel, colocar unas bolas y unas luces en un árbol de plástico, reunirse en torno a la misma mesa, abrazarse y besarse, intercambiar regalos o atragantarse deglutiendo doce uvas al ritmo de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, porque la parafernalia navideña no deja de ser un cauce para todo lo que representa la Navidad. Yo, al menos, tengo la intención de hacer eso y más, porque quiero vivir estas fiestas con la ilusión de cuando era niña y con mi corazón abierto a los demás, para que sientan cuán feliz soy de que estén a mi lado.

Ana Cristina López Viñuela

miércoles, 11 de diciembre de 2019

EL RINCÓN DE INMA: MARINA



Ese domingo, en un intento desesperado por salir de la rutina, se puso la sudadera que Marina le había regalado, si cerraba los ojos aún podía oler su perfume y sentir que todavía estaba allí, podía verla con ella puesta, le encantaba robársela los días fríos de invierno cuando se tapaban con una manta y compartían tardes de pelis y confidencias en el sofá.

Su vaquero desgastado favorito que hacía meses se ajustaba perfectamente a su cuerpo le sobraba, le gritaba que se estaba convirtiendo en una sombra de lo que fue, tras días sin comer y noches de insomnio.

Se ató los cordones de las zapatillas con determinación, esquivó el espejo de la entrada que últimamente le devolvía la imagen de un auténtico desconocido y salió a la calle.

Hacía viento, las hojas se arremolinaban en la acera, iba sin rumbo, la ciudad estaba tranquila, sus pensamientos se iban calmando mientras avanzaba hacia ninguna parte, se colocó los auriculares, sonaba una canción en la radio, era su canción, la de su primer beso, la de las cenas con velas, quizá tanto dolor era el precio por haberla amado intensamente.

Se distraía viendo como las nubes iban deprisa, hacían una forma y desaparecían, luego otra, algunas parecían reírse de su poca capacidad de adaptarse, todo parecía ser pasajero menos su melancolía.

De pronto la vio, a lo lejos, su inconfundible melena, ese vestido vaporoso que tan bien le sentaba, caminaba segura de sí misma, su corazón se aceleró, a la vez que sus pasos… le quedaban tantas cosas por decirle… nadie debería irse sin avisar, dejando un simple post-it en la nevera, pensaba.

La tenía muy cerca, olía su perfume… al girar la esquina alargaría su brazo y la detendría, de pronto, bruscamente… sonó el despertador.

INMA REYERO DE BENITO

viernes, 6 de diciembre de 2019

COMO LA VIDA MISMA: LA HISTORIA SE REPITE



Sentía cierta resistencia a ver la última película de Alejandro Amenábar, “Mientras dure la guerra”, porque hay aspectos de nuestra historia reciente a los que aún me muestro sensible y porque iba a ir acompañada por mi madre, que vivió algunos de esos hechos dolorosos. Pero el otro día nos decidimos a ir al cine y salimos contentas las dos. Por una parte, porque la ciudad de Salamanca, de donde ambas guardamos gratos recuerdos de juventud, desempeñaba un papel protagonista; y por otra, porque no era un filme de “buenos” y “malos”, sino de seres humanos expuestos a una situación dura y compleja, abocados a elegir entre un extremismo u otro, sabiendo que cualquier opción les acabaría consumiendo a ellos y a lo que les era más querido. Como decía Antonio Machado, “una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, si no te acababan decepcionando ambas.

Karra Elejalde ha recreado un Unamuno contradictorio, con sentimientos y convicciones contrapuestos. Pienso que los héroes, muchas veces, no son más que personas hartas. Más que sus miedos o sus debilidades acaba pesando en ellos la incapacidad de tolerar por más tiempo las injusticias y el sufrimiento, propio y ajeno.

Y los villanos absolutos tampoco existen, simplemente son seres humanos que elevan su ideología a la categoría de credo, y ven justificada cualquier barbaridad contra los que sienten como enemigos de su país, de su raza o de su clase social, y por extensión de sí mismos, eliminando cualquier posibilidad de empatía. 

O individuos que sienten miedo y ceden a las presiones. Es muy fácil juzgar la cobardía de los demás desde la seguridad de nuestro sofá, pero a saber qué haríamos nosotros si nuestra vida o la de nuestra familia corrieran peligro.

Se atribuye a Napoleón la frase “quienes no conocen la historia están condenados a repetirla”, por lo que me parece muy oportuno reflexionar sobre las consecuencias que tuvo para nuestros antepasados la polarización ideológica previa a la guerra civil española. Es increíble, por lo simplista, echar la culpa a una sola persona o a un único bando. Hubo víctimas y verdugos por ambos lados, y tan crueles fueron las represalias fascistas como las purgas que protagonizaron comunistas, socialistas y anarquistas, o la persecución religiosa. Las actitudes victimistas, por parte de algunos grupos, buscan culpables fuera para no hacerse cargo de sus responsabilidades.

Todavía hay muchos cadáveres en las cunetas y, aunque la transición fue un acuerdo que nos permitió integrarnos en un proyecto común, ya se ve que las heridas no sanaron completamente, pues ahora, casi un siglo después, resucitan los fantasmas del pasado.

Las generaciones que no conocimos el sufrimiento de la guerra civil parecemos muy predispuestas a volver a crear las condiciones que nos condujeron a ella, prefiriendo imponer nuestro criterio a ponernos en el lugar del otro. Si se pierde la capacidad de ver a la persona real que tenemos enfrente, para deshumanizarla y convertirla en un prototipo (el facha, el nacionalista, el rojo, etc.), peligroso y del que hay que “defenderse”, veremos justificadas la violencia y la humillación. ¿Cómo puedo negociar con la “personificación del mal” sin traicionar a los míos? ¿Para qué buscar soluciones acordadas para los problemas si puedo hacer lo que me parezca sin contar con nadie?

Pero al final todos somos personas, ni buenas ni malas, condicionadas por el lugar en que nacimos, la educación, la posición que ocupamos en la sociedad, la familia, las vivencias del pasado… Demonizar al diferente sólo puede conducir a perder lo mejor de nosotros mismos. Creo que ninguna idea merece que se muera o se mate por ella, ni bajo ninguna bandera se pueden acoger la tortura, la manipulación o la mentira, en aras del “progreso”, la “identidad cultural” o la “paz social”, ni ningún otro concepto abstracto. Como dijo Unamuno, “venceréis, pero no convenceréis”, porque en último término, enfrentados a nuestra conciencia, todos sabemos que el fin nunca justifica los medios.

Ana Cristina López Viñuela