martes, 28 de enero de 2020

COMO LA VIDA MISMA: HAZ ALGO POR TU VIDA



Una de mis lectoras habituales me hizo partícipe de una discusión con un amigo suyo acerca de si se podía ser feliz sin amor y sintiéndose solo, incluso estando casado y con hijos. Su amigo le decía que la felicidad es unipersonal e intransferible, que todo lo que necesitamos está en nuestra mente y que una persona incapaz de quererse a sí misma, también lo es de querer (o ser querido) por otras… Y ella no estaba muy de acuerdo.

Le dije que lo pensaría. Y eso estoy haciendo: reflexionar en voz alta. No tengo la solución infalible y creo que la respuesta a nuestras preguntas la debe encontrar uno mismo, porque desafortunadamente no son cromos intercambiables y lo que vale para uno no sirve para todos.

Pienso que la extendida idea de que somos medias naranjas a la búsqueda de su otra mitad constituye un completo error. Siempre deberíamos sentirnos “enteros”, porque los demás no pueden “completarnos”, solo “complementarnos”.  Quien se tiene que conocer y aceptar como es, quien ha de saber qué espera de la vida y qué desea hacer con su tiempo es uno mismo. Lo que viene de fuera puede orientarme o animarme, pero si no es acorde con mis necesidades interiores no me ayuda. Querer complacer a alguien a costa de darme la espalda a mí misma me producirá una insatisfacción que acabaré volcando en el otro, al que consideraré culpable de lo que es únicamente responsabilidad mía, por haberle convertido en mi razón de existir y puesto en sus manos la dirección de mi vida.

La experiencia me ha demostrado que no existen los “príncipes azules”, ni las “mujeres de tus sueños”. La idealización de la pareja sólo conduce a la decepción y a responsabilizarle del fracaso de mis ilusiones. Culpabilizar al otro por no responder a mis expectativas no es justo, ni realista. Y mi autoestima y estabilidad emocional no se pueden supeditar a las decisiones o la forma de actuar de otra persona, porque el poder sobre mis pensamientos y emociones lo debería tener yo y nadie más. Que me sienta desgraciada en una situación que entiendo como desfavorable u hostil no significa que mis circunstancias tengan la capacidad de “hacerme” infeliz, pues hay muchas formas de afrontar el mismo problema.

Tampoco debería ser dura conmigo misma por verme sobrepasada por una situación, por no saber cómo afrontar un problema, o incluso por padecer un trastorno o enfermedad que me incapacite temporalmente para seguir adelante sola pues, aunque el peso de la tarea del autoconocimiento y el impulso del cambio siempre recaen sobre cada uno, nada nos impide pedir ayuda, ni superar un momento difícil tiene por qué lograrse en tiempo record.

Es que me siento sola… Es lícito sentirlo, ¿pero es verdad? Lo cierto es que siempre hay gente a nuestro alrededor que estaría encantada con nuestra compañía. Pero queremos escoger con quiénes estamos, de acuerdo con lo que creemos que nos van a aportar. Tal vez todo sería diferente si en lugar de intentar estar rodeados de quienes “nos interesa”, procuráramos interesarnos en los que nos rodean. Si acallamos nuestros prejuicios e ideas preconcebidas, no hay ninguna persona que no sea digna de admiración y de amor.  Sin duda nos haría sentir mucho más felices centrar amorosamente nuestra mirada en quienes están a nuestro lado y aceptarlos tal como son, en lugar de pretender que los demás se adapten a nuestros deseos o de tener ojos solo para los ausentes.

Nadie puede negar que estar enamorado es maravilloso, porque nos refuerza la autoestima, nos llena de confianza y nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos. Pero hay muchos tipos de amor, y la relación con un familiar, un amigo, un grupo en el que nos sentimos integrados, una mascota… o la pasión que nos pueden despertar el conocimiento, la naturaleza, la belleza, etc. pueden generar los mismos efectos, sin necesidad de una pareja. No apostemos a una sola carta.

Si nos sentimos aislados podemos comenzar por buscar personas con las que podamos compartir una inquietud o una afición, o que necesitan nuestra ayuda. En lugar de apoltronarnos frente al televisor, compadecernos de nosotros mismos y gruñir a quien se acerque, es mucho más gratificante quedar para hacer deporte, ir al cine o simplemente conversar con nuestros seres queridos, apuntarse a una clase, integrarse en una asociación, comprometerse en un voluntariado… Y quizás, una vez nos sintamos a gusto en nuestra piel, sin volcar la responsabilidad de nuestra insatisfacción interior en otras personas, seamos capaces de retomar con más ganas una relación que hasta ese momento no iba bien, o emprender otra más sana, sin repetir los mismos errores.
No te puedo decir exactamente qué o cómo, pero si no te sientes a gusto con tu vida haz algo por cambiarla, porque, no te engañes, tu felicidad depende en última instancia de ti.

Ana Cristina López Viñuela

viernes, 24 de enero de 2020

EL RINCÓN DE INMA: SUTIL REFLEJO




Vulnerable como un pajarillo posado en la rama de un árbol en diciembre, vencida como un náufrago al que se le escapa su última tabla de salvación, la mirada fija en el suelo, pareciera que buscara un lejano tesoro perdido, algo que le devolviera la esperanza, errante, sin presente y mucho menos futuro, todo era frágil en su mundo…

Decidió reconstruirse lágrima a lágrima, paso a paso, sentada en el suelo plegada sobre sí misma se abrazó muy fuerte, esperando una metamorfosis, se empezó a valorar, a ser su primera opción, empezó a repetirse que podía, que era fácil y que lo iba a conseguir, decidió hacer cosas porque sí, volvieron las risas que fueron ahuyentando los miedos.

Y se metió en otras pieles, vivió otras vidas, escuchó canciones que la inspiraron a seguir dando forma a sus sueños, acabó por creer en el Universo, en los hilos rojos que nos conectan...y un buen día cuando ya no necesitaba nada ...se vio reflejada sutílmente en aquellas pupilas y supo que todo tenía por fin sentido.

INMA REYERO DE BENITO

jueves, 16 de enero de 2020

EL RINCÓN DE INMA: NADA




Muchas veces mientras escribía historias, os creía cerca, unidos por un mismo sentimiento, una pérdida, un temor, un anhelo.

Me senté en bancos, detuve mis pasos cuando una idea vino a asaltarme, llegué a despertarme a media noche, cuando las musas quieren hablarte no puedes despistarte...
y de pronto la nada, la vida se me quedó en blanco, delante de un folio, en silencio, con ruido, nada, caminando, durmiendo, viendo vídeos, nada, ni una idea.

¿De qué puedo hablar?, del miedo, del amor, de la aceptación, de la frustración, nada me seducía, palabras, sólo palabras, no sentía nada, como mucho un gran vacío, caída libre.

Porque hay días que la nada te llena, que el vaso está medio vacío, y la mente demasiado llena, llena de pena.

Y llegué a obsesionarme, piensa, piensa, tienes que contar algo, sal, busca ideas, mira a los ojos de las personas que te cruzas quizás te inspiren, pero nada, era desalentador.

 Un día pensé ¿qué pasa si no escribes?... nada… y cuando me  senté abandonada en los brazos de la nada esta empezó a hablarme y me contó las más bellas historias porque sólo cuando no esperas nada todo te sorprende.

INMA REYERO DE BENITO

miércoles, 15 de enero de 2020

COMO LA VIDA MISMA: MEA CULPA



Pienso que deberíamos desterrar de nuestro lenguaje todas las frases que comienzan por ¿No te da vergüenza…?, ya se apliquen a no haber hecho los deberes, pegar a la hermanita o comerse los mocos, porque estamos alimentando el más estéril y dañino de los sentimientos: la culpa.

Tengo grabado a sangre y fuego en mi cabeza que los errores, los defectos y las “maldades” se han de castigar y que, si no hay ningún otro juez ni verdugo disponibles, siempre está uno mismo para aplicar la corrección, cuanto más dura mejor, para que deje huella y no se olvide fácilmente. “Expiar” la culpa parece implicar que he de sentir dolor para “remediar” algo que he hecho mal.

Pero bien mirado, parece que decirme a mí misma que soy mala persona, infame o fracasada no repara mis comportamientos incorrectos o que no han dado los frutos esperados o esperables. El sentimiento de culpa, los remordimientos, el menosprecio propio no sólo nos hacen sufrir, sino que aparentemente solo sirven para paralizarnos e impedirnos avanzar.

Y si se trata de otros, especialmente de personas a cargo de uno, os aseguro por experiencia que la humillación, aunque no sea tan penosa como la “marcha de la vergüenza” de Cersei Lannister en Juego de Tronos, no sólo es cruel, sino innecesaria y contraproducente. Para nada sirve ir delante del reo agitando la campana y gritando “avergüénzate”. No se trata de hacer sentir pequeñito y débil al que se ha equivocado, porque precisamente ese sentimiento le va a incapacitar para corregirse. ¿De dónde va a sacar las fuerzas para emprender un nuevo camino si se considera a sí mismo perverso o despreciable?

Corregir es hacer ver la razón por la que una forma de proceder no es deseable y animar a modificar la conducta. ¿Porque era eso lo que buscábamos, no? ¿O lo de menos es que haya un cambio en la persona o una mejora en los resultados? Porque igual resulta que lo único que queríamos era sentirnos menos mediocres acogotando a alguien indefenso o vengarnos de aquel cuyos actos han tenido efectos desagradables en nuestras vidas.

Pero yendo al grano: pongamos que he cometido un grave error de consecuencias funestas, por ejemplo, ser causante de un accidente de tráfico por una distracción al volante, ¿y ahora qué hago?

“Arrepentirme”, en el sentido en que se suele usar esa palabra, yo diría que no, porque no se puede volver atrás para empezar de nuevo. Uno actuó en su momento lo mejor que supo y pudo en sus circunstancias; ahora hay que apechugar con la situación actual, en lugar de darle vueltas a lo que hubiera podido hacer y no hice. Lo que sí procede es un cambio de pensamiento y de actitud de ahora en adelante.

“Avergonzarme” tampoco parece razonable, porque me resta fuerzas y autoestima para enfrentarme a la realidad del problema que se ha creado. Mientras esté escondida en una esquina, ruborizada y temblorosa, no estaré haciendo algo de provecho. Para enmendar mi equivocación necesito saberme digna y capaz, de lo contrario no podré hacerlo.

“Sentirme culpable” o “tener remordimientos” aún se me figura más improductivo, porque cuando me refocilo chapoteando en el barro de la autocompasión estoy reclamando para mí el protagonismo de la película, mientras quedan en segundo plano los que han sufrido las consecuencias negativas de mi comportamiento.

Así que lo único inteligente y provechoso que se me ocurre que pueda hacer cuando me doy cuenta o me hacen saber que me he equivocado será hacerme consciente del error, esforzarme por rectificar la situación, intentar resarcir a los que se han visto perjudicados por mi falta y procurar aprender para no volver a tropezar con la misma piedra en el futuro. Y para lograr todo esto pienso que lo mejor es mantener la calma, buscar soluciones en lugar de culpables y ser comprensiva conmigo misma y con los demás. Ya está, así de simple en el papel ¡y tan complicado de llevar a la práctica!

Puesto que es inviable hacer todo bien siempre, por una simple cuestión práctica tendremos que desarrollar cierta tolerancia al error y aprender a perdonar los fallos, centrados en lo más importante, que es la voluntad de actuar de la mejor forma posible. ¿Para qué sufrir tanto con sentimientos que no sirven para nada? Dejemos de darnos golpes en el pecho y entonar el mea culpa, y busquemos la manera de vivir en el presente, en la paz, en el amor, sin sentirnos culpables por no sentirnos culpables.

Ana Cristina López Viñuela

sábado, 11 de enero de 2020

¿SON LOS TRASTORNOS PSICOLÓGICOS ENFERMEDADES COMO OTRA CUALQUIERA?


Artículo tomado del Consejo General de Psicología en España, INFOCOP EL 22/04/2008
¿SON LOS TRASTORNOS PSICOLÓGICOS ENFERMEDADES COMO OTRA CUALQUIERA?
Tal y como anunciábamos ayer, Infocop abordará, en dos artículos y una entrevista, diferentes problemáticas y matices de la intervención en salud mental, que pasarán por preguntarse sobre la ausencia de profesionales de la Psicología en el SNS y su falta de reconocimiento por parte de las autoridades.
En el artículo que hoy publicamos, Marino Pérez, Catedrático de Psicopatología de la Universidad de Oviedo y coautor del polémico libro La invención de los trastornos mentales. ¿Escuchando al fármaco o al paciente?, problematiza sobre el concepto de enfermedad mental en el que se basan buena parte de los profesionales de la salud, así como de sus implicaciones en la atención sanitaria que se ofrece.
Marino Pérez Álvarez
Universidad de Oviedo
Aunque el DSM-IV y CIE-10 no utilizan el término enfermedad sino el de trastorno, traducción de disorder, en los contextos clínicos y, en particular, en Atención Primaria y en Salud Mental, se da a entender, si es que no se da por hecho, que los problemas psicológicos (psiquiátricos o mentales, que en esto no hay caso ahora) son "enfermedades como otra cualquiera".
Modelo de enfermedad mental al uso en contextos sanitarios
El modelo de enfermedad al uso en contextos sanitarios es tan simple como falaz. Consiste básicamente en definir el problema presentado por un listado de síntomas y suponer que deriva de un desequilibrio neuroquímico (González Pardo y Pérez Álvarez, 2007: 32-37).
La definición del problema por un listado de síntomas viene facilitada por los sistemas de clasificación establecidos: DSM o CIE. Dejando aparte muchas otras cuestiones relativas a estos sistemas, el punto ahora es que el problema consultado queda reducido a unos cuantos síntomas. Con tal de reunir 5-6 de una serie de 10 ó 12, uno ya sería acreedor de un diagnóstico formal (depresión, ansiedad, trastorno de pánico, fobia social, etcétera). De esta manera, el problema del paciente no sólo queda reducido a una lista de síntomas (un síndrome), por lo común, aquéllos que son sensibles a la medicación, sino recortado de su vida, de su contexto biográfico y circunstancias personales.
El problema resulta, pues, descontextualizado de su sentido psicológico. En general, la entrevista diagnóstica para el médico de Atención Primaria, y en su caso el psiquiatra, viene a ser un puzzle en el que el paciente tiene las piezas y el clínico trata de encajarlas en un cuadro, escogiendo unas y dejando fuera otras. Una vez resuelto dicho puzzle (diagnóstico), lo siguiente es la prescripción del psicofármaco de turno. En adelante, lo que hace el clínico es preguntar por los síntomas cara a mantener, subir o bajar la dosis o cambiar de preparado, un procedimiento conocido como "escuchar al fármaco" ("escuchando al Prozac"), no precisamente a la persona. Ciertamente, no habría por qué perder mucho tiempo escuchando a la persona si, como se supone, su trastorno deriva de un desequilibrio neuroquímico.
Por su parte, el desequilibrio neuroquímico es más algo supuesto por el modelo psicofarmacológico que evidenciado por la investigación psicopatológica. Sin menoscabo de la existencia de desequilibrios químicos en la base de ciertas enfermedades (sea por caso el de la glucosa en relación con la diabetes), lo cierto es que no está establecido ningún desequilibrio neuroquímico específico en relación con ningún trastorno mental. De hecho, tales supuestos desequilibrios, incluyendo el tan socorrido de la serotonina en relación con la depresión son, en realidad, más dispositivos del marketing farmacéutico que hallazgos científicos.
Así pues, el modelo de enfermedad al uso en relación con los trastornos psicológicos está sustentado por dos patas falsas: la falsificación del problema, al reducirlo a unos cuantos síntomas desprovistos de sentido personal y la falacia del desequilibrio neuroquímico como supuesta causa a remediar.
¿Es mejor estar ‘enfermo’ que tener un problema psicológico?
Incluso sin fundamento científico ni clínico, la noción de enfermedad aplicada a los trastornos psicológicos podría ser defendida en aras de la reducción del estigma, como así viene ocurriendo en los últimos años. En efecto, profesionales de salud mental, sin duda bien intencionados, abogan por enseñar a la gente que los problemas mentales son enfermedades como otra cualquiera. Se supone que la compasión y benevolencia dispensada a los enfermos de condiciones fisiológicas serían extensibles y beneficiosas para aquéllos con trastornos mentales. Más en particular, el objetivo es que así los pacientes serían vistos como víctimas de enfermedades más allá de su control y, consecuentemente, no serían culpables de su problema. El culpable sería el cerebro y una suerte de lotería genética negativa.
El caso es que la noción de enfermedad, lejos de evitar el estigma es, en realidad, estigmatizante. Así, se ha visto que las personas con supuestas enfermedades mentales son tratadas con distancia y consideradas como imprevisibles y poco fiables, incluso por los familiares y los propios clínicos (Read, Haslam, Sayce y Davies, 2006; Van Dorn, Swanson, Elbogen y Swartz, 2005). Así mismo, a los pacientes a los que se les da a entender que el trastorno tiene causas biológicas, consideran que el tratamiento requerido llevará más tiempo, son más pesimistas acerca de la mejoría y adoptan un papel más pasivo ante los clínicos y su propio problema que si se les da a entender que tiene causas psicológicas (Lam y Salkovskis, 2007).
Es más, las personas con problemas caracterizados en términos de enfermedad son tratadas con más dureza que si lo hacen en términos psicológicos, como se ha visto en estudios experimentales, siguiendo el paradigma de Milgran. Los participantes llegaban a aplicar supuestamente shocks más fuertes en una tarea de aprendizaje a los "aprendices" que, según se había sugerido, habrían padecido una "enfermedad mental", que a los que habían tenido "dificultades psicológicas" o nada en especial (Metha y Farina, 1997). Esto apunta a que la "condición biológica" genera el estigma de ser diferente, dando lugar a la conocida forma de deshumanización mecanicista, en la que los seres humanos son vistos como autómatas, inertes, rígidos y carentes de autonomía (Haslam, 2006). Es bien posible que todo esto tenga que ver con la usual estrategia de "escuchar al fármaco" más que a la persona propiamente. Por supuesto que se habla con la persona, pero es más por cortesía y buena educación que para analizar y entender su problema y, en definitiva, tomarlo como un asunto personal.
En consecuencia, la política de que los trastornos psicológicos son como cualquier otra enfermedad no sólo no ha evitado el estigma sino que lo ha aumentado en varias dimensiones más. Por el contrario, la presentación de los problemas psicológicos como lo que son (problemas, dificultades, crisis) no es estigmatizante y es a la vez política y científicamente correcta.
Pero, ¿es que no son útiles los psicofármacos?
Con todo, no se negaría la utilidad de los psicofármacos. Ahora bien, se deberían utilizar como lo que son: sintomáticos, en esto como los antigripales; y protésicos, cual ayudas artificiales y provisionales. Artificiales porque la solución bioquímica no es homogénea con la naturaleza psico-social del problema y provisionales porque deberían aplicarse por un tiempo limitado del orden, por ejemplo, de 3-6 meses y no de los años y años que suelen, lo que evidencia su ineficacia (como si la escayola para un brazo tuviera que llevarse durante ocho o más años). Se da la paradoja de que se prescribe la medicación por un tiempo breve y después se mantiene para evitar el efecto de retirada, una vez que el paciente se ha "habituado" en varios sentidos.
Respecto a la posible combinación de psicofármacos y terapia psicológica, por razonable que parezca, la verdad es que sus resultados no compensan sus costes. En general, la combinación no es mejor que lo que cada una de las terapias ofrece por sí misma y aún podría ser contraproducente en algunos problemas cuando, por ejemplo, la terapia psicológica consiste en afrontar ciertas experiencias que la medicación apacigua (pensando en psicoterapias de exposición, experienciación o aceptación). Por otro lado, si alguien está tomando medicación difícilmente va a tomar en serio la psicoterapia. Curiosamente, la mayor defensa de la combinación viene, por lo general, de las guías sustentadas por la industria farmacéutica. Pareciera que con tal de dar medicación, por qué no también psicoterapia (un poco de charla a la par de la pastilla, pero ésta que no falte). (Véase González Pardo y Pérez Álvarez, 2007, cap. 15).
Puestos a hablar de combinación, la recomendación más adecuada sería empezar con terapia psicológica y contemplar la medicación después de, al menos, diez sesiones de aquélla si se viera todavía conveniente. La terapia psicológica lleva su tiempo, pero en la escala de una medicación de años o de por vida, unas diez sesiones es sin duda una terapia breve y, considerando todo lo que hay que considerar, más económica que la medicación, como ha mostrado el informe sobre la depresión de la London School of Economics (LSE, 2006).
Los trastornos psicológicos no son enfermedades
La cuestión de fondo es que los trastornos psicológicos (psiquiátricos o mentales) no son enfermedades como otra cualquiera, como la diabetes o la artritis según se comparan a menudo. Los trastornos psicológicos no son tipos o entidades naturales como pueden serlo las enfermedades propiamente, sino tipos prácticos o entidades interactivas, susceptibles de ser influenciadas por el conocimiento, interpretaciones y explicaciones que se den de ellas (o de las experiencias y conductas de las que derivan tales entidades) en el contexto clínico de la "entrevista psiquiátrica" y en el extra-clínico de la cultura popular y la "sensibilización de la población" (Hacking, 2001; González Pardo y Pérez Álvarez, 2007). La interpretación y explicación que demos de nuestra diabetes no altera el metabolismo de la glucosa, pero la interpretación y explicación cultural y clínica de la depresión y la ansiedad influye en su realidad, convirtiéndola, por ejemplo, en una enfermedad vivida como otra cualquiera (pero no porque lo sea realmente) o en un problema de la vida del que la propia persona sería un agente activo en su solución, y no necesariamente el paciente pasivo de un presunto desequilibrio neuroquímico.
Las terapias psicológicas tienen su base precisamente en esta condición práctico-reconstructiva e interactiva del problema presentado. De hecho, consisten en ayudar a la gente no sólo a entender su problema, sino también a desarrollar poder y habilidades en relación con las experiencias y situaciones que de otra manera, dada la cultura y la política predominantes, les convertiría fácilmente en pacientes de supuestas enfermedades, a expensas de una medicación a menudo crónica.
Llegados aquí, la pregunta sería qué es lo que quiere la sociedad: ¿pacientes consumidores de psicofármacos, por no decir drogodependientes del Sistema Sanitario; o personas usuarias de servicios psicológicos que les ayuden a solucionar sus problemas, dificultades o crisis?
Referencias bibliográficas:
González Pardo, H. y Pérez Álvarez, M. (2007). La invención de trastornos psicológicos. ¿Escuchando al fármaco o al paciente? Alianza Editorial.
Hacking, I. (2001). ¿La construcción social de qué? Paidós.
Haslam, N, (2006). Dehumanization: an integrative review. Personality and Social Psychology Review, 10, 252-264.
Lam, D. C. K. y Salkovskis, P. M. (2007). An experimental investigation of the impact of biological and psycological causal explanations on anxious and depressed patients’ perception of person with panic disorder. Behaviour Research and Therapy, 45, 405-411.
LSE (2006). The Depression Report. A New Deal for Depression and Anxiety Disorders. The Centre for Economic Performance’s Mental Health Policy Group.
Metha, S. y Farina, A. (1997). Is being ‘sick’ really better? Effect of the disease view of mental disorder on stigma. Journal of Social and Clinical Psychology, 16, 405-419.
Read, J., Haslam, N., Sayce, y Davies, E. (2006). Prejudice and schizophrenia: a review of the ‘mental illness is a illness like any other’ approach. Acta Psychiatrica Scandinavica, 114, 303-318.
Van Dorn, R. A, Swanson, J. W., Elbogen, E. B. y Swartz, M. S. (2005). A comparison of stigmatizing attitudes toward persons with schizophrenia in four stakeholder groups: perceived likelihood of violence and desire for social distance. Psychiatry, 68, 152-163.


viernes, 10 de enero de 2020

EL RINCÓN DE INMA: LA INCREÍBLE AVENTURA DE PANCHO EL VENCEJO




Hace tiempo por casualidad como creernos que suceden las cosas cuando no somos conscientes me saltó en Facebook un artículo de Marisa en una de sus entradas al blog lareinapollito, es habitual que me sienta cercana al dolor de otras personas y leer que una madre ha perdido a una hija son palabras mayores, así que al segundo párrafo ya estaba llorando, sintiendo su dolor, su incomprensión por lo sucedido, su infinita tristeza pero sobre todo sentí un amor tan grande que la desbordaba y necesitaba que el recuerdo de María se expandiera como polvo de estrellas.

A estas alturas ya sé que no fue casualidad sino causalidad y por supuesto nuestra asociación Dones y Talentos fue el sitio perfecto para conocernos físicamente y darnos el abrazo que tantas veces había imaginado.

Puede que sin saberlo nos dio una clase magistral de cómo la ley de atracción funciona y pone en nuestra vida lo que necesitamos en cada momento de una forma que puede resultar incluso mágica, pero todo está aquí para nosotros y lo atraemos al desearlo intensamente y dedicarle atención.

No lo dijo todo con palabras, pero intuí muchas cosas, a veces hay que leer entre líneas, nos dijo que viviéramos intensamente, que amáramos, que exprimiéramos al máximo cada instante de esos que dejamos para mañana… un mañana que cuando menos esperamos salta por los aires y nos golpea en la cara como el frío de enero.

Que la vida sigue, unos días lenta, otros con más intensidad, porque toca vivirla por dos, que el amor cura, que lo que no te mata te hace más fuerte, más sabi@, mejor persona, que cuando aprendes la lección tu vida se transforma, nos dijo que podemos reconstruir nuestras ruinas una y otra vez desde la nada más absoluta.

Gran moraleja, como vive el vencejo: no ensaya el vuelo, cuando llega su momento extiende sus alas y planea por el cielo. Ten fe, confía, cuando llegue tu momento si lo deseas volarás

INMA REYERO DE BENITO