martes, 15 de febrero de 2022

The philosopher man


 

Nunca olvidaré aquel curso del 79, ese tercero de B.U.P., supuso para mí un cambio en la forma de percibir las relaciones profesor-alumno y todo gracias a, Esteban, nuestro magnífico profesor de filosofía. Hizo su entrada en clase, maletín en mano, con una sonrisa y un gesto tan amable y cercano que parecía uno más. ¡¡Pensé que estaba en otro planeta!!

Fue un privilegio escuchar a alguien que creía y disfrutaba con lo que hacía. Ese entusiasmo por mostrar y trasmitir sus conocimientos y amor por la filosofía, que era su pasión, fomento en mí la curiosidad, aprendí a plantearme el porqué de las cosas, a analizar y a discernir.

Eran tiempos convulsos, de grandes cambios en el país, el final de cuarenta años de dictadura que culminó con llegada de la Democracia, nuestra recién estrenada Constitución, elecciones, nuevas libertades… Por todo ello fue una suerte contar con las enseñanzas de este profesor, un adelantado a su tiempo, que con toda la vorágine que suponía vivir esta transformación de la sociedad, contribuyó a mostrar a sus alumnas favoritas otra realidad y otra nueva forma de entender el mundo a través de la filosofía.

Estábamos ante un profesor-filósofo en estado puro. Desde el primer día supo transmitir, a la clase, en general, y a mí, en particular, una nueva forma de pensar y de aprender a confiar en nuestros puntos de vista para así no traicionar nunca nuestros principios. Entendimos que estudiar a través de la mirada de los filósofos esos bichos raros que, mano a mano con los científicos, dedicaron su existencia a observar los fenómenos y entender el origen, el orden, en definitiva cómo funciona el universo; nos aportaba: solidez para mantener nuestro criterio, responsabilidad para responder de nuestros propios actos y lo más importante, a buscar lo esencial que no es otra cosa que la felicidad como fin. Ah y esa delgada linera roja que separa la filosofía (hacer preguntas), de la ciencia (responder a todas esas cuestiones).

Recuerdo con nostalgia el dilema que supuso para mí elegir algunos libros de aquel listado que nos presentó, pues me interesaban muchos. Finalmente me decidí por: “Apología de Sócrates”, de Platón; “El mono desnudo” de Desmond Morris; “La conquista de la felicidad” de Bertrand Russell; y “El miedo a la libertad” de Erich Fromm, este último fue una recomendación de Esteban, en lugar de mi elección personal “Así habló Zaratustra” de Fiedrich Nietzsche. Aún puedo oler las hojas de los libros nuevos, sin estrenar, el día que llegaron.

Años después leyendo “Martes con mi viejo profesor”, encontré similitudes en la relación de camaradería que se creó entre Morrie Schwartz y Mitch, con la que yo tuve con mi profesor.

Esteban fue ese profesor único que marcó la diferencia y además de enseñar materia, enseñó humanidad, acortó la distancia entre maestro y alumno, y contribuyó a crear un ambiente de cercanía y confianza especial.

Allá donde estés, va por ti, mi inolvidable profesor.

 

Nieves Valderrey López

León

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