Nunca olvidaré aquel curso del
79, ese tercero de B.U.P., supuso para mí un cambio en la forma de percibir las
relaciones profesor-alumno y todo gracias a, Esteban, nuestro magnífico
profesor de filosofía. Hizo su entrada en clase, maletín en mano, con una
sonrisa y un gesto tan amable y cercano que parecía uno más. ¡¡Pensé que estaba
en otro planeta!!
Fue un privilegio escuchar a
alguien que creía y disfrutaba con lo que hacía. Ese entusiasmo por mostrar y
trasmitir sus conocimientos y amor por la filosofía, que era su pasión, fomento
en mí la curiosidad, aprendí a plantearme el porqué de las cosas, a analizar y
a discernir.
Eran tiempos convulsos, de
grandes cambios en el país, el final de cuarenta años de dictadura que culminó
con llegada de la Democracia, nuestra recién estrenada Constitución,
elecciones, nuevas libertades… Por todo ello fue una suerte contar con las
enseñanzas de este profesor, un adelantado a su tiempo, que con toda la
vorágine que suponía vivir esta transformación de la sociedad, contribuyó a mostrar
a sus alumnas favoritas otra realidad y otra nueva forma de entender el mundo a
través de la filosofía.
Estábamos ante un
profesor-filósofo en estado puro. Desde el primer día supo transmitir, a la
clase, en general, y a mí, en particular, una nueva forma de pensar y de aprender
a confiar en nuestros puntos de vista para así no traicionar nunca nuestros
principios. Entendimos que estudiar a través de la mirada de los filósofos esos
bichos raros que, mano a mano con los científicos, dedicaron su existencia a
observar los fenómenos y entender el origen, el orden, en definitiva cómo
funciona el universo; nos aportaba: solidez para mantener nuestro criterio,
responsabilidad para responder de nuestros propios actos y lo más importante, a
buscar lo esencial que no es otra cosa que la felicidad como fin. Ah y esa
delgada linera roja que separa la filosofía (hacer preguntas), de la ciencia
(responder a todas esas cuestiones).
Recuerdo con nostalgia el dilema que supuso para mí elegir algunos libros de aquel listado que nos presentó, pues me interesaban muchos. Finalmente me decidí por: “Apología de Sócrates”, de Platón; “El mono desnudo” de Desmond Morris; “La conquista de la felicidad” de Bertrand Russell; y “El miedo a la libertad” de Erich Fromm, este último fue una recomendación de Esteban, en lugar de mi elección personal “Así habló Zaratustra” de Fiedrich Nietzsche. Aún puedo oler las hojas de los libros nuevos, sin estrenar, el día que llegaron.
Años después leyendo “Martes
con mi viejo profesor”, encontré similitudes en la relación de camaradería
que se creó entre Morrie Schwartz y Mitch, con la que yo tuve con mi profesor.
Esteban fue ese profesor único
que marcó la diferencia y además de enseñar materia, enseñó humanidad, acortó
la distancia entre maestro y alumno, y contribuyó a crear un ambiente de
cercanía y confianza especial.
Allá donde estés, va por ti, mi
inolvidable profesor.
Nieves Valderrey López
León
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario aparecerá una vez revisado por el moderador de la página. Gracias.