El ego, cuando anida en nuestro ser, se asemeja a esa pesada losa: no
podremos desprendernos de ella hasta que nos impliquemos en esta magna tarea,
como es la de cobrar conciencia de nuestra realidad; es decir, el cómo y el
cuándo el ego gestiona nuestras decisiones y actitudes que adoptaremos.
Quien esté poseído por tan nefasto sentimiento llamado ego –depredador
de nuestros valores y enemigo invisible−, no podrá disfrutar de una
vida plena, tanto consigo mismo como en la sana relación con sus semejantes.
Porque el ego es uno de los valores negativos más pernicioso en nuestra
existencia y en las relaciones sociales. Es decir, pervierte los valores
positivos que «normalmente» las personas deberían practicar, como la
comprensión, la tolerancia… Porque ante una situación donde el ego se apodera
de una persona y, por tanto, también de sus valores, entonces emergen otros,
como la soberbia, el orgullo… y el tan nefasto endiosamiento. Entonces, se cree
un «ser superior».
El ego nos disocia y divide interiormente, rompe las conexiones entre las
diversas áreas evolutivas y valores personales. Nos impide cobrar conciencia
con la realidad cuando esta es adversa o no favorable. Por tanto, no podremos
modificar aquellos comportamientos negativos que nos separan de nosotros mismos
y de nuestro entorno.
«Dime qué cantidad de ego tienes y te dirás a ti mismo el camino que
tienes pendiente en tu proceso evolutivo.» Regla de tres muy, pero que muy
directa. No olvidemos desprendernos de ese ego tan nefasto si deseamos, un día,
por fin, culminar nuestro proceso evolutivo lo más completo posible. De lo
contrario, nos asemejaremos a ese medio-caminante, el que jamás alcanzará su
meta, como tampoco podremos culminar satisfactoriamente nuestro desarrollo
interior, de madurez y de plenitud interior.
Si bien las personas de nuestro medio pueden llegar a hacernos creer
que somos una persona de cuantiosos valores, eso puede llevarnos a caer en el
endiosamiento −caemos−. De tal modo, ese insano y dañino ego o endiosamiento
nos aleja de nuestra realidad, de reconocer nuestras partes más vulnerables,
oscuras y mejorables en el proceso del conocimiento interior, de nuestro
conocimiento. ¡Cuán necesario es revivir la palabra humildad!
Recordemos que quien llega a ese punto o estado de endiosamiento, vivirá el
resto de su existencia en una falsa y triste realidad, la que construye desde
su patológica neurosis, la cual le impedirá conocerse y cobrar conciencia de
sus errores para erradicarlos. «No tocará de pies en el suelo.»
La persona endiosada bien puede ayudar a superar los problemas de sus
semejantes para conseguir mejorar su calidad de vida gracias a sus consejos.
Pero ese endiosamiento le impide verse interiormente para crecer y desarrollar
una personalidad más harmónica, completa y equilibrada. A su vez, favorece y
potencia su incapacidad de escuchar, de comprender, de sentir, de reconocer
errores y de una evidente falta de humildad… por repetido.
El ego no entiende, no sabe en qué ser humano «toma su poder», el que tan
fatídicamente dirige su existencia. Pero nosotros, mortales y racionales, a fin
de cuentas, tenemos el deber desde la humildad −gran valor− de cobrar
conciencia de nuestra realidad para cuestionarnos aquellas situaciones en las
que indiscriminada y repetidamente rechazamos las opiniones que no nos
favorecen. Este es el punto de partida si deseamos conocernos para
desprendernos de ese ego que «corroe» negativamente nuestra esencia de seres
humanos y que tanto nos separa de la realidad y de nuestros semejantes.
La persona dominada o «poseída» por el ego, improbablemente − ¿jamás? −
podrá culminar su proceso evolutivo. Porque el ego es el desestabilizador
«perfecto» de la esencia de la persona, pues, como hemos indicado
anteriormente, pervierte los valores positivos que puede llegar a atesorar. Es
el enemigo invisible que favorece y propicia la pérdida de nuestros
valores.
QUERIDOS AMIGOS:
¡FELICIDADES EN ESTOS DÍAS
NAVIDEÑOS
Y PAZ EN NUESTROS CORAZONES!
Joan Sánchez Fortún
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