domingo, 16 de julio de 2023

EL CAMBIO ES LO ÚNICO CONSTANTE

 



Me gusta hacer el Camino cuando el invierno se está convirtiendo en primavera. Los árboles se disfrazan de piedra y son como esculturas de sí mismos en hierro oxidado, que se recortan desnudas en el azul de un cielo inmisericorde, aunque a veces las nubes piadosas vistan sus ramas como una floración de algodón celestial. Cuando las rocas cubiertas de líquenes parecen troncos caídos, que se mimetizan con las montañas viejas y grises, con neveros en lo alto, allá a lo lejos. Y mientras, por contraste, las mejillas tersas y verdes de los praderíos muestran un bozo suave y recién afeitado de hierba tierna, en una ostentosa celebración de vitalidad. En el aire un aroma agridulce a descomposición y nacimiento. La decadencia y la pujanza constituyen dos extremos de una misma realidad, que cuando se polariza parece dual.

Un grupo de corzos trata de hacerse invisible jugando al “escondite inglés”, alternando las rápidas carreras con la inmovilidad absoluta, fundiéndose con el paisaje. El movimiento y la quietud se oponen aparentemente, pero solo engañan al ojo poco avezado.

El sendero a veces pasa sobre la hierba mullida que cede a la pisada y se vuelve inmediatamente a alzar, pero otras agita las hojas secas del suelo, que vuelven a depositarse en la tierra tras un fugaz revoloteo; a veces la bota es succionada por el cieno encharcado y, en ocasiones, un desprendimiento de gravilla desliza el pie cuesta abajo. Pero aunque muestre aspectos diferentes, el camino permanece.

Parece contradictorio, pero el murmullo cadencioso del agua que corre, el cantar de los pájaros, el ruido de la pisada o el ritmo de la respiración ayudan a crear silencio interior, que no es falta de sonido, sino la integración de cada uno de ellos como parte de una armonía superior.

La mente humana, a la que tanto le gusta distinguir, separar y clasificar, nos quiere presentar como opuestos el día y la noche, la juventud y la vejez, la vida y la muerte, cuando son distintas manifestaciones de lo mismo. Porque la naturaleza no actúa de forma lineal sino cíclica, y cuando un estado llega a su consumación, de alguna manera marca otra vez un principio. El cambio constante forma parte de un continuum. La realidad verdadera se aprehende cuando se renuncia a categorizarla y retenerla en un punto, y simplemente se observa, se admira y se acepta, porque las distinciones son categorías artificiales que nos separan de lo que es más cierto, de la unidad de fondo que comparte todo lo creado.

Ana Cristina López Viñuela