Hoy
me asomo al presente y sinceramente no me agrada lo que percibo: incertidumbre,
dudas, malestar. Reconozco que con mi trabajo personal a nivel de emociones he
aprendido a lidiar con la situación.
La
sociedad se ha convertido en un inmenso puzle al que le faltan piezas, puede
ser que algunas no encajen, es ahí donde entran, bajo mi punto de vista, las
palabras como fe, esperanza, ilusión que intentan sustituir a las dañadas o
deterioradas para que en su conjunto constituyan una plena unidad con sentido.
Como
ejemplo me adentré hace unos días en dos de las calles de León, Alfonso V y Gil
y Carrasco. A primera vista espaciosas, amplias, con el pavimento recién
estrenado, en el fondo calles fantasmas, sin actividad económica. La mayoría de
los establecimientos cuelgan los carteles de “Se vende” o “Se alquila”. Leí en
una ocasión que parecen pistas de aterrizaje de aviones y con mucha razón.
No
percibí bancos, ni árboles que le diesen un poco de humanidad a esa estampa
callejera. Tengamos en cuenta los beneficios de los árboles que producen oxígeno,
purifican el aire, forman suelos fértiles, mantienen ríos limpios, evitan
erosión, refugios de la fauna, reducen la temperatura del suelo, etc.
La
teoría de que estaban haciendo una ciudad para los visitantes y no para los
habitantes, cobraba sentido. Reducción de aparcamientos, circulación prohibida
en muchas calles o de una reducida limitación entre 10Km por hora y 30. Los
comercios de autónomos, la mayoría van pereciendo y hay que tener en cuenta que
muchos de ellos son negocios familiares.
Me
detengo por unos instantes a observar el alumbrado, una maravilla aún por
encender. Y me pregunto si pretendemos materializar nuestra alegría navideña
con unas luces que solamente se iluminan por estas fechas.
La
dicha debe nacer desde la olla a presión de sentimientos que se identifican con
el órgano del corazón, y cuando las colas a las puertas de Cáritas sigan siendo
extensas, no podemos decir que nuestra sociedad ha evolucionado
“adecuadamente”. Hay un retroceso palpable que no podemos obviar, ni disimular
con un alumbrado de colores.
Reconozco
que cada Navidad que pasa me cuesta más disfrutar de mi niño interior. La
inocencia de la infancia se traslada a una realidad que a veces me cuesta
asumir.
La
Navidad no es celebrar comiendo más y mejor, brindar con champan o reunirse una
vez al año la familia, jugar a la lotería como una tradición o para algunas
familias empeñarse para comprar a sus hijos los mejores regalos.
La
Navidad se manifiesta durante todo el año disfrazada de una llamada telefónica,
un abrazo, un “cómo estás”, un ”te quiero”, un ”me gustaría volver a verte” o
“te echo de menos”… fórmulas que nos cuesta acuñar porque parecen pasadas de
moda, y si no volvemos a ellas habremos perdido nuestra esencia como seres
humanos.
ANA
ROSA GUTIÉRREZ ÁLVAREZ