Cuando ya no somos capaces
de cambiar una situación,
nos encontramos ante el desafío
de cambiarnos a nosotros mismos.
Víctor Frankl
Naces con forma de bebé, lo primero
que haces es llorar para respirar por ti mismo, esa será tu principal forma de
comunicarte durante un tiempo, para algunos toda la vida, en el que lo único
que te importará será tu ombligo y tú.
Unos pocos tuvimos el privilegio de
renacer con otra forma, la de hormiga. Un cambio de paradigma que abrió
nuestras mentes y nos concedió una gran ventaja, no teníamos ombligo, nuestra
principal misión era dar.
El hormiguero se convirtió en refugio
y cada mirada en casa. Un nombre presidía la entrada: Dones y Talentos. No
había etiquetas, ni juicios, todas las hormigas éramos en apariencia parecidas,
en esencia únicas y valiosas sólo por el hecho de existir, aunque a nosotras lo
que nos gustaba era mover el culo.
Un fin de semana cuando el calendario
se vestía de ocres por el paso de los días, participamos en lo que los humanos
llaman un intensivo, para nosotras simple rutina. Íbamos y veníamos en hileras
aprovisionando valores como la solidaridad, la gratitud o la responsabilidad.
Los más pesados los cargábamos de dos en dos o en grupo. Por la noche mientras
la ciudad dormía reflexionábamos sobre el significado del valor “esa convicción
razonada y firme de que algo está en coherencia con nuestra esencia, con lo que
somos, tiene que ver con el amor incondicional”.
El amor era sin duda nuestro fuerte,
el motor de nuestra perseverancia, por eso aprovechábamos cada ocasión para
compartir tiempo e incluso tratar de detenerlo con abrazos sostenidos. Da
sentido a la vida tratar a los que están cerca como si estuvieran lejos y
existiera la posibilidad de que fuera la última vez que los vemos, y a los que
están lejos como inevitables.
En el intensivo no faltaron los
clásicos como las charlas de la hormiga reina, la paella, los miguelitos, los
cafés y Rita que sigue queriendo un caballo, pero se conforma con una rana.
Con un gesto tan sencillo, como un
salto en el lugar adecuado, comprendí lo
que El principito nos cuenta y Raúl lleva a la práctica, que
sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos.
Esta vez no llovió, hubo tormenta de
las que calan por dentro. Es tiempo de abrigarse con cada recuerdo tejido
mientras éramos felices y lo sabíamos. Si el reloj del hormiguero se queda sin
cuerda no tendremos miedo, de la mano de los valores daremos sentido a nuestras
vidas mientras esperamos que nuestra energía se transforme y mutemos de nuevo.
Cuando tienes provisiones sientes que el invierno es sólo una estación de paso.
INMA
REYERO DE BENITO
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