Aunque “miedo” y “ansiedad”
son conceptos que se manejan de forma sinónima, existen algunas diferencias
entre ellos que es bueno conocer. Lo más importante es que el miedo se da ante
una situación o estímulo real que lo desencadena, mientras que en el caso de la
ansiedad se puede producir sin que haya una situación o estímulo desencadenante
que la dispare (lo que no significa que no pueda haber algunos estímulos no
perceptibles, a priori, que la puedan disparar).
El “miedo” viene más de nuetra
época más ancestral, porque es una respuesta de defensa en la mayoría de los
animales. El miedo es una respuesta emocional (es una de las emociones básicas)
caracterizada por un estado de alerta ante un peligro inminente; luego, la
función que desempeña es la de protegernos de peligros que nos acechan,
teniendo un carácter muy útil, positivo y adaptativo. El carácter desagradable
del miedo es muy importante, porque de esa forma hace que nos alejemos de los
peligros, si tuviera un carácter agradable, no huiríamos de ellos. No es
correcto hablar de “miedo a la muerte”, porque la muerte es algo desconocido
por todos los seres que seguimos viviendo y no sabemos de ella, es decir, no
tenemos experiencia directa o indirecta de ella. Es más, si pusiéramos atención
a lo que nos cuentan autores que han hablado de la muerte, como Elisabeth
Kubler-Ross, Raymond Moody, Pim Van Lommel, Eben Alexander, Penny Sartori,
Anita Moorjani; autores españoles: José Miguel Gaona, Enrique Vila López o María
Isabel Heraso Aragón, no son precisamente datos desagradables u horrorosos como para tenerlos miedo.
Cuando sentimos “miedo” se
dispararán respuestas psicológicas y corporales automáticas que salen al paso
como protección del organismo. Entre esas respuesta está la de “alerta”,
anticipación de un peligro inminente. Si ahora, en este momento, comenzase a temblar la tierra, se
dispararía este mecanismo automáticamente para activar mi organismo y atención
sobre la situación y así defenderme de ella. Podrían venirme como flashes o
imágenes inmediatas viendo como una película con todo los ingredientes de
dolor, sufrimiento, etc. Esa imagen mental desagradable conseguirá que
reaccione apartándome o buscando alguna respuesta útil, para ponerme a salvo de
la situación.
Las fobias, se producen, con
las características típicas de una respuesta de miedo, cuando el estímulo es
inofensivo, pero reproducimos los síntomas ante un gato, perro, araña, ratón,
etc, como si fuese un león, un tigre, una cobra, etc. Es decir, en estos casos
el miedo es irracional y desproporcionado y el sujeto es consciente de ello. Estas
personas desarrollan cientos de conductas evitativas de esos estímulos, que son, precisamente las que mantienen la sintomatología por el alivio del síntoma.
En los miedos obsesivos, los
sujetos reaccionan de una forma desproporcionada ante situaciones o
estímulos que son cotidianos: dejarse la puerta abierta, dejarse la llave del
gas sin cerrar, contaminarse por tocar objetos, contraer Sida por actividades
sin riesgo, etc. En estos miedos obsesivos, la persona se siente impelida a realizar
conductas (compulsiones) tendentes a neutralizar las consecuencias de ese
miedo: comprobar que ha cerrado el gas o la puerta varias veces, lavarse las
manos muchas veces, etc. La cantidad de tiempo invertido por estas personas en esas conductas les hace sentirse muy mal consigo mismos, por lo que la culpabilidad suele ser un componente típico.
Hablamos de ansiedad cuando
tenemos todas las características del miedo, pero no hay un estímulo o situación
ahora, en el presente, que la desencadena. La ansiedad es siempre una
anticipación de una amenaza (una emoción dirigida hacia el futuro) que podría
ocurrir o no.
En la ansiedad también es
bueno diferenciar entre Ansiedad-Estado y Ansiedad-Rasgo. La primera
(Ansiedad-Estado) se refiere a un estado
actual puntual de la persona en el que experimenta tensión, preocupación,
inquietud, nerviosismo, aprensión, etc., es decir, una sensación difusa como de
que algo malo o indeseable le va a ocurrir. Cuando hablamos de Ansiedad-Rasgo,
estamos hablando de una disposición o tendencia de los sujetos a padecer más
estados de ansiedad que otras personas, es decir, es una cierta característica
de personalidad.
No obstante, no todos los
que padecen un trastorno de ansiedad tienen un rasgo de ansiedad en su
personalidad, ni todos los que tienen un rasgo de ansiedad en su personalidad
van a desarrollar, necesariamente un trastorno psicológico.
También podemos hablar de
las “Crisis de Ansiedad”, una reacción de miedo o malestar intenso, presentada
de forma repentina y que alcanza niveles altos en cuestión de dos o tres
minutos, a lo máximo diez o doce minutos, aunque el malestar posterior pueda
prolongarse más tiempo. También las podemos llamar “Crisis de Pánico o Crisis
de Angustia”, aunque, como ya dije en otro escrito personal, ansiedad y angustia, también son términos
diferenciales, ya que la “Angustia” se refiere más a aspectos existenciales
(vea el concepto de angustia en el filósofo existencialista Søren Kierkegaard, libro que merece la pena leer). Una crisis de ansiedad está
acompañada de cuatro o más de los siguientes síntomas: taquicardia, sudoración,
temblores, sensación de ahogo, sensación de atragantarse, opresión torácica,
náuseas o molestias digestivas, mareo o sensación de vértigo, sensación de
irrealidad (desrealización) o de estar separado de uno mismo
(despersonalización), miedo a volverse loco o descontrolarse, miedo a morir,
sensación de entumecimiento u hormigueo, escalofríos o sofocos.
Estas crisis de ansiedad se pueden iniciar de forma espontánea o bien al
afrontar determinadas situaciones, dar una charla, ir a un lugar de gran
afluencia de gente (espectáculos o conciertos), someterse a alguna prueba
médica o intervención quirúrgica, etc.
Cualquier situación imaginaria de anticipación de una amenaza puede desencadenar
una crisis de ansiedad.
Los aspectos sutiles (estímulos poco intensos) pueden desencadenar una
crisis de ansiedad, una pequeña molestia corporal interpretada como algo
amenazante, un pequeño mareo, una pequeña opresión en el pecho o en la boca del
estómago, etc.
Los trastornos de pánico o agorafobias surgen de forma inesperada y son
vividas por la persona de forma muy intensa. El componente de que la
sintomatología pueda surgir en un lugar dónde el sujeto perciba que es difícil
o dificultoso salir de ahí, o no se pueda recibir ayuda o apoyo, puede desencadenar una crisis de pánico o una
agorafobia.
Cuando el sujeto relaciona su ansiedad o vergüenza con una situación
social, hablaremos de fobia social o ansiedad social.
Cuando la ansiedad surge como consecuencia de interpretar que el sujeto tiene
una enfermedad grave, a pesar de que el médico le ha dicho que está en
perfectas condiciones, estamos hablando de problemas hipocondríacos.
Si los pensamientos que genera el sujeto son raros o absurdos, se
repiten una y otra vez, son preocupantes y le llevan a realizar
conductas que él considera aliviadoras de la ansiedad (compulsión), estaremos
hablando de un trastorno obsesivo-compulsivo.
Cuando el sujeto se preocupa por múltiples cosas, su ritmo o nivel de
vida es de no parar y le cuesta trabajo dejar de preocuparse, estaremos
hablando de ansiedad generalizada.
Cuando la ansiedad surge con posterioridad a algún acontecimiento grave
y traumatizante vivido por el sujeto, tal como una violación, vivir una
muerte violenta, etc., estaremos hablando de estrés postraumático.
En el resto de situaciones que no sean las mencionadas estaremos
hablando de Ansiedad normal, Trastorno adaptativo (cambios en nuestra vida que nos trastocan) u Otros.
Espero haya sido para ti esclarecedor este artículo.
Un cordial saludo.
Juan Fernández Quesada