Todos los comportamientos positivos aportados a la
sociedad mediante la palabra o las acciones, adquieren una importancia añadida
cuando son ofrecidos mediante valores −tan profundamente cercanos y plenos de
sentimiento− como son la
Es necesario desarrollar la inteligencia no como un fin, sino que su fin, prioritariamente, debe ser el de humanizarla en beneficio de la sociedad. Así sí; la inteligencia al servicio de la especie humana y del bien común. Como en ocasiones propongo, no ensalcemos tanto la inteligencia como tal, sino que debemos potenciarla humanamente unida a una gran dosis de humildad, al servicio de la sociedad, si deseamos conseguir un mundo mejor, donde ningún ser humano viva en un lamentable estado, al carecer de lo más necesario y elemental para una vida digna en consonancia a nuestro tiempo. Todos merecemos un mundo mejor.
Ante una situación conflictiva que afecte a la relación humana, desde
el humanismo, la humildad y desde los sentimientos, antes que, desde el
raciocinio, encontraremos la respuesta conciliadora. Los primeros nos ayudan a
sentir; el segundo, a pensar. Esta es la gran diferencia.
¿De qué nos sirve la inteligencia individual y la colectiva si continúan
existiendo seres humanos −como usted o como yo− malviviendo en la más pura
indigencia, mientras que algunos privilegiados disponemos de un techo acogedor
en invierno? Esta inteligencia, ¿al servicio de qué y de quién está y para qué
nos sirve, si no es para transformarla en protectora y benefactora de los más
desprotegidos, para que dé respuestas a sus necesidades vitales a fin de no
crear tantas diferencias sociales?
Así sí, bienvenida sea esta inteligencia humanizada, donde el hombre ha debido, necesariamente, humanizarse para crecer, madurar y desprenderse de lo superfluo, desterrar ese desgraciado y despreciable ego, no crear tantas diferencias sociales, valorar lo profundo, como la preocupación por las personas de nuestro entorno. Desde este sentimiento, conseguiremos la erradicación de la indiferencia y del egoísmo -entre otros valores-, tan indeseables.
El día en que la humanidad y la humildad vivan en nuestros corazones,
porque los tenemos entrañablemente enraizados en nuestros sentimientos,
estaremos más abiertos al sufrimiento de las personas; no nos resultarán tan
indiferentes, seremos más afectuosos, más personas, más sensibles y menos
indiferentes…
De no existir el sol, deberíamos inventarlo para producir calor: el
calor físico. La humanidad y humildad son esos valores que se asemejan al sol, valores que tanto necesitamos para no perecer por el frío afectivo, el mismo que, en silencio y en soledad, tanto nos mata, como mata la ausencia de unos oídos acogedores, de unas cálidas palabras y de una mirada fraternal... De un trato más humano, humilde y profundo...
Humanicemos al hombre, para que el fruto de su
inteligencia esté al servicio de la humanidad. Para conseguir un mundo mejor,
más unido, más fraternal y humano;
para que haya menos sufrimiento: Más humanidad y más
humildad.
La inteligencia nos ayuda a pensar, a racionalizar;
el humanismo, ¡a sentir!
Deberíamos cuestionarnos de el por qué, ante una
situación, necesitamos racionalizar tanto antes que dejar fluir los sentimientos.
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