Me declaro seguidora fiel de
la serie turca “Inocentes”. En el último episodio que he visto me llamó la
atención una escena que me resulta reveladora a la luz de mis aprendizajes en
el último intensivo de Dones y Talentos, sobre el valor y la autoestima.
No es probable que ni tú, ni yo
nos encontremos en la tesitura de Gulben, que cree que su novio Esat la va a
dejar irremediablemente después de haberse orinado encima la víspera, durante
la pedida de mano. Sin embargo, es casi seguro que nos topamos a cada paso con circunstancias
que nos resultan incómodas o dolorosas, de modo que sigamos atentos el
siguiente diálogo:
-
Lo que
sea que hayas pasado, ya pasó. Lo que sea que ella (tu madre) hiciera, lo
superaremos juntos.
-
Esat,
no lo acabas de entender. Mi problema no es como la ansiedad o la depresión. Es
algo peor. Me orino encima… todos los días. Esta soy yo. Soy así. ¿Sabes cómo
me llamaba mi madre? Meona. Esat, te pido perdón por no haberte dicho esto
antes…
-
No voy
a renunciar a ti. Pero tú también tienes que hacer algo por mí. Te he pedido
una cita con una doctora… Tienes que contarle esto a un psiquiatra, porque a mí
me supera, Gulben. Yo soy tu futuro, pero eso es tu pasado.
-
¿Y si
no quiero ir?
¿Cuáles son las palabras de
Gulban y, por tanto, sus pensamientos? El problema de fondo es que ha asumido
la etiqueta de “meona” que su propia madre le grabó a fuego desde niña, y está
convencida, en la actualidad, de que “es así”. Se desprecia a sí misma,
desesperada por su convencimiento de que esta situación es irresoluble. Es
fácil aceptar las “etiquetas” en las que los demás o nosotros mismos nos hemos
encasillado. Cada vez que nos escuchemos decir “soy tonto”, “soy débil”, “no
soy capaz”, “no soy merecedor”… debería sonar una alarma de emergencias, para
que nos diéramos cuenta de que nos estamos autoimponiendo límites, que no son
reales, porque una cosa es cómo me comporto y otra, muy distinta, cómo soy.
Obviamente, las emociones de
Gulban resultan muy intensas y se siente atenazada por la vergüenza, la culpa,
la impotencia, la frustración, la preocupación… ¿Y cómo nos vamos a sentir si
pensamos que “siempre” estamos fallando y que “nunca” estamos a la altura de lo
que se espera de nosotros? Tal vez lo que cojee sea el planteamiento y no los
resultados.
Esos sentimientos exagerados conducen
a unos estados mentales cronificados, de los que se retroalimentan, que tienden
a expandirse en racimo, por lo que Gulban acaba desarrollando, también, una
enfermiza obsesión por la limpieza y sufre frecuentes ataques de ansiedad. Pero
se siente cómoda en su papel de víctima, atribuyendo a su difunta madre la
responsabilidad de lo que le está sucediendo a ella en el presente y rodeándose
de quienes “la aceptan como es” o, mejor dicho, “como se ha manifestado hasta
ahora”. ¿No estarás echando tú también la culpa de lo que te pasa al comportamiento
de otras personas o a tu pasado? ¿No tendrás miedo a salir de tu zona de
confort y cambiar la forma de relacionarte que has mantenido hasta el momento?
Lo que Gulban piensa y siente
la conduce a acciones radicales, porque sólo ve la opción de abandonar, de
evadirse de la situación o de tirar para adelante sin pensar, por lo que sus
esfuerzos son casi siempre costosos y sin éxito. ¿Y no nos habremos creído
también nosotros la profecía autocumplida de que vamos a fracasar
irremediablemente, aunque nos desvivamos por conseguir lo que queremos?
Gulban sólo ve una salida: casarse
con Esat, con unas expectativas muy poco realistas puestas en esa boda. Pero no
está dispuesta a poner medios para superar sus problemas, por ejemplo, acudir a
un especialista y seguir un tratamiento. ¿Y no estaremos esperando nosotros también
que venga alguien a “salvarnos”? La madurez lleva a asumir la responsabilidad
sobre uno mismo, si bien ello no obsta para que nos apoyemos en nuestros seres
queridos o busquemos ayuda profesional.
Y luego sólo queda la
constancia para realizar pequeños actos encaminados hacia el fin deseado,
librando muchas pequeñas escaramuzas en lugar poner nuestra esperanza en una única
gran batalla de “todo” o “nada”, para la que no estamos preparados. Porque
estoy segura de que Gulban puede curarse y convertirse en la “persona normal”
que desea (y que ya es), y también de que tú y yo podemos llegar a manifestar
la mejor versión de nosotros mismos, que ya somos, simplemente con que
perseveremos en el empeño y no nos demos por vencidos.
ANA CRISTINA LÓPEZ
VIÑUELA
Y si los problemas que fabricamos dejamos de verlos como "problemas" y, simplemente, nos dedicamos a vivir.
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