Hoy he tenido la osadía de mirarme
fijamente en el espejo. y me agradó lo que vi.
Esa imagen que delata una edad: manchas marrones en el rostro, surcos en la
frente, en los ojos, en la comisura de los labios, o los cabellos canos,
escondidos entre los de color natural, señales que me hacen recordar diferentes
etapas de mi existencia. Después de montones de años reconozco mi figura en ese
espejo, en el que en algún momento no quería, ni me atrevía a observarme.
Reconozco esos vivarachos ojos, esos sí son los mismos de una adolescencia
y juventud caducada, que alumbraron una madurez tardía guiada por un apego
propio, difícil de diagnosticar.
Atrás, en el pasado quedan sepultados algunos sueños, y ahora superadas
frustraciones que me impedían prosperar.
Aparco mis miedos como si de un vehículo se tratase con la mayor precisión
posible. Valoro el presente, y lo traduzco en:
- Problemas para crecer.
- Tiempo experimentado, vivencias, para alcanzar sabiduría.
Percibo cierto aire de plenitud, me reconforta una extraña
sensación de paz interior, sospecho que ha venido para quedarse (de lo cual me
alegro), ajena a los problemas " del qué dirán".
Me manifiesto como un ser único, dentro de una unidad llamada TODO. He dejado
de rumiar un pasado, he dejado de asomarme a un futuro incierto, improbable en
el 90% de las situaciones. Simplemente mantengo la ilusión, la esperanza,
en este presente; el único billete asegurado del que disponemos en el
contradictorio viaje de la vida.
Propongo fielmente no mirar atrás, tan solo para que los placenteros recuerdos
me acaricien. Tropezaré cientos de veces, con la seguridad de levantarme o tal
vez arrastrarme, como si de un reptil se tratase.
Empiezo a quererme a MÍ MISMA, y aquí se produce el MILAGRO.
ANA ROSA GUTIÉRREZ ÁLVAREZ
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