Después de más de cuatro décadas
trazando el mismo recorrido, Mario decidió esa mañana, amparado por la densa
niebla, dar esquinazo a su pasado.
Se sentó en su coche de alta gama. El
asiento de piel se amoldaba a su atlética figura.
Ajustó el espejo retrovisor por el
mero placer de contemplarse. Ahí observó cómo la media negra cubría aún su
rostro y con un movimiento preciso se liberó de ella.
Subió el volumen de la música y
sonrió. Acababa de cometer el atraco perfecto, tenía en su poder los planos de
acceso y las claves de la caja fuerte del banco al que había dedicado más de la
mitad de su vida, pronto sería el momento de cobrar la jubilación por
anticipado.
El siguiente paso consistiría en
desaparecer para ganar tiempo y concretar su plan.
Con paso precipitado entra en el
andén. Lleva una gran carpeta que rebosa importantes documentos. La mayoría de
las personas miran distraídas el móvil o tratan de dormir lo que le permite
pasar desapercibido.
Al llegar a Villarrobledo se
encuentran solo el hombre y el maquinista que maneja con habilidad el tren.
Una y otra vez. De lunes a viernes.
Frena. Masas de personas suben, otras bajan.
Acelera. Hileras de árboles y
edificios se difuminan al coger velocidad. Frena. Todos los sábados juega al
mus en el mismo bar del barrio. Los domingos va a la finca, su mujer cocina
paella, no le queda mal, se deja comer. Los hijos viven en otra ciudad. La
monotonía del paisaje de su vida cala en su debilitada mente.
Hasta esa tarde en la que decide,
amparado por la densa niebla, descarrilar su futuro.
—Hablarán de mí en el telediario
—murmura en su cabina.
«Hablarán de mí en el telediario»,
piensa un hombre solitario en el vagón número seis. Todavía no se ha
desenfundado los guantes, los acerca a la nariz y percibe que permanece impreso
su perfume. Ella le espera en la penúltima parada.
Imagina su beso al reencontrarse,
cómo se enhebrará con gracia infantil de su brazo y apoyará la mejilla en la
manga de su abrigo de marca. Sus bromas conversando de nada y de todo. Cuando
tenerse basta, el mundo sobra.
El maquinista acciona la palanca.
En el andén, una mujer mira el reloj
impaciente, el tren lleva retraso, toca en el bolsillo las dos entradas para el
estreno de una de esas obras de teatro que le encantan a él en las que todo
acaba bien.
Es ahí cuando todas las pantallas de
la estación, como una bomba de racimo, proyectan una colisión. Reina el caos,
unas personas se abrazan, otras gritan y lloran a la vez. Arrastradas por el
desconcierto otras corren dirección al abismo.
Ella permanece paralizada, no puede
calcular cuánto tiempo, hasta que sus pasos se dirigen lentos hacia un punto de
no retorno. Amparado por la densa niebla, su presente se funde al negro.
Esa noche también hablarán de ella en
el telediario.
INMA REYERO DE BENITO
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