martes, 19 de abril de 2022

COMO LA VIDA MISMA – EL AMOR A LA SABIDURÍA

 


Mi profesor de filosofía de COU era un incomprendido. Con la amenazante presencia de la selectividad en ciernes, sus alumnos no acabamos de comprender por qué se pasó días y días “atascado” en una frase del preámbulo de la primera lección del libro: “La filosofía nació en Grecia en el siglo VI a. C.”. A pesar de todos sus esfuerzos, me ha costado darme cuenta de la importancia de este hecho particular.

Hasta ese momento los seres humanos atribuían a los dioses el control de la naturaleza y de sus propios destinos, entendidos como fuerzas externas que había que “propiciar” con ofrendas y sacrificios. En egipcio, por ejemplo, no había palabras diferentes para designar a Ra y al sol, a Nut y al cielo.

En ese contexto, plantearse que un elemento físico sustentara toda la creación y unas fuerzas no visibles generaran las relaciones entre las distintas apariencias de la materia, era absolutamente revolucionario. Sorprende el parecido entre la teoría del atomismo de Leucipo y Demócrito con la moderna física; pero en este caso, como en tantos otros, lo importante no es lo acertado de la respuesta, sino la audacia intelectual de formularse determinadas preguntas.

Esa curiosidad llevó a los filósofos a estudiar los valores humanos por medio de la ética, las relaciones sociales a través de la política, el comportamiento humano con la psicología, la enseñanza con la pedagogía… Todas ellas palabras heredadas del griego. Pero sobre todo a fomentar la libertad de opinión, el diálogo como punto de encuentro, la diversidad de opciones válidas y la participación activa del individuo en la vida pública. Y esas actitudes y conocimientos han llegado a nosotros a través de una cadena ininterrumpida de “amantes de la sabiduría”.

Sin embargo, cada vez que nos proponemos “reformar” el sistema educativo disminuye la presencia de la filosofía y con ella del pensamiento crítico; la historia se menosprecia negando el acceso de los jóvenes a sus raíces más profundas y se reduce el contenido de las lenguas y las humanidades en el currículo (palabra derivada de ese latín que ya nadie estudia).

Por más que parezca rechazarla, cualquier ideología se fundamenta en una filosofía, un sistema de pensamiento dirigido a un fin. En este caso, al parecer, a crear individuos ignorantes y sin capacidad de esfuerzo, fácilmente manipulables. Y a encumbrar a unos líderes que sólo piensan en su interés y se precian, como los sofistas, de poder defender con igual eficacia una idea y su contraria, considerando lícito cualquier medio que les permita alcanzar sus objetivos.

Puede que los políticos puedan proponer un sistema educativo, pero en democracia el poder reside en el pueblo y aún estamos a tiempo de movilizarnos para defender una educación humanista y de calidad. Y está en nuestras manos vigilarnos a nosotros mismos para no dejarnos dirigir como borregos por las consignas de los medios de comunicación y las redes sociales, sino fomentar la lectura reflexiva, la conversación abierta, el conocimiento directo de los hechos y el acogimiento respetuoso de lo diferente, intentando comprenderlo y aprender de ello en lugar de obviarlo, suprimirlo, censurarlo o perseguirlo. La pasividad es muy cómoda, pero tiene consecuencias, en el presente y en el futuro. ¿Vamos a conformarnos con criticar o buscaremos una forma de fomentar el estudio, la reflexión personal y la libre circulación de ideas en nuestro entorno, manteniendo la herencia de nuestros ancestros y entregándosela, enriquecida por nuestras aportaciones, a las siguientes generaciones de seres humanos?

 

Ana Cristina López Viñuela

 

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