lunes, 10 de octubre de 2022

EL DEPORTE DE LA EMPATÍA


Me encontraba parada observando un escaparate de forma curiosa, la tienda era de numismática. Sé a quién le gusta coleccionar monedas, y si veía alguna de precio asequible, sería un posible regalo de cumpleaños.

Se acercó a mí un joven con aire desenfadado a pedirme dinero, y le contesté con un rotundo no. El insistió: como la vi en frente del escaparate mirando con atención, pensé que usted era la dueña. No para nada, le contesté.

Me dijo que el dinero no era para drogas, alcohol, tabaco o similar, me confesó que tenía hambre y que no había desayunado.

Vale si es así, vamos a desayunar juntos le dije, y el accedió.

Era un hombre poco agraciado, en parte por no tener arreglada su dentadura y por su desaliñado aspecto, el caso es que me irradió confianza, su ropa sucia y el escaso  aseo personal dejaban mucho que desear.

Entramos en una cafetería y las personas allí reunidas se quedaron mirándonos descaradamente, como dictando con sus ojos:”aforo muy limitado”. Creo recordar que él se tomó un café y yo un zumo de naranja. Nos pusieron una sabrosa tapa para acompañar y yo le ofrecí la mía. Le dije que eligiese un bocadillo para comer y agua.  Su mayor capricho fue solicitarme una Coca-Cola, porque según él, el agua la podía beber en la fuente a diario.

En el bar conversamos y me relató retazos de su vida, y su guion fue creíble. Se dedicó a realizar transportes y otros trabajos por los que cobró bastante dinero y llegó a permitirse pagar la entrada para un piso. El problema era que al no estar dado de alta en la Seguridad Social, ese periodo no le había servido para cotizar. Y al perder el trabajo, el banco se quedó con el piso.

No dejaba de argumentar que su padre sabía hacer de todo y que no le faltó trabajo, reconoció que si hubiese hecho lo mismo hoy podría subsistir. Al no tener determinadas habilidades manuales se le cerraron muchas puertas.

En el bar me acerqué al aseo y me esperó al salir, no quiso dejarme sola y salimos de allí juntos.

Estaba emocionado con su ración de comida, y le hablé de Cáritas. Me emocioné aún más, cuando me dijo que me daría un abrazo, pero como empezaba a visitarnos el covid, era mejor que no lo hiciese. AGRADECIÓ mi atención hacia él. Me pareció sincero, y le pregunté cuál era su nombre. Jesús, me afirmó, y nuestros caminos dejaron de cruzarse.

Le deseo lo mejor y no paro a menudo de pensar que cualquiera de nosotros en un momento de nuestra vida podríamos estar como Jesús.

Detrás del rostro de cada mendigo hay una historia que suele ser dramática, frustrante, traumática,… vestida con una variedad de calificativos que lo hacen único e irrepetible, como su existencia.

ANA ROSA GUTIÉRREZ ÁLVAREZ 

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