martes, 15 de agosto de 2017

CUANDO LA DEPRESIÓN INVADE NUESTRA EXISTENCIA

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La incidencia de la depresión en el ser humano es muy alta. Según datos de la OMS afecta a más de 350 millones de personas en el mundo. Una enfermedad orgánica es más asumible por parte de la persona, pero un estado depresivo cuesta comprenderlo y asumirlo.

Tener una experiencia depresiva puede ser de las cosas más duras que te ocurran, pero también se puede aprender de ella. Yo sufrí una depresión por el año 1988, tras una separación, sólo quería dormitar y me evadía trabajando, apenas comía y los días se me hacían eternos.

Muchas veces creemos que infelicidad y depresión son lo mismo, pero los momentos de infelicidad o insatisfacción pueden muchas veces ser superados con cariño, apoyo y comprensión del entorno, más en el estado depresivo esos elementos muchas veces no llegan a aliviarte e, incluso, muchas veces molestan, te haces una coraza, no hay nada que te consuele. Si eres infeliz, incluso tú mismo te cuidas y consuelas, estando deprimido te criticas, no confías en ti mismo.

Estando deprimido el color de la vida cambia, los tonos brillantes y luminosos se vuelven apagados, tenues, descoloridos, hay algo que parece mantenerte alejado y distante de todo lo que te rodea. Es una sensación de sentirte a solas en una cárcel de la que no sabes salir.

Hay una canción de Joan Baptista Humet, titulada “Canción para una depresión” que describe muy bien lo que a uno le sucede. Te animo a que la escuches: https://www.youtube.com/watch?v=86SqaCDqwuc

La sensación de aislamiento es lo que hace dura la depresión. Para los que trabajamos en psicoterapia, cuesta mucho ayudar a una persona a salir de una depresión, porque, aunque ella racionalmente quiere salir de ahí, se aferra a ella como una tabla de salvación, es como defender lo que no quieres mantener.

La depresión no habría que tratarla como una enfermedad, sino como un mecanismo de defensa cuando tu estructura de significados se derrumba y, sobre todo qué significas tú con respecto a ti mismo.

RECETA PARA DEPRIMIRSE

En síntesis, si quieres deprimirte, debes hacer lo siguiente:
1)   Creer que tú, tu vida y el mundo sois inmutables, tal como te ves y la ves o lo ves.
2)   Creer que haces algo mal o eres malo y que debes esforzarte por ser bueno.
3)   Creer que vives en un mundo de justicia en el que el que es malo es castigado y el que es bueno recompensado.
4)   Creer que te va a sobrevenir un desastre. Con esto último, además, también tendrás angustia.

Esto nos viene por la educación que hemos tenido y las creencias que se han instalado en nuestro procesador. La religión siempre nos ha dicho que si eres bueno vas al Cielo y que si eres malo al Infierno, luego, al final, Dios aplica justicia. Esta promesa de recompensa o castigo ejerce una poderosa influencia en tu vida actual. Esta división polarizada de que al final los buenos tendrán su recompensa y los malos su merecido, focaliza toda la labor de tu vida. Creer en esta división nos hace ser presos de nuestra conciencia. Pasamos toda nuestra vida queriendo dar la imagen de bondad que la familia y la sociedad esperan de nosotros. De esta forma hacemos que el sufrimiento y el sacrificio se nos haga soportable para garantizarnos nuestra recompensa, sin saber que Dios siempre te recompensará hagas lo que hagas. Y alguien dirá: ¡Pero eso es injusto, ¿cómo a este que ha sido un malvado le van a dar lo mismo que a mí? Recuerda la parábola del hijo pródigo, cuando el hermano mayor se quejaba ante el Padre de que agasajase a su hermano después de lo que había hecho.

Tener fe en un mundo justo nos proporciona sensación de seguridad porque podemos predecir lo que va a ocurrir.

Cuando ocurre una desgracia nos preguntamos: ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Por qué ha ocurrido esto?

A la primera pregunta se contesta haciendo un análisis pericial de lo ocurrido. Al “por qué” se contesta con tres respuestas plausibles:
1)   Fue culpa de alguien.
2)   Fue culpa mía.
3)   Ocurrió por casualidad.

En consonancia con la idea del mundo justo, nada ocurre por casualidad, con lo cual la tercera alternativa no es viable. De esta forma los desastres son siempre un castigo a una maldad, es decir, o fue culpa de alguien o fue culpa tuya. De ahí que cuando eres tú el que padeces una adversidad y ésta se instala de una forma más o menos permanente, ya no te vale con culpabilizar a los demás o incluso a Dios, es porque el culpable eres tú. Esto es algo que les suele suceder a las “buenas” personas, tienden a culpabilizarse. Por lo tanto, “ser bueno” es estar predispuesto a culpabilizarte. Si te aíslas los demás no descubrirán lo malvado que eres y, también, por otro lado, no harás maldades hacia los demás. El destino no te ofrece más que castigo y no vas a salir de él. De ahí que te apartas de la posibilidad de un futuro esperanzador. Ya estás instalado en la cárcel de la depresión.

¿Cómo podríamos salir de esta espiral interpretativa absurda? Simplemente aceptando que EL MUNDO ES COMO ES y TÚ ERES COMO ERES. Puedes descubrir que tú, la vida y el mundo no son determinaciones del universo o de Dios, sino significados que has construido y que puedes cambiarlos. Decide a partir de este momento hacerte responsable de tu vida, no culpable, y toma decisiones que te lleven a determinar el destino que quieres y la felicidad que deseas.

Eres un ser bueno porque bueno te hicieron, porque te sientes mejor así, y no porque por ello te van a recompensar con el Cielo. ELIGE AMARTE, NO CASTIGARTE.

Espero la lectura haya sido de tu agrado.

Un fuerte abrazo y, por favor, compártelo con tus conocidos.

Juan Fernández Quesada.


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