Parece que hay en los
últimos tiempos una epidemia de rupturas y divorcios, al menos en mi entorno, y
como no desearía bajo ningún concepto que mi matrimonio fracasara, me pregunto
a qué se debe, para no caer en los mismos errores. Escucho con frecuencia
frases como “se acabó la pasión”, “perdimos la ilusión” o, como cantaba Rocío
Jurado, “se nos rompió el amor de tanto usarlo”. Sospecho que la razón por la
que se destruye una relación no debe ser tanto desgastarla por el exceso de
uso, como tenerla descuidada.
Me hace gracia lo de
justificar el dedicar poco tiempo a las personas queridas con el argumento de
que es “de calidad”. ¡Ya sólo faltaba que encima de no pasar momentos con
ellas, estuviéramos mirando mientras tanto la tele o el móvil, sin prestarles
ninguna atención! No se me ocurre cómo podría sostenerse y crecer una relación
si no hay tiempo para compartir conversación, caricias y risas. Las personas
evolucionamos y si no ponemos interés en conocer en quién se está convirtiendo
el que tenemos al lado, pronto acabará siendo un desconocido.
Pienso que no se trata tanto
de una cercanía física (que también), sino emocional. De estar a disposición
del otro y hacer lo posible por que no se sienta solo. Si cuando uno necesita
ayuda o aliento se da cuenta que el otro no está allí para apoyarle, acabará
buscando esa intimidad en otra parte, aunque no sea de tipo sexual, y se irá
distanciando de aquel con no quien no puede contar, de forma al principio
imperceptible, hasta que acaba sobrando.
¡Qué excitantes resultan los
comienzos de una relación, cuando todo es novedoso, sentimos mariposas en la
boca del estómago y cada instante es un descubrimiento! Pero si ya no nos da un
vuelco el corazón cuando oímos que se abre la puerta de casa y nos da igual
arreglarnos que presentarnos ante el otro de cualquier manera, hasta el punto
de que la confianza “dé asco”. Si transcurren semanas, meses o años sin
intercambiar confidencias. Si utilizamos las palabras como armas arrojadizas,
sentimos que las necesidades del otro son un ataque a mi bienestar, no
valoramos lo que hacen por nosotros, creemos saber todo sobre nuestro compañero
y perdemos el interés por conocerle mejor, si nos pasamos la vida peleando por
tener la razón e imponer nuestro criterio… ¿De qué nos extrañamos si un día nos
damos cuenta de que no queremos a nuestra pareja, que ni siquiera nos gusta?
El sábado nos reunimos una
treintena de amigos para hacer una caminata junto al río Torío. Antes de llegar
al punto de encuentro sostuve una agria discusión con mi marido por un tonto
malentendido, bien sazonada de “siempres” y “nuncas”. Se me pasó el disgusto
mientras saludaba a unos y otros, y cuando me volví a encontrar frente a
Gerardo decidí tratarle como a los demás: acercarme, presentarme, preguntarle
su nombre y acogerle entre mis brazos, porque a veces tenemos más atenciones
con cualquiera que con los de casa. A fin de cuentas, si lo primero que te
recomienda cualquier informático cuando surgen fallos en el sistema operativo
es reiniciar el ordenador, ¿por qué no iba a funcionar lo mismo con las
personas? ¿Por qué no empezar de cero para ver los acontecimientos con una
mirada directa, en lugar de a través de unas gafas deformantes, teñidas por lo
que creo haber “aprendido” de experiencias pasadas?
Me viene a la mente ahora el
argumento de la película 50 primeras
citas, en el que Henry, un biólogo marino interpretado por Adam Sandler, se
enamora de Lucy (Drew Barrymore), una chica que padece un problema de memoria a
corto alcance debido a un accidente y vive desde entonces en el 13 de octubre
de 2002, sin poder recordar lo que ha sucedido desde esa fecha. Se ve obligado
a conquistarla cada día para poder estar a su lado, porque los avances de ayer
no sirven hoy. Y nos sale pensar “¡pobrecito!”, cuando tal vez sea una suerte,
porque en su relación no hay lugar para la rutina, los sobreentendidos y los
méritos adquiridos.
¿Y si en lugar de intentarlo
una y otra vez con diferentes personas, pero con el mismo sistema e idéntico
resultado, cambiamos el planteamiento y recomenzamos cada día con la misma?
Cuando se les pregunta su secreto a parejas que siguen tan enamoradas como el
primer día después de muchos años, suelen dar respuestas parecidas: que cada
día hay que reconquistar a quien un día elegimos, dejando de lado la comodidad
y manteniendo siempre abiertos los canales de comunicación. La vida se
convertiría así en una gran aventura romántica, donde el poso de lo vivido es un
aliciente para nuevos descubrimientos, juntos, ahondando en el amor. Eso es lo
que deseo para mí, así que ¿qué voy hacer hoy para mantener viva la llama?
Ana Cristina López Viñuela