7- Cultivar la
tolerancia
La práctica de la
tolerancia es uno de los valores que más potenciará y contribuirá a ese
mundo mejor. La tolerancia; une: la intolerancia; rompe y destruye la relación
y la concordia entre los humanos. En la simpleza de estas palabras queda
reflejada su grandeza. La grandeza de quién de este valor hace su forma y el
sentido de su vida. Una vida, al servicio de la convivencia y de ese
deseado mundo mejor.
Cultivar y
practicar la tolerancia implica, entre otras actitudes: ceder
responsablemente para evitar enfrentamientos innecesarios; nos ayuda a entender
para comprender y transigir-aceptar-; propicia y
facilita la práctica de pequeños "sacrificios" por una
mejor y más plena convivencia; no ponernos tanto en primera persona, evitando
exclamaciones como esta: por qué me ha pasado a mí, y no a otro, ante una
situación adversa, como tampoco debemos magnificar hechos intrascendentes, sino
todo lo contrario. En contrapartida a lo expuesto, también podríamos decir:
¿por qué las cosas positivas me pasan a mí, y no a otros seres humanos con
tantas necesidades a cubrir?
Tolerar y aceptar las
situaciones dónde no resultamos favorecidos. Tolerar actitudes y opiniones
discordantes, como en aquellas situaciones en las que por uno u otro motivo
estamos en desacuerdo, siempre y cuando no afecten a nuestros valores y
dignidad personal. Éstos deben ser defendidos empleando palabras y reflexiones
respetuosas, fundamentadas desde el debido respeto ajeno y por lo ajeno.
Al poner en
práctica cada uno de estos apartados, entre otros razonamientos,
favoreceremos un mejor entendimiento en la relación humana; eliminaremos
situaciones conflictivas que, de no estar presididas por la tolerancia, sin
duda alguna, aflorarán.
8- Reconocer
los errores
Con esta humana y humilde
acritud crearemos y favoreceremos la tan necesaria cercanía entre las personas
de nuestro entorno. Contribuiremos a rebajar la tensión, al tiempo que
estableceremos una comunicación más sólida y profunda. Quién reconoce sus
errores, se ha ganado un lugar de privilegio en la sociedad: requiere de un
valorable grado de humanidad y de humildad. Dos grandes valores y virtudes que
distinguen, en gran manera, a su poseedor.
Lo siento, me he
equivocado, lo reconozco, expresado desde el sentimiento -no es necesario pedir
*perdón-, con estas simples y sencillas palabras, pero mágicas, cargadas de
humanidad, ¡cuántos problemas evitaríamos en el trascurso de nuestra
existencia, antes que empecinarnos en culpar al prójimo o cargarnos
de unas razones que no nos pertenecen, creando crispación y desasosiego con las
personas con las que nos relacionamos! ¿De qué nos sirve la soberbia
y el orgullo -grandes enemigos de la concordia humana- cuándo son el origen de
tantos problemas sociales al negarnos a reconocer nuestra realidad, cómo es el
reconocimiento de nuestros errores con la debida restitución?
No debemos quedarnos en
el reconocimiento de nuestros errores, siendo este un valor destacable,
sino que debe de ser el inicio para cambiar en aquellos aspectos negativos
susceptibles de ser mejorados, los que tanto malestar producen en las
personas de nuestro entorno: justamente, a las que decimos querer.
Necesitaremos de una
apreciable dosis de humildad en el reconocimiento de nuestros actos inadecuados
para erradicarlos, desprovista del orgullo y de la soberbia, antes mencionados,
siendo éstos tan nefastos para conseguir la armonía entre los humanos.
Esta humildad nos ayudará, grandemente, a cobrar conciencia de nuestra
realidad -principio de realidad- para, de tal manera, iniciar nuestro proceso
evolutivo, el que tanta paz y bienestar nos proporcionará: para contribuir a
ese mundo mejor.
Quién reconoce sus
errores o actos inadecuados, solicita disculpas y restituye lo necesario,
contribuye grandemente a una mejor convivencia para conseguir ese deseado mundo
mejor. ¡Quién de tal modo proceda, bienvenido sea a la sociedad!
*Perdón. Esta
palabra o expresión, de por sí, puede llegar a estar "vacía" de
sentido o de contenido humano cuando es expresada a modo de disculpa sin más,
pero vacía de sentimiento. No es así, cuando las disculpas solicitadas
provienen desde nuestro interior como un sentimiento supremo en la relación
humana. Bajo este prisma, la palabra perdón reconocida socialmente,
deja de tener un sentido más profundo y pasa a ser una expresión a modo de
"cortesía".
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