Esa es una de las frases más recurrentes
en la que caemos con excesiva facilidad ya consumida una valorable parte
de nuestras vidas. Así justificamos haber hecho aquello que esperaban de
nosotros para justificar, de nuevo, el fracaso de una vida en algunos aspectos
personales, laborales, sociales…
Así razonamos y justificamos el hecho
de no habernos involucrado responsablemente en dirigir nuestros pasos con
autoridad y criterio propio en el inicio de nuestra etapa adulta, cuando la
pregunta más coherente debería –deberá- ser, ¿qué espero de mí? ¿Quiero
ser el gestor de mi vida o, por el contrario, convertirme en marioneta o
juguete en manos ajenas en función de sus deseos más impositivos que
argumentados?
Esa marioneta es y será la demostración
evidente de mi incapacidad por tener criterio propio, de personalidad y de
responsabilidad; por dejarme llevar por unos planteamientos cómodos y
facilones, pero de funestas consecuencias en cuanto a mí futuro y realización
personal; por desidia en adquirir unos valores y compromisos personales; por
esperar a que otros solucionen mi vida... En este caso: mi pobre vida
exenta de «vida».
Quién adoptara tal forma de vida se
asemejará a ese velero sin patrón: irá adónde le lleve el viento. ¿El viento de
la gracia o de la desgracia? Posiblemente, este último será su destino y
compañero de más infortunios en el futuro.
Cuando nuestro proyecto de vida nos
defrauda porque en su día decidimos inhibirnos de él, porque otros lo
dirigieron o fue lo más simple, dejé que tomaran el rumbo de mi vida. En el
presente resulta ser más cómodo responsabilizarles a ellos antes de reconocer
nuestra incompetencia, desidia o falta de madurez las que incidieron,
negativamente, en nuestra trayectoria personal en sus diversos campos y áreas.
Esa madurez es la que nos pondrá, precisamente, en el camino que nos dé/dará respuestas
congruentes y lógicas ante el futuro; a tomar decisiones en primera persona; a
responsabilizarnos de nuestros actos para conseguir una vida más
plena.
Esa actitud y forma de reconducir
nuestra vida es la que nos dará un carácter, y una personalidad más amplia y
rocosa posible ante las diversas dificultades que nos presente-presentará- en
el futuro la propia existencia. Nos convertiremos en administradores
y gestores independientes de nuestras vidas y decisiones; daremos una amplia
personalidad a nuestra existencia. Evidentemente con sus aciertos y errores,
los que convertiremos en puntos de aprendizaje y experiencias enriquecedoras.
Vivir bajo el influjo de este interrogante
¿qué espero de mí?, empezaremos a «construir responsablemente» nuestro
futuro, acertado o no tanto, pero, indudablemente, con criterio y personalidad
propia. Evidentemente, debemos estar abiertos a cualquier información externa
por si puede aportarnos, positivamente, unas opiniones valorables en beneficio
propio.
Entonces, estaremos más preparados para
afrontar las diversas ocasiones conflictivas que nos depare el destino. El
interrogante mencionado anteriormente (¿qué espero de mí?) nos abrirá el camino
hacia nuestro conocimiento interior -mencionado en tantos escritos -, el que
nos proporcionará esa necesaria madurez y equilibrio ante los
diversos avatares que nos plantea la vida: nos hará ver en la
«oscuridad».
Resumiendo:
Cuando mi existencia la he gestionado en función de lo que espera la
sociedad de mí y esa actitud me ha abocado al fracaso, no deberé culparla,
pero sí a uno mismo, al no afrontar responsablemente el inicio de mi etapa de
adulto. Los posibles fracasos venideros serán su consecuencia.
¿Qué espero de mí? Necesario y profundo interrogante
al que deberé darme una explicación congruente y razonada. Tendré la
posibilidad de conocerme para descubrir en qué áreas personales tengo más posibilidades
de dar lo mejor de mí mismo y de aquellas otras que pueden ser conflictivas
para ser superadas.
Conocimientos de vida y de esperanza