viernes, 6 de diciembre de 2019

COMO LA VIDA MISMA: LA HISTORIA SE REPITE



Sentía cierta resistencia a ver la última película de Alejandro Amenábar, “Mientras dure la guerra”, porque hay aspectos de nuestra historia reciente a los que aún me muestro sensible y porque iba a ir acompañada por mi madre, que vivió algunos de esos hechos dolorosos. Pero el otro día nos decidimos a ir al cine y salimos contentas las dos. Por una parte, porque la ciudad de Salamanca, de donde ambas guardamos gratos recuerdos de juventud, desempeñaba un papel protagonista; y por otra, porque no era un filme de “buenos” y “malos”, sino de seres humanos expuestos a una situación dura y compleja, abocados a elegir entre un extremismo u otro, sabiendo que cualquier opción les acabaría consumiendo a ellos y a lo que les era más querido. Como decía Antonio Machado, “una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, si no te acababan decepcionando ambas.

Karra Elejalde ha recreado un Unamuno contradictorio, con sentimientos y convicciones contrapuestos. Pienso que los héroes, muchas veces, no son más que personas hartas. Más que sus miedos o sus debilidades acaba pesando en ellos la incapacidad de tolerar por más tiempo las injusticias y el sufrimiento, propio y ajeno.

Y los villanos absolutos tampoco existen, simplemente son seres humanos que elevan su ideología a la categoría de credo, y ven justificada cualquier barbaridad contra los que sienten como enemigos de su país, de su raza o de su clase social, y por extensión de sí mismos, eliminando cualquier posibilidad de empatía. 

O individuos que sienten miedo y ceden a las presiones. Es muy fácil juzgar la cobardía de los demás desde la seguridad de nuestro sofá, pero a saber qué haríamos nosotros si nuestra vida o la de nuestra familia corrieran peligro.

Se atribuye a Napoleón la frase “quienes no conocen la historia están condenados a repetirla”, por lo que me parece muy oportuno reflexionar sobre las consecuencias que tuvo para nuestros antepasados la polarización ideológica previa a la guerra civil española. Es increíble, por lo simplista, echar la culpa a una sola persona o a un único bando. Hubo víctimas y verdugos por ambos lados, y tan crueles fueron las represalias fascistas como las purgas que protagonizaron comunistas, socialistas y anarquistas, o la persecución religiosa. Las actitudes victimistas, por parte de algunos grupos, buscan culpables fuera para no hacerse cargo de sus responsabilidades.

Todavía hay muchos cadáveres en las cunetas y, aunque la transición fue un acuerdo que nos permitió integrarnos en un proyecto común, ya se ve que las heridas no sanaron completamente, pues ahora, casi un siglo después, resucitan los fantasmas del pasado.

Las generaciones que no conocimos el sufrimiento de la guerra civil parecemos muy predispuestas a volver a crear las condiciones que nos condujeron a ella, prefiriendo imponer nuestro criterio a ponernos en el lugar del otro. Si se pierde la capacidad de ver a la persona real que tenemos enfrente, para deshumanizarla y convertirla en un prototipo (el facha, el nacionalista, el rojo, etc.), peligroso y del que hay que “defenderse”, veremos justificadas la violencia y la humillación. ¿Cómo puedo negociar con la “personificación del mal” sin traicionar a los míos? ¿Para qué buscar soluciones acordadas para los problemas si puedo hacer lo que me parezca sin contar con nadie?

Pero al final todos somos personas, ni buenas ni malas, condicionadas por el lugar en que nacimos, la educación, la posición que ocupamos en la sociedad, la familia, las vivencias del pasado… Demonizar al diferente sólo puede conducir a perder lo mejor de nosotros mismos. Creo que ninguna idea merece que se muera o se mate por ella, ni bajo ninguna bandera se pueden acoger la tortura, la manipulación o la mentira, en aras del “progreso”, la “identidad cultural” o la “paz social”, ni ningún otro concepto abstracto. Como dijo Unamuno, “venceréis, pero no convenceréis”, porque en último término, enfrentados a nuestra conciencia, todos sabemos que el fin nunca justifica los medios.

Ana Cristina López Viñuela

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