Una de mis lectoras habituales
me hizo partícipe de una discusión con un amigo suyo acerca de si se podía ser
feliz sin amor y sintiéndose solo, incluso estando casado y con hijos. Su amigo
le decía que la felicidad es unipersonal e intransferible, que todo lo que
necesitamos está en nuestra mente y que una persona incapaz de quererse a sí
misma, también lo es de querer (o ser querido) por otras… Y ella no estaba muy
de acuerdo.
Le dije que lo pensaría. Y
eso estoy haciendo: reflexionar en voz alta. No tengo la solución infalible y
creo que la respuesta a nuestras preguntas la debe encontrar uno mismo, porque
desafortunadamente no son cromos intercambiables y lo que vale para uno no
sirve para todos.
Pienso que la extendida idea
de que somos medias naranjas a la búsqueda de su otra mitad constituye un
completo error. Siempre deberíamos sentirnos “enteros”, porque los demás no
pueden “completarnos”, solo “complementarnos”. Quien se tiene que conocer y aceptar como es,
quien ha de saber qué espera de la vida y qué desea hacer con su tiempo es uno
mismo. Lo que viene de fuera puede orientarme o animarme, pero si no es acorde
con mis necesidades interiores no me ayuda. Querer complacer a alguien a costa
de darme la espalda a mí misma me producirá una insatisfacción que acabaré
volcando en el otro, al que consideraré culpable de lo que es únicamente
responsabilidad mía, por haberle convertido en mi razón de existir y puesto en
sus manos la dirección de mi vida.
La experiencia me ha
demostrado que no existen los “príncipes azules”, ni las “mujeres de tus
sueños”. La idealización de la pareja sólo conduce a la decepción y a
responsabilizarle del fracaso de mis ilusiones. Culpabilizar al otro por no
responder a mis expectativas no es justo, ni realista. Y mi autoestima y estabilidad
emocional no se pueden supeditar a las decisiones o la forma de actuar de otra
persona, porque el poder sobre mis pensamientos y emociones lo debería tener yo
y nadie más. Que me sienta desgraciada en una situación que entiendo como
desfavorable u hostil no significa que mis circunstancias tengan la capacidad
de “hacerme” infeliz, pues hay muchas formas de afrontar el mismo problema.
Tampoco debería ser dura
conmigo misma por verme sobrepasada por una situación, por no saber cómo
afrontar un problema, o incluso por padecer un trastorno o enfermedad que me
incapacite temporalmente para seguir adelante sola pues, aunque el peso de la
tarea del autoconocimiento y el impulso del cambio siempre recaen sobre cada
uno, nada nos impide pedir ayuda, ni superar un momento difícil tiene por qué
lograrse en tiempo record.
Es
que me siento sola… Es lícito sentirlo, ¿pero es verdad? Lo
cierto es que siempre hay gente a nuestro alrededor que estaría encantada con nuestra
compañía. Pero queremos escoger con quiénes estamos, de acuerdo con lo que
creemos que nos van a aportar. Tal vez todo sería diferente si en lugar de
intentar estar rodeados de quienes “nos interesa”, procuráramos interesarnos en
los que nos rodean. Si acallamos nuestros prejuicios e ideas preconcebidas, no
hay ninguna persona que no sea digna de admiración y de amor. Sin duda nos haría sentir mucho más felices centrar
amorosamente nuestra mirada en quienes están a nuestro lado y aceptarlos tal
como son, en lugar de pretender que los demás se adapten a nuestros deseos o de
tener ojos solo para los ausentes.
Nadie puede negar que estar
enamorado es maravilloso, porque nos refuerza la autoestima, nos llena de confianza
y nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos. Pero hay muchos tipos de amor,
y la relación con un familiar, un amigo, un grupo en el que nos sentimos
integrados, una mascota… o la pasión que nos pueden despertar el conocimiento,
la naturaleza, la belleza, etc. pueden generar los mismos efectos, sin
necesidad de una pareja. No apostemos a una sola carta.
Si nos sentimos aislados
podemos comenzar por buscar personas con las que podamos compartir una
inquietud o una afición, o que necesitan nuestra ayuda. En lugar de apoltronarnos
frente al televisor, compadecernos de nosotros mismos y gruñir a quien se
acerque, es mucho más gratificante quedar para hacer deporte, ir al cine o simplemente
conversar con nuestros seres queridos, apuntarse a una clase, integrarse en una
asociación, comprometerse en un voluntariado… Y quizás, una vez nos sintamos a
gusto en nuestra piel, sin volcar la responsabilidad de nuestra insatisfacción
interior en otras personas, seamos capaces de retomar con más ganas una
relación que hasta ese momento no iba bien, o emprender otra más sana, sin
repetir los mismos errores.
No te puedo decir exactamente
qué o cómo, pero si no te sientes a gusto con tu vida haz algo por cambiarla,
porque, no te engañes, tu felicidad depende en última instancia de ti.
Ana Cristina López Viñuela
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