martes, 28 de enero de 2020

COMO LA VIDA MISMA: HAZ ALGO POR TU VIDA



Una de mis lectoras habituales me hizo partícipe de una discusión con un amigo suyo acerca de si se podía ser feliz sin amor y sintiéndose solo, incluso estando casado y con hijos. Su amigo le decía que la felicidad es unipersonal e intransferible, que todo lo que necesitamos está en nuestra mente y que una persona incapaz de quererse a sí misma, también lo es de querer (o ser querido) por otras… Y ella no estaba muy de acuerdo.

Le dije que lo pensaría. Y eso estoy haciendo: reflexionar en voz alta. No tengo la solución infalible y creo que la respuesta a nuestras preguntas la debe encontrar uno mismo, porque desafortunadamente no son cromos intercambiables y lo que vale para uno no sirve para todos.

Pienso que la extendida idea de que somos medias naranjas a la búsqueda de su otra mitad constituye un completo error. Siempre deberíamos sentirnos “enteros”, porque los demás no pueden “completarnos”, solo “complementarnos”.  Quien se tiene que conocer y aceptar como es, quien ha de saber qué espera de la vida y qué desea hacer con su tiempo es uno mismo. Lo que viene de fuera puede orientarme o animarme, pero si no es acorde con mis necesidades interiores no me ayuda. Querer complacer a alguien a costa de darme la espalda a mí misma me producirá una insatisfacción que acabaré volcando en el otro, al que consideraré culpable de lo que es únicamente responsabilidad mía, por haberle convertido en mi razón de existir y puesto en sus manos la dirección de mi vida.

La experiencia me ha demostrado que no existen los “príncipes azules”, ni las “mujeres de tus sueños”. La idealización de la pareja sólo conduce a la decepción y a responsabilizarle del fracaso de mis ilusiones. Culpabilizar al otro por no responder a mis expectativas no es justo, ni realista. Y mi autoestima y estabilidad emocional no se pueden supeditar a las decisiones o la forma de actuar de otra persona, porque el poder sobre mis pensamientos y emociones lo debería tener yo y nadie más. Que me sienta desgraciada en una situación que entiendo como desfavorable u hostil no significa que mis circunstancias tengan la capacidad de “hacerme” infeliz, pues hay muchas formas de afrontar el mismo problema.

Tampoco debería ser dura conmigo misma por verme sobrepasada por una situación, por no saber cómo afrontar un problema, o incluso por padecer un trastorno o enfermedad que me incapacite temporalmente para seguir adelante sola pues, aunque el peso de la tarea del autoconocimiento y el impulso del cambio siempre recaen sobre cada uno, nada nos impide pedir ayuda, ni superar un momento difícil tiene por qué lograrse en tiempo record.

Es que me siento sola… Es lícito sentirlo, ¿pero es verdad? Lo cierto es que siempre hay gente a nuestro alrededor que estaría encantada con nuestra compañía. Pero queremos escoger con quiénes estamos, de acuerdo con lo que creemos que nos van a aportar. Tal vez todo sería diferente si en lugar de intentar estar rodeados de quienes “nos interesa”, procuráramos interesarnos en los que nos rodean. Si acallamos nuestros prejuicios e ideas preconcebidas, no hay ninguna persona que no sea digna de admiración y de amor.  Sin duda nos haría sentir mucho más felices centrar amorosamente nuestra mirada en quienes están a nuestro lado y aceptarlos tal como son, en lugar de pretender que los demás se adapten a nuestros deseos o de tener ojos solo para los ausentes.

Nadie puede negar que estar enamorado es maravilloso, porque nos refuerza la autoestima, nos llena de confianza y nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos. Pero hay muchos tipos de amor, y la relación con un familiar, un amigo, un grupo en el que nos sentimos integrados, una mascota… o la pasión que nos pueden despertar el conocimiento, la naturaleza, la belleza, etc. pueden generar los mismos efectos, sin necesidad de una pareja. No apostemos a una sola carta.

Si nos sentimos aislados podemos comenzar por buscar personas con las que podamos compartir una inquietud o una afición, o que necesitan nuestra ayuda. En lugar de apoltronarnos frente al televisor, compadecernos de nosotros mismos y gruñir a quien se acerque, es mucho más gratificante quedar para hacer deporte, ir al cine o simplemente conversar con nuestros seres queridos, apuntarse a una clase, integrarse en una asociación, comprometerse en un voluntariado… Y quizás, una vez nos sintamos a gusto en nuestra piel, sin volcar la responsabilidad de nuestra insatisfacción interior en otras personas, seamos capaces de retomar con más ganas una relación que hasta ese momento no iba bien, o emprender otra más sana, sin repetir los mismos errores.
No te puedo decir exactamente qué o cómo, pero si no te sientes a gusto con tu vida haz algo por cambiarla, porque, no te engañes, tu felicidad depende en última instancia de ti.

Ana Cristina López Viñuela

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