domingo, 13 de septiembre de 2020

EL RINCÓN DE INMA: Mi ombligo, mi mundo

 



Alberto es una persona de mediana edad, blanca, español, sin problemas económicos. Vive en una ciudad grande y tiene la suerte de poder teletrabajar cuando empieza el confinamiento.

 

Decide trasladarse a su casa de campo confortable y con todas las comodidades: internet, aire acondicionado, calefacción, ducha hidromasaje. El lugar es tranquilo, a simple vista es un privilegiado.

 

Pero su miedo y desconfianza van creciendo, se aleja de su entorno de amigos, poco a poco también se aparta de su familia, termina por aislarse en la planta de arriba.

 

Limpia compulsivamente la pantalla del móvil, consume información sin parar, noticias reales, otras falsas, bulos, datos, muertos, más datos, contagiados, pruebas PCR, anticuerpos, fase 2, desescalada, vacuna…

 

Su único contacto con el exterior consiste en recibir al repartidor de Amazon, a través de la verja. No le saluda, no establece contacto visual con él, detrás de su mascarilla, la más cara del mercado, sólo se le oye decir: " déjalo ahí", tampoco hay despedida, ni un gracias, nada.

 

Con el paso de los días empieza a aburrirse, decide pedir comida rápida a través de cualquier aplicación, después se siente mal y, para quemarla, hace un poco de ejercicio en casa, el justo para poder subir una foto a redes sociales en la que se vean los muebles de diseño y  su camiseta de marca, en la parte de abajo sigue llevando el pantalón del pijama.

 

Estamos aislados pero no podemos perder confort, necesitamos seguir dominando el mundo, ahora a golpe de clic, mientras nosotros estemos fuera de peligro poco importa que nuestro pedido haya sido empaquetado por gente con familia, con amigos, que también tienen miedos, poco importa que haya sido fabricado por chinos, ¡¡¡uuyy he dicho chinos!!! entonces mejor dejar el pedido en cuarentena en el jardín por si las moscas; otra posibilidad es que ese objeto que acabará en unos días olvidado en un rincón lo fabricaran niños en pésimas condiciones laborales, es irrelevante también.

 

Un día, después de muchos meses, decide salir a la calle, angustiado, deshumanizado, con la tristeza impresa en su rostro, cree que por fin es libre pero se ha hecho preso de sí mismo, de su colección de manías, no ha sido paciente Covid, pero es portador de la peor de las pandemias y ahora la contagiará de forma masiva, los síntomas: pesimismo, apatía, desconfianza hacia nuestros semejantes.

 

Ese hombre de clase media destinado a tenerlo todo es sólo un pobre hombre deambulando por paisajes que ya ni le reconocen mientras se frota las manos por enésima vez con el hidroalcohol que lleva en el bolsillo izquierdo de la chaqueta.

 

Miro para la foto de arriba y llorar se queda corto, pienso en Alberto, a nuestro modo tod@s podríamos ser él y siento que el mundo es una mierda, por lo menos este mundo que se queja, que no agradece, que siempre quiere más, que juzga al de al lado, este mundo que está construido solo para unos pocos.

 

INMA REYERO DE BENITO

1 comentario:

  1. Muy bien descrito, Inma. Deduces que el mundo está construido para unos pocos, pero ¿qué mundo? Dice Galeano que dentro de la barriga del mundo hay otros mundos. Y ahí está el tuyo: rico, sensible, imaginativo, valiente. La pandemia es terrible, mucho más, creo, yo de lo que normalmente apreciamos. Para tratar de superar tanta angustia tu mundo es el mejor. Felicidades. Luis

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