Alberto es una persona de mediana edad, blanca, español, sin problemas económicos. Vive en una ciudad grande y tiene la suerte de poder teletrabajar cuando empieza el confinamiento.
Decide
trasladarse a su casa de campo confortable y con todas las comodidades: internet,
aire acondicionado, calefacción, ducha hidromasaje. El lugar es tranquilo, a
simple vista es un privilegiado.
Pero
su miedo y desconfianza van creciendo, se aleja de su entorno de amigos, poco a
poco también se aparta de su familia, termina por aislarse en la planta de
arriba.
Limpia
compulsivamente la pantalla del móvil, consume información sin parar, noticias
reales, otras falsas, bulos, datos, muertos, más datos, contagiados, pruebas
PCR, anticuerpos, fase 2, desescalada, vacuna…
Su
único contacto con el exterior consiste en recibir al repartidor de Amazon, a
través de la verja. No le saluda, no establece contacto visual con él, detrás
de su mascarilla, la más cara del mercado, sólo se le oye decir: " déjalo
ahí", tampoco hay despedida, ni un gracias, nada.
Con
el paso de los días empieza a aburrirse, decide pedir comida rápida a través de
cualquier aplicación, después se siente mal y, para quemarla, hace un poco de
ejercicio en casa, el justo para poder subir una foto a redes sociales en la
que se vean los muebles de diseño y su
camiseta de marca, en la parte de abajo sigue llevando el pantalón del pijama.
Estamos
aislados pero no podemos perder confort, necesitamos seguir dominando el mundo,
ahora a golpe de clic, mientras nosotros estemos fuera de peligro poco importa
que nuestro pedido haya sido empaquetado por gente con familia, con amigos, que
también tienen miedos, poco importa que haya sido fabricado por chinos, ¡¡¡uuyy
he dicho chinos!!! entonces mejor dejar el pedido en cuarentena en el jardín
por si las moscas; otra posibilidad es que ese objeto que acabará en unos días
olvidado en un rincón lo fabricaran niños en pésimas condiciones laborales, es
irrelevante también.
Un
día, después de muchos meses, decide salir a la calle, angustiado,
deshumanizado, con la tristeza impresa en su rostro, cree que por fin es libre
pero se ha hecho preso de sí mismo, de su colección de manías, no ha sido
paciente Covid, pero es portador de la peor de las pandemias y ahora la
contagiará de forma masiva, los síntomas: pesimismo, apatía, desconfianza hacia
nuestros semejantes.
Ese
hombre de clase media destinado a tenerlo todo es sólo un pobre hombre
deambulando por paisajes que ya ni le reconocen mientras se frota las manos por
enésima vez con el hidroalcohol que lleva en el bolsillo izquierdo de la
chaqueta.
Miro
para la foto de arriba y llorar se queda corto, pienso en Alberto, a nuestro
modo tod@s podríamos ser él y siento que el mundo es una mierda, por lo menos
este mundo que se queja, que no agradece, que siempre quiere más, que juzga al
de al lado, este mundo que está construido solo para unos pocos.
INMA
REYERO DE BENITO
Muy bien descrito, Inma. Deduces que el mundo está construido para unos pocos, pero ¿qué mundo? Dice Galeano que dentro de la barriga del mundo hay otros mundos. Y ahí está el tuyo: rico, sensible, imaginativo, valiente. La pandemia es terrible, mucho más, creo, yo de lo que normalmente apreciamos. Para tratar de superar tanta angustia tu mundo es el mejor. Felicidades. Luis
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