Con demasiada
frecuencia, oímos, pero no escuchamos la palabra ajena. Ante esta situación,
podemos comparar el sonido producido por la voz humana a esos otros
que nos acompañan en el quehacer a diario. Entonces, la cavidad de
nuestros oídos se asemeja a un objeto metálico: reciben el sonido -la palabra
ajena-, éste rebota y no queda absolutamente nada: se produce el vacío afectivo
interpersonal y la despreocupación por los problemas de las personas de nuestro
medio. En este sentido, cabe preguntarse: ¿vivimos o vegetamos? ¡No
dejemos pasar esta oportunidad de indagar en nuestro interior para darnos,
responsablemente, una respuesta!
Retomando el párrafo
anterior, podemos deducir que: físicamente, compartimos un espacio,
pero carente de sentimiento-porque oímos, pero no escuchamos-; humanamente,
se produce un vacío en la relación humana, lo que provoca
el desconocimiento y la desafección hacia nuestro semejante. Esta
forma de relacionarme, me demuestra mi grado de preocupación por el
prójimo, y mi calidad y esencia como ser humano. ¿Puede ser esta la prueba
del algodón? ¿Realmente, estoy interesado en averiguarlo? ¡Valorémoslo cómo un
punto de reflexión en nuestro proceso evolutivo!
Oímos, pero no
escuchamos: esta es una de las mayores tragedias y
desgracias que le puede ocurrir a la especie humana: a todos nosotros. Esta
actitud potencia nuestro autismo y destruye la excelencia en
la relación humana. Nos aísla e incomunica de nuestros
semejantes, al tiempo que dificulta nuestro conocimiento y crecimiento
personal. Deberíamos recordar que: interiorizar la palabra ajena,
es una de las principales fuentes de aprendizaje en nuestro proceso evolutivo.
Al escuchar
con atención el contenido de la palabra ajena, establecemos unos
fuertes vínculos afectivos interpersonales. Las personas se sienten
escuchadas, valoradas y acogidas por nuestro interés hacia ellas. Por lo
tanto, a partir de este interés se establecerán unos vínculos de unión más
fuertes y duraderos en el tiempo.
¿Por qué oímos, pero no
escuchamos? Entre otros razonamientos: por nuestra incapacidad
natural a la escucha responsable; por el desinterés que
demostramos hacia las personas y su problemática; sentirnos superados por
nuestros problemas o conflictos no resueltos, dificultamos e
impedimos la escucha responsable; ponernos en
primera persona interrumpiendo la palabra ajena
para priorizar la propia, es un signo evidente de menosprecio hacia
el sentimiento de las personas, propicia la
incomunicación y la desafección, hecho que no debemos
olvidar.
El ser humano, es
decir, cada uno de nosotros tenemos pendiente una gran tarea como es la de
aprender a escuchar para comprender, sentir y apreciar a nuestros semejantes,
de lo contrario, viviremos autísticamente cerrados en nuestro mundo, y en
nuestra burbuja sin posibilidad de ofrecernos a nosotros mismos un mundo
mejor, más comunicativo, más comprensivo y más humano.
¿OÍMOS O ESCUCHAMOS?
¡Esta puede ser una de las cuestiones que
tiene ante sí, no solamente la persona como individuo, sino toda la
humanidad!
Mravilloso artículo, Joan. Gracias por hacernos tomar conciencia de la importancia de la escucha. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias a tí, apreciado Juan.
ResponderEliminarPor publicar y dar cabida a los artículos aportados por los componentes de la Asociación.
Recibe un cálido abrazo,
Joan