Cuando hace ya más de veinte
años pasé parte de la Navidad en Panamá, con mi hermano y su familia, me
pareció increíblemente postizo que, a cuarenta grados de temperatura y en un ambiente
tropical, los centros comerciales estuvieran llenos de paisajes nevados,
trineos y papás Noeles abrigados hasta las orejas. Pero incluso aquí, en
España, a veces siento que estamos siendo invadidos por las costumbres e
iconografía que vemos en las películas “navideñas” americanas, que tanto
abundan, mientras que nuestro cine, por el contrario, parece que le ha cogido
tirria a estas fiestas desde que se perdió Chencho en el mercadillo de la Plaza
Mayor de Madrid en “La gran familia”.
En cualquier caso, Santa Claus
no deja de ser un poderoso empresario del juguete, a la cabeza de una compañía
multinacional que explota a sus elfos y sus renos, que más que trabajadores
finlandeses parecen africanos o del sudeste asiático. No veo mayor diferencia
entre escribir la carta a él y hacer un pedido a Amazon. Pero ya que parece que
no podemos prescindir de los “suministradores de regalos”, prefiero potenciar
la economía tradicional y encargarlos a los Reyes Magos, de los que he sido
cliente toda la vida y siempre me han tratado bien.
En cambio, la simbología del
árbol o del ramo me parece muy hermosa, pues se trata de adornar la vida con los
regalos que nos da la tierra, para celebrar y agradecer tanta plenitud. O la de
la luz, en forma de estrella o de vela encendida, pues la razón de que festejemos
el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre no se debe a que, siglos después de
la muerte de todos los testigos presenciales, apareciese de repente una partida
de nacimiento o una reveladora felicitación de cumpleaños, sino a que el
solsticio de invierno significa el triunfo del sol sobre la oscuridad, trayendo
la esperanza de días más largos y el inicio de un nuevo ciclo natural. Y así el
cristianismo entronca con nuestras raíces más ancestrales, porque lo espiritual
sólo se puede asentar sobre lo más profundamente humano.
Pero lo que me encanta es el
belén, porque allí tienen cabida la familia, la fiesta, la música y la comida,
el compartir con los vecinos, el acogimiento del forastero, la mezcolanza
alegre de intelectuales, soldados y los más humildes trabajadores con los
animales, o incluso los ángeles… Todos encuentran su lugar en el nacimiento. ¡Qué
mayor riqueza que descubrir lo divino en todas esas pequeñas cosas cotidianas,
que solemos tener tan olvidadas, como el procurar el bienestar de nuestros
seres queridos o el sentir que todos los seres humanos formamos parte de la
misma comunidad! Tal vez, como los Magos de Oriente, hemos emprendido un largo
viaje buscando la felicidad, la satisfacción personal, la “perfección”… y al
final del camino descubrimos que siempre estuvieron con nosotros, en nuestro
interior y en el entorno habitual, pero sólo las pueden reconocer quienes son
como niños y se abren con curiosidad y sin prejuicios a la realidad. Limpia tu
mirada y saborea lo que esta Navidad trae para ti y para mí, más allá de las
rutinas navideñas y de los objetos materiales.
Feliz Navidad.
ANA CRISTINA LÓPEZ VIÑUELA
Me ha encantado. Felices fiestas con la familia y amigos.
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