Uno de los ejercicios de visión natural para dejar atrás la miopía es el “baño de oscuridad”. Cada mañana, desde hace varios meses, me ducho con la luz apagada, en la penumbra si ya ha amanecido y se filtra algún entrometido rayo de sol por la ranura de la puerta, o en la oscuridad total en los meses de invierno.
En cuanto una se acostumbra a
localizar a palpo los grifos, el gel, los botes de crema, la toalla… lo cual se
logra en un par de días, se puede concentrar en las sensaciones. Los ojos
intuyen sin ver, los aromas se intensifican, puedes percibir la música del
silencio, sentir en tu piel el contacto del agua cálida y el intercambio de
temperaturas, la energía que las palmas de tus manos transmiten y reciben del
resto de tu cuerpo. Muchas pequeñas percepciones sutiles que se escapan cuando
la mirada se desliza distraída por los contornos de las cosas.
La luz del sol siempre es
diferente. Recuerdo, por ejemplo, cómo los edificios de Salamanca fundían sus
delicados tonos anaranjados con el aire transparente. O la brusca nitidez con
la que se dibujaban los cantos de la piedra rosa de Toulouse en un azul
inmisericordemente claro. Y los rayos solares presentan cualidades curativas,
permitiéndome derretirme como si fuera de chocolate o sintiéndome mimada por
sus cálidas manitas luminosas.
Las llamas del fuego poseen
capacidades hipnóticas, lamiendo el aire entorno a ellas, transportándome a los
mundos atávicos del subconsciente. Purificando mi energía en una hoguera
sanadora y permitiéndome ver lo oculto, misterioso e invisible.
La luz eléctrica ha sido un
gran invento porque ha aumentado los días, de forma que podemos vernos unos a
otros con claridad en la noche, leer o practicar nuestras aficiones,
acompañando la soledad y el aburrimiento. Cierto que nos empuja a trabajar
cuando es momento de descanso, o a sobreexcitarnos antes del sueño, o que nos
engaña a veces, haciéndonos sentir que la realidad es otra, pero esos
inconvenientes no proceden de ella misma sino del uso que nosotros le damos.
Pero nos hemos olvidado de la
oscuridad o pensamos que es dañina para nosotros, cuando es una caricia de la
vida, que nos conecta con el útero materno. La luz puede ser agresiva e invita
a la acción, la oscuridad nos hace recogernos en nosotros mismos, nos acoge con
su abrazo protector y nos enseña a integrar todo lo vivido durante el día,
teniendo en cuenta lo que sentimos interiormente, en lugar de estar
permanentemente volcados al exterior.
La oscuridad tiene su propia
luz. ¡Qué deliciosa la penumbra que nos permite disfrutar de los sutiles
matices de la luna y las estrellas, o del embriagador aroma de los jazmines, o
del sutil contacto de la brisa en la piel, o de la intimidad con otra persona!
No se puede vivir ajeno al
exterior, pero muchos aspectos de la vida pueden pasar desapercibidos si no
cerramos a veces los ojos y los dirigimos hacia dentro, dando su espacio a los
otros sentidos y, sobre todo, a la intuición. La noche es el ambiente de las hadas
y de las brujas, de lo sobrenatural, de lo íntimo, de las historias, de los
sueños. La noche, con su luminosa oscuridad, es nuestra amiga.
Ana Cristina López Viñuela
No había visto la oscuridad de forma tan positiva y bella. Gracias.
ResponderEliminarPoéticamente hermoso y delicado.
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