Cuando me viene a la cabeza
lo injusta que es a veces la vida, y cómo algunos llevan unas existencias
tranquilas y sin altibajos, mientras a otros les corresponde superar
circunstancias difíciles y hasta heroicas, me consuela pensar que tiene que
existir alguna forma de compensación espiritual y que las almas deben funcionar
como vasos comunicantes, de manera que la sabiduría y fortaleza que unos atesoran
llegue a todos los demás, aparentemente más pobres y desvalidos.
Siempre he creído en la
existencia de una especie de depósito o “Caja de Ahorros” donde van a parar todos
los pensamientos, intenciones y actos meritorios y generosos que han realizado
los seres humanos en algún momento de la historia, para que nada de ello se
pierda. A fin de cuentas la bondad, el amor y la sabiduría no dejan de ser
energías positivas, que ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman, se
multiplican y se pueden compartir. De modo que los recursos que cada uno genera
y no agota en sí mismo deberían pasar a un fondo común, del que todos los que
lo necesiten (incluido uno mismo en otro momento de su vida) puedan obtener un
“préstamo”, y que vaya produciendo “intereses”, haciendo cada vez más ricos
tanto al “ahorrador” como a la Humanidad entera.
Así, el inmenso amor de una
madre que a su hijo “le sobró” pasaría a otro niño huérfano, el sobreabundante cariño
que tenemos a nuestra familia y amigos podría servir para aliviar a personas
que están solas y el coraje que rebosan algunos llegaría a quienes se sienten
más débiles o son perseguidos.
Y esta comunidad no puede
ser exclusiva de los que han realizado hazañas extraordinarias, ni siquiera de las
“buenas personas”. A ella pertenecemos todos. Porque no existe nadie en el
mundo que no haya aportado algo al fondo común, aunque sea poco. Y en el
interior de cada uno reside una potencialidad infinita para el bien, que no
podemos destruir por más que nos empeñemos. Y que nos hace dignos de todo el
amor y de toda la felicidad, y nos da derecho a participar de los bienes
inmateriales que son “patrimonio” de los seres humanos.
En ese “banco” tenemos
cuenta abierta los que vivimos ahora, pero también los que ya pasaron por la
tierra y los que nos sucederán. Los que están en nuestro entorno y los que
habitan en la otra punta del globo. Personas de todos los colores, culturas y
lenguas. Porque todos somos uno. Y si en alguna ocasión nos sentimos solos,
tristes, sobrepasados… tenemos allí almacenada y a nuestra disposición toda la
alegría, fuerza y sabiduría que necesitemos, fruto del corazón de alguien a
quien tal vez ni conozcamos o de una persona que nos amó pero ya no está con
nosotros, o incluso de alguno que, de saberlo, nos hubiera negado ese apoyo.
Supongo que ciertos lectores
estarán pensando que la “comunión de los
santos”, que se incluye en el credo católico, no deja de ser algo parecido. Eso
me refuerza en mi idea, porque parece avalada por muchos siglos de
espiritualidad. Tal vez otras religiones o culturas también consideren algún
concepto semejante y no sea original en absoluto. Lo ignoro.
Tampoco sé si esto tiene
algo de verdad o es tan sólo una creencia consoladora, pero a mí me sirve. Y,
por si acaso, deseo contribuir lo más generosamente que pueda a que crezca esta
“comunidad de bienes”, con todo el altruismo, compasión, conocimiento… que
pueda reunir, con la esperanza de que ningún ser humano pasado, presente o
futuro, de aquí o de allá, se sienta solo y abandonado. ¿Qué te parece a ti? ¿Te
unes?
Ana Cristina López Viñuela
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