jueves, 18 de julio de 2019

COMO LA VIDA MISMA: UNA “CAJA DE AHORROS” DE LA HUMANIDAD


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Cuando me viene a la cabeza lo injusta que es a veces la vida, y cómo algunos llevan unas existencias tranquilas y sin altibajos, mientras a otros les corresponde superar circunstancias difíciles y hasta heroicas, me consuela pensar que tiene que existir alguna forma de compensación espiritual y que las almas deben funcionar como vasos comunicantes, de manera que la sabiduría y fortaleza que unos atesoran llegue a todos los demás, aparentemente más pobres y desvalidos.

Siempre he creído en la existencia de una especie de depósito o “Caja de Ahorros” donde van a parar todos los pensamientos, intenciones y actos meritorios y generosos que han realizado los seres humanos en algún momento de la historia, para que nada de ello se pierda. A fin de cuentas la bondad, el amor y la sabiduría no dejan de ser energías positivas, que ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman, se multiplican y se pueden compartir. De modo que los recursos que cada uno genera y no agota en sí mismo deberían pasar a un fondo común, del que todos los que lo necesiten (incluido uno mismo en otro momento de su vida) puedan obtener un “préstamo”, y que vaya produciendo “intereses”, haciendo cada vez más ricos tanto al “ahorrador” como a la Humanidad entera.

Así, el inmenso amor de una madre que a su hijo “le sobró” pasaría a otro niño huérfano, el sobreabundante cariño que tenemos a nuestra familia y amigos podría servir para aliviar a personas que están solas y el coraje que rebosan algunos llegaría a quienes se sienten más débiles o son perseguidos.

Y esta comunidad no puede ser exclusiva de los que han realizado hazañas extraordinarias, ni siquiera de las “buenas personas”. A ella pertenecemos todos. Porque no existe nadie en el mundo que no haya aportado algo al fondo común, aunque sea poco. Y en el interior de cada uno reside una potencialidad infinita para el bien, que no podemos destruir por más que nos empeñemos. Y que nos hace dignos de todo el amor y de toda la felicidad, y nos da derecho a participar de los bienes inmateriales que son “patrimonio” de los seres humanos.

En ese “banco” tenemos cuenta abierta los que vivimos ahora, pero también los que ya pasaron por la tierra y los que nos sucederán. Los que están en nuestro entorno y los que habitan en la otra punta del globo. Personas de todos los colores, culturas y lenguas. Porque todos somos uno. Y si en alguna ocasión nos sentimos solos, tristes, sobrepasados… tenemos allí almacenada y a nuestra disposición toda la alegría, fuerza y sabiduría que necesitemos, fruto del corazón de alguien a quien tal vez ni conozcamos o de una persona que nos amó pero ya no está con nosotros, o incluso de alguno que, de saberlo, nos hubiera negado ese apoyo.

Supongo que ciertos lectores estarán pensando que  la “comunión de los santos”, que se incluye en el credo católico, no deja de ser algo parecido. Eso me refuerza en mi idea, porque parece avalada por muchos siglos de espiritualidad. Tal vez otras religiones o culturas también consideren algún concepto semejante y no sea original en absoluto. Lo ignoro.

Tampoco sé si esto tiene algo de verdad o es tan sólo una creencia consoladora, pero a mí me sirve. Y, por si acaso, deseo contribuir lo más generosamente que pueda a que crezca esta “comunidad de bienes”, con todo el altruismo, compasión, conocimiento… que pueda reunir, con la esperanza de que ningún ser humano pasado, presente o futuro, de aquí o de allá, se sienta solo y abandonado. ¿Qué te parece a ti? ¿Te unes?

Ana Cristina López Viñuela

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