Hace unos días me pidieron que
representara en un dibujo mi estado de ánimo en ese momento. Dejé correr
libremente el bolígrafo por el papel y ante mis ojos apareció un frondoso árbol
en medio de una pradera. Una de sus ramas más altas acogía un nido, donde un pollito
se asomaba, observando alternativamente el lejano suelo y a otro pájaro que
agitaba sus alas frente a él, como animándole a emprender el vuelo. Su miedo a
caer estaba frenando su deseo de volar. He tenido la misma sensación de vértigo
en muchas ocasiones.
Siempre que sentimos la inquietud de ir
más allá de nuestra zona de confort surge el temor. Es normal y no deja de ser
un sentimiento que nos obliga a madurar las decisiones, pero no debería
convertirse en una rémora que nos impida salir al encuentro de un sueño o que
nos haga aguantar innecesariamente una situación insatisfactoria.
“Mejor lo malo conocido que lo bueno por
conocer” es la máxima más estúpida que existe, por más que yo la haya dicho
muchas veces. Conformarse cuando se está a disgusto no tiene sentido y, además,
sin explorar nuestros límites no puede haber aprendizaje, ni evolución, aunque
implique un riesgo (o precisamente por ello).
El miedo nos hace trampa para boicotear
nuestras iniciativas, exagerando los posibles inconvenientes y presentando un
panorama tremendista. Os voy a contar mi secreto: a veces me planteo qué es lo
peor que podría suceder si realizo una acción y luego me pregunto “¿de verdad es
tan horroroso?”. La mayoría de las veces no es para tanto. ¿Que lo hago mal?
Vaya por Dios, la próxima vez me saldrá mejor. ¿Que se ríen? Mira que bien,
reparto alegría. ¿Que se avergüenzan de mí? No me gusta, pero si no me aceptan
como soy es problema suyo. ¿Que me dejan de lado? Peor sería darme la espalda a
mí misma. ¿Que fracaso? Tal vez sea la antesala del éxito, pero si no, al menos
lo habré intentado.
Otra jugarreta de nuestra mente es la de
ir encadenando acontecimientos imaginarios, como la lechera del cuento: si contrato
ese viaje puede ser que al final no pueda ir y no me devuelvan el dinero, o que
pierda el vuelo, o que tenga un accidente, o que en el hotel no hayan tenido en
cuenta mi reserva y no tenga donde alojarme, o que no llegue el equipaje, o
que, o que, o que. ¿Cómo están las cosas hoy? Tengo ganas de ir, dispongo de
fondos y en este momento no existe ningún inconveniente. Pues entonces, ¿cuál
es el problema? Ya iré resolviendo lo que surja, pero la mayor parte de lo que
me asusta es completamente irreal y lo más probable es que no se dé. Así que se
trata de ir avanzando poco a poco, dando cada paso sin prisa y con convencimiento,
viviendo en el presente.
Para ser objetiva tengo que contar con
todos los factores. Uno de ellos es que no estoy sola en el mundo y comparto
objetivos con otras personas. Según el principio de la sinergia, cuando se unen
dos fuerzas no son el doble de efectivas, sino mucho más. Cuando flaqueemos en
nuestro propósito siempre podemos recurrir al “comodín del grupo”, porque el
sostén que encontramos unos en otros hará que avancemos juntos con mayor
rapidez, facilidad y alegría.
Lo cierto es que a veces la vida me
pedirá que dé un salto al vacío y entonces sólo queda confiar en que me recojan
unos brazos amorosos o, mejor aún, en que mis alas se desplieguen y me dé
cuenta de que no soy una gallina, sino un águila, capaz de planear por encima
de las nubes, mirando directamente al sol.
Ana
Cristina López Viñuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario aparecerá una vez revisado por el moderador de la página. Gracias.