jueves, 20 de febrero de 2020

COMO LA VIDA MISMA - LANZARSE



Hace unos días me pidieron que representara en un dibujo mi estado de ánimo en ese momento. Dejé correr libremente el bolígrafo por el papel y ante mis ojos apareció un frondoso árbol en medio de una pradera. Una de sus ramas más altas acogía un nido, donde un pollito se asomaba, observando alternativamente el lejano suelo y a otro pájaro que agitaba sus alas frente a él, como animándole a emprender el vuelo. Su miedo a caer estaba frenando su deseo de volar. He tenido la misma sensación de vértigo en muchas ocasiones.
Siempre que sentimos la inquietud de ir más allá de nuestra zona de confort surge el temor. Es normal y no deja de ser un sentimiento que nos obliga a madurar las decisiones, pero no debería convertirse en una rémora que nos impida salir al encuentro de un sueño o que nos haga aguantar innecesariamente una situación insatisfactoria.
“Mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer” es la máxima más estúpida que existe, por más que yo la haya dicho muchas veces. Conformarse cuando se está a disgusto no tiene sentido y, además, sin explorar nuestros límites no puede haber aprendizaje, ni evolución, aunque implique un riesgo (o precisamente por ello).
El miedo nos hace trampa para boicotear nuestras iniciativas, exagerando los posibles inconvenientes y presentando un panorama tremendista. Os voy a contar mi secreto: a veces me planteo qué es lo peor que podría suceder si realizo una acción y luego me pregunto “¿de verdad es tan horroroso?”. La mayoría de las veces no es para tanto. ¿Que lo hago mal? Vaya por Dios, la próxima vez me saldrá mejor. ¿Que se ríen? Mira que bien, reparto alegría. ¿Que se avergüenzan de mí? No me gusta, pero si no me aceptan como soy es problema suyo. ¿Que me dejan de lado? Peor sería darme la espalda a mí misma. ¿Que fracaso? Tal vez sea la antesala del éxito, pero si no, al menos lo habré intentado.
Otra jugarreta de nuestra mente es la de ir encadenando acontecimientos imaginarios, como la lechera del cuento: si contrato ese viaje puede ser que al final no pueda ir y no me devuelvan el dinero, o que pierda el vuelo, o que tenga un accidente, o que en el hotel no hayan tenido en cuenta mi reserva y no tenga donde alojarme, o que no llegue el equipaje, o que, o que, o que. ¿Cómo están las cosas hoy? Tengo ganas de ir, dispongo de fondos y en este momento no existe ningún inconveniente. Pues entonces, ¿cuál es el problema? Ya iré resolviendo lo que surja, pero la mayor parte de lo que me asusta es completamente irreal y lo más probable es que no se dé. Así que se trata de ir avanzando poco a poco, dando cada paso sin prisa y con convencimiento, viviendo en el presente.
Para ser objetiva tengo que contar con todos los factores. Uno de ellos es que no estoy sola en el mundo y comparto objetivos con otras personas. Según el principio de la sinergia, cuando se unen dos fuerzas no son el doble de efectivas, sino mucho más. Cuando flaqueemos en nuestro propósito siempre podemos recurrir al “comodín del grupo”, porque el sostén que encontramos unos en otros hará que avancemos juntos con mayor rapidez, facilidad y alegría.
Lo cierto es que a veces la vida me pedirá que dé un salto al vacío y entonces sólo queda confiar en que me recojan unos brazos amorosos o, mejor aún, en que mis alas se desplieguen y me dé cuenta de que no soy una gallina, sino un águila, capaz de planear por encima de las nubes, mirando directamente al sol.
Ana Cristina López Viñuela

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