miércoles, 27 de julio de 2022

UN CASO DE RESILIENCIA (CASO 1) (PARTE 2)

 



Es interesante que, en aquella comida, tu futuro jefe no te hiciera el menor comentario simpatizando o compadeciéndose por lo de la pierna.

En absoluto. De hecho, su actitud puede chocar, pero yo agradezco que fuera así. Me acuerdo perfectamente de esa comida, fue en el No-Do, era invierno, hacía frío y yo llegué pensando: “de verdad, no sé de qué vamos a hablar”. Y de pronto me dice: “¿estás preparado para mañana?”. Yo creo que me estaba testando para ver si estaba listo para entrar. Y bueno, luego tuve la entrevista en Munich con varios directivos de allí, y al final me dice el presidente de móviles: “ok. Conforme de que entres con nosotros. ¿Cuándo puedes empezar?”. Y le digo: “mire, si me da una semana para que la pierna me encaje bien y que pueda caminar un poco mejor, hecho”. Y me contrataron.

Hay una cosa que me interesa de esto. A raíz de tu situación, nos estás contando cosas sobre la imagen que dabas a la gente de fuera y otras que te afectaban a ti internamente, como tus dudas y tus problemas. Puede haber gente que, ante una situación similar, no salga de ella y se hunda. ¿Qué marca la diferencia contigo, qué te hizo salir de ello, superarlo?

Cuando empezaron los dolores en la pierna durante un partido de squash, cuando me torcí el tobillo y, a raíz de esa torcedura, se me hinchaba cada poco, cuando se hizo cada vez más frecuente ese dolor -esto era en el año 1989 (yo tenía 34 años)-, fui a ver a un conocido traumatólogo. Me hizo toda la analítica posible y, a pesar de ser un gran médico, se equivocó totalmente en la interpretación de esa analítica. Durante un año y medio me tuvo yendo cada dos meses a su consulta (empeorando constantemente mi situación, cada vez más dolorosa), y lo que estaban haciendo era infiltrarme para quitarme esos dolores y enseñarme a caminar con muletas. De repente, un día decide hacer una biopsia, me meten en quirófano, abren y encuentran ahí un bulto, lo analizan y me dicen: “dentro de quince días tengo la analítica”.

Cuando iba a ir a la consulta, me llama su enfermera y me dice: “perdón, pero no vengas a la consulta. Es que no sé, se han extraviado los resultados, así que, si no te importa, te vienes dentro de diez días”. Lo vi muy mal, no sé. Yo estaba en la oficina trabajando como director de ventas de Canal+ y me dio un shock. Pensé: “aquí pasa algo”. Intento hablar con mi amigo el médico y no logro localizarle. Pasan los días y llega el día de la consulta. Y teníamos ese mismo día la celebración del quinto aniversario del canal+. Tenía a todo mi equipo de España aquí y les dejo un momento diciendo: “me voy un momento a ver a alguien, vuelvo en un rato”. Y me voy solo. Cojo mi coche, me voy a la consulta de mi amigo, entro en su despacho y no tengo tiempo de sentarme. Estoy caminando hacia la silla cuando va mi amigo y, sin levantar los ojos de la mesa, me dice: “Larry, me he equivocado en el diagnóstico, tienes un cáncer y date prisa porque esto va muy rápido”. Y de repente lo vi todo negro. Tú no te puedes imaginar la sensación que te da en un momento dado cuando te dicen que te estás muriendo. Me senté y me dio todo vueltas. No hablé más. Me levanté, me puse a llorar, me metí en el coche, no sé cómo fue, me bajé del coche, me metí en un taxi, me fui a casa y, cuando llegué, se lo dije a Virginia. Y fue horrible, es lo peor que le puede pasar a alguien.

Nos sentamos a oscuras Virginia y yo, los dos llorando. Yo diciéndole que nuestros hijos eran muy pequeños, uno tenía dos años y el otro 4. Inmediatamente Virginia mostró una fuerza impresionante; cogió el teléfono y llamó a sus padres, que tienen muchas relaciones con médicos en su país de origen, Francia. Inmediatamente llamaron al centro especializado en este tipo de cáncer en Francia y obtuvieron una cita para mí tres días más tarde. Claro, tenía que decirlo a la familia, y entonces cito a mi padre a la salida de Canal+ al día siguiente. Yo me voy a trabajar, viene mi padre, le recojo.

Recojo a mi padre y me dice: “¿qué pasa?”. Y entonces se lo cuento. Mi padre se queda de piedra. Le digo: “no se lo cuentes a mamá, pero acompáñame a París”. Y entonces nos vamos Virginia, mi padre y yo a París y, mira por donde, en París descubres quién es quién en tu vida. Vamos a ver al médico y lo primero que hace es ratificar el diagnóstico que habían hecho en España. “Por favor, ¿me puede conseguir lo que le han hecho en España para que lo veamos y lo comparemos?”, me dice. Llamo al traumatólogo de Madrid y no sé qué pasó, parece que no encontraban mi expediente. Allí, en la clínica de París, decidieron crear un comité para analizar mi caso. Me tuvieron que rehacer todos los exámenes otra vez y, efectivamente, tenía un cáncer muy raro que se había originado en el tobillo, pero que no era un osteosarcoma. Había entrado en el hueso, se estaba comiendo la pierna, pero era un linfoma extranodal, y me dice: “mire, tiene como mínimo 80% de posibilidades de salir adelante”. Cuando te dicen esto, en realidad te están diciendo: “lucha para estar en ese 80%, no te vas a quedar en el 20%”. Y lo que tienes delante de ti es una imagen. No te puedes imaginar la fuerza que me dio en ese momento el ser padre de dos niños pequeños. Y cuando volví de París, donde empecé la quimioterapia, me quedé sin pelo, claro, y me compré una peluca. Mis hijos de 4 y 2 años me ven con el pelo diferente y les cuento que estoy enfermo. Entonces me quito la peluca, vienen hacia mí, me tocan la cabeza y dice: “pero papá, sigues igual de guapo que siempre”. De verdad, hay momentos impresionantes cuando tienes esta enfermedad. Cada vez que iba a la quimioterapia en París, había gente que ya no estaba, de la que yo había encontrado en mis anteriores tratamientos. Y las enfermeras me decían siempre: “es que hay gente que está sola en este proceso y que decide abandonar”. También hay momentos fantásticos, como ver cómo Virginia, que es una persona que siempre ha temido mucho a la enfermedad, se enfrenta a mi enfermedad. Cuando me veía flaquear, me decía que no tenía derecho a flaquear.

Cuando me dijeron que todo iba bien y que habían terminado los ciclos de quimioterapia, el médico me dijo: “Larry, esto va genial, vamos a seguir con la quimio”. Eso te da un miedo tremendo, porque te dices: si todo va bien, ¿por qué seguimos? Cuando ves a un médico cuchichear viendo unos análisis tuyos, inmediatamente te imaginas que lo que te está diciendo no es cierto, que te estás yendo. Cuando te hacen un escáner o un TAC y te llaman a casa para decirte: “hay algo que no hemos visto bien y tenemos que repetirlo; venga mañana”, no duermes en toda la noche. Lo que me ha tirado para adelante es la familia que he tenido. Mi madre, con una vela encendida hasta que se me curó la enfermedad. Todos los días encendía la vela, todos. Cuando se enteró mi madre, fue un momento muy, muy duro. Luchas por salir adelante, por la gente que te quiere más que por ti mismo.

Yo he luchado por el apoyo de mis hijos, por el apoyo de mi familia, por el apoyo de todo el mundo, y sabes que si sales adelante es para demostrarles que no vas a salir para quedarte sentado en una silla de ruedas, que puedes luchar. Cuando me puse la pierna, dejé asombrados a los protésicos y al médico porque en cuestión de quince días ya estaba caminando. Y si tú me ves caminar hoy… La gente no sabe que tengo una pierna ortopédica.

Ya, eso es una cosa que comentan todos lo que te conocen. Tú transmitías en esos días el optimismo que tenías con respecto a estas cosas. Un optimismo motivado por las relaciones con la familia. ¿esto era una actuación para todos los demás, empezando por tus seres queridos, para que no sufrieran? ¿Era simplemente una fachada o iba más allá? ¿Había otro Larry por detrás, y te ponías la máscara del optimismo?

Buena pregunta. Efectivamente, todo empieza por jugar un rol y luego o acabas creyéndotelo o es muy difícil salir adelante. Los malos momentos eran por la noche. Cuando estás solo contigo mismo, cuando estás viajando, te estás haciendo la quimio, y estás solo, y te metes en la cama en un hotel por la noche, apagas la luz y ves todo negro. Es muy difícil dormir y pensar en cualquier otra cosa que no sea la muerte. Cuando te duele cualquier parte del cuerpo, no hay otra enfermedad que el cáncer. Yo he estado allí, en la parte más baja, después de la amputación, cuando tres meses más tarde tienes que volver al quirófano para que te corten otro trozo y vuelves a vivirlo todo de golpe. Te aseguro que me he arrastrado en la parte más baja, como cuando ves los números rojos en tu cuenta bancaria, porque has dimitido y, por lo tanto, no tienes ni siquiera el paro; cuando la Seguridad Social no te deja salir de España para amputarte y te dicen: “usted está de baja médica y no tiene derecho a salir de la Comunidad de Madrid”. Te aseguro que juegas un rol que tienes que jugar porque ante tu familia, tu mujer y tus hijos tienes que dar un aspecto de fuerza. Luego te vas empapando de ello y te dices: “la única forma de seguir adelante es seguir luchando, y no pensando: “qué mal estoy, Dios mío, y mañana puede ser peor”. Bueno, pues mañana puede ser peor, pero mañana volverás a levantarte. Y tú te vas creyendo ese rol.

Incluso antes de que te pasara esto, tú eras una persona más bien positiva y optimista, es decir, no cambiaste de repente y te volviste así en ese momento. Pero imagino que algo habrá cambiado. Cuando en 2002 pasó esto, la parte más traumática, recondujiste tu carrera en Siemens. ¿Has cambiado en algo? ¿Has aprendido algo?

Sí cambié, en una cosa: saber jerarquizar las situaciones y plantearme que la vida hay que vivirla muy intensamente. Me conoces, soy optimista, pero me convertido también en una persona no solo optimista, sino alegre, y me gusta hacer reír a la gente, y me gusta trabajar y que la gente trabaje a gusto y bien. Es decir, todo lo puedes hacer a regañadientes, con presión o riéndote con la gente. Yo he tenido cargos directivos, pero nunca he tirado de galones, he hecho que la gente trabaje como piensa que tiene que trabajar, sacando lo mejor de sí misma. Y al final, si tú compartes con la gente una forma de optimismo, te aseguro que obtienes lo mejor de cada uno. Eso es lo que he aprendido. Yo he visto que todo se me podía acabar. Y cuando ya me quito de encima el cáncer, cuando te dan esa alegría y vuelves a caer porque te quitan una pierna, dices: “¿ahora qué va a pasar?”. Entonces ves que la pierna ortopédica la encajas bien y que puedes salir adelante con ella y nadie se da cuenta de esto, y que puedes volver a jugar al padel, al tenis, manejar una vida totalmente normal.

Cuando me amputaron la pierna, me quitaron el permiso de conducir, porque lógicamente es la pierna derecha y no podía conducir como una persona normal. Pero yo me compré un juego de ordenador con pedal de freno y acelerador y el volante, y una simulación de conducir y me puse a aprender a conducir con un juego de simulación. Y cuando estuve listo, fui a Tráfico y dije: “quiero pasar el permiso de conducir normal”. Y me dijeron: “usted necesita un coche adaptado”. “Nooo -dije, mi vida profesional me obliga a alquilar coches permanentemente. No me obliguen a cambiar mi forma de trabajar porque me hacen la pascua”. Entonces me dijeron: “usted no va a poder”. Dije: “deje que se lo demuestre”. Y dijeron: “bueno, pero va a venir alguien de Sanidad cuando pase el permiso de conducir”. Y contesté: “sin ningún problema”. En el coche estaba yo conduciendo, el examinador de Tráfico a mi lado y detrás el responsable de Sanidad. Y salimos con el coche automático. Al cabo de tres minutos se miran el uno al otro y me dice: “¿pero usted tiene pierna ortopédica?”. Y dije: “sí”, y me aprobaron. Eso sí, me dijeron que debía renovar cada dos años, lo cual me parece ridículo, y que “no olvidara conducir siempre con la prótesis”, a lo que respondí: “pues hombre, está claro, porque sin la prótesis no llego a los pedales”. Pero bueno, lo que ha quedado de todo esto es que si quieres, puedes. Quizá tendría que haber adaptado el coche, que es lo que la gente suele hacer cuando te amputan la pierna derecha, pero yo en mi vida alquilo muchos coches y, si no puedo alquilar coches, ya no voy a poder seguir haciendo el trabajo que quiero.

Es decir, te planteas objetivos, que no siempre son numéricos. Son objetivos de alcanzar metas. Para mí eso era lo importante: que mi vida siguiese como había sido antes. Y si tú les preguntas a mis hijos, a mi familia, a mi mujer, “¿ha cambiado algo desde que le amputaron la pierna a Larry?”, te van a decir que nada de nada. Mi vida personal siguió progresando sin que se enterase nadie. Han tenido la ventaja las empresas de contratar a una persona que tiene un 33% de discapacidad y, por lo tanto, se ahorran un dinero.

Seguiremos en próximos días con esta bella historia de resiliencia.


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