miércoles, 25 de septiembre de 2019

COMO LA VIDA MISMA: ABRIRSE AL AMOR



Hace unos días volví a ver la película Bajo el sol de la Toscana, dirigida en 2003 por Audrey Wells, sobre una novela de base autobiográfica de Frances Mayes y protagonizada por Diane Lane, que refleja la experiencia de una escritora estadounidense de mediana edad que, desolada por su divorcio, decide durante un tour por Italia comprar una casa de campo cerca de Cortona.

A veces nos sucede como a Frances, que hemos puesto todo nuestro empeño en un proyecto y, de repente, se va todo al garete y te encuentras vacío e inútil, e incluso tu esfuerzo entregado parece volverse en tu contra. En su caso, después de mantener a su marido durante años para que pudiera escribir, éste decide divorciarse porque se ha enamorado de otra persona. Se ve obligada a elegir entre arruinarse pagándole una “pensión alimenticia” o perder la casa familiar, que decoró con toda su ilusión y con la herencia de su abuela, que se ha convertido en “bien ganancial”, aunque a cambio recibiría una cantidad de dinero. La situación le resultó tan inesperada, que se queda desorientada y a la deriva.

Viajando por la Toscana siente el impulso de comprar Bramasole, una villa rural muy antigua, hermosa, amplia… y casi en ruinas, empleando todo el dinero que recibió a cambio de la pérdida de su anterior casa. Al principio no se comprende a sí misma. No sabe qué pinta en ese pueblo sin saber la lengua, ni conocer a nadie, rodeada de escombros y palomas. Cuando el amigo que le vendió la finca le pregunta cariñosamente qué buscaba cuando la compró, le contesta entre lágrimas que quería una boda, una familia, gente para la que cocinar…

Y decidió comenzar por lo más fácil, preparando deliciosa comida para los obreros que trabajaban en las obras de la casa, tres polacos igual de desarraigados que ella misma, e integrándose en la vida local. Y a partir de ahí comienza a crear una red de relaciones y a cuidar las que ya tenía, al mismo tiempo que avanza la reforma de la casa. Finalmente en la finca se celebra una boda (aunque no es la suya) y habita una familia (aunque no es de su sangre). Y solo entonces, cuando su casa y su vida están llenas, aparece su verdadero amor, que ya no es una “necesidad”, porque ella se siente completa y feliz. La vida le puso delante la persona apropiada cuando ella estaba preparada para disfrutar de una relación de pareja libre y sana.

Creo, como muestra la película, que la vida está deseando concedernos lo que anhelamos, pero que muchas veces somos nosotros quienes no sabemos qué es, ni estamos en condiciones de recibirlo sin echarlo a perder. A veces el camino para la felicidad no puede ser directo, simplemente porque no reside donde pensamos que está y debemos dar un rodeo para llegar a alcanzarla. Y aquello que percibimos como un fracaso no es sino una oportunidad para redirigir nuestros pasos en la dirección correcta.

También nos enseña que para recibir amor tenemos que estar abiertos a los otros, porque quien no está receptivo genera una distancia “de protección” que le aleja, incluso, de los que le quieren querer. El cariño nace de la confianza y se nutre de la cercanía. Y ejercitarse en el amor, ya sea en el ámbito de la amistad, la familia, la comunidad, el entorno social, el altruismo… nos prepara para crecer y ampliar su campo de acción.

En conclusión, la casa no deja de ser un marco vacío: lo que importa es el cuadro. El hogar son las personas. Y la elección de si queremos vivir en el amor o en el recelo sólo depende de nosotros, porque aunque corramos el riesgo de que algunos nos decepcionen, cerrarse a los demás por miedo a sufrir nos condena al aislamiento y la infelicidad. 

Ana Cristina López Viñuela

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