Aquella
mañana la taza de café se enfrió entre sus manos, su mirada estaba perdida en
un punto entre el infinito y la nada, no conseguía concentrarse.
Su
mente volaba a miles de kilómetros, no respondía a sus intentos de volver a la
realidad.
Aquella
mañana algo iba mal, los pájaros no habían acudido a su ventana como otros días
a despertarla con sus cantos, se le habían quemado las tostadas y en en el
frutero sólo quedaba una arrugada naranja, insuficiente para un zumo, suficiente
para sumirla en oscuros pensamientos de carencia.
Aquella
mañana el repartidor de publicidad aporreó su timbre, con insistencia, sin
pausa, un segundo, dos, tres… ¡basta! su cabeza no podía más.
Aquella
mañana cerró los ojos, respiró lento, profundo, inspiró, espiró, los ruidos
parecieron alejarse como el cielo después de una tormenta su mente se despejó,
el ritmo de sus latidos se acompasó y entonces escuchó el alegre canto de los
pájaros… ¡si, siempre habían estado ahí!
Aquella
mañana todo había sido perfecto, solo que ella tardó un poco más en darse
cuenta.
INMA
REYERO DE BENITO
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