Hasta hace poco tiempo se
llamaba “cuñadismo” al favoritismo hacia los familiares, pero desde hace
algunos años se aplica el término a la tendencia a opinar sobre cualquier
asunto, queriendo aparentar ser más listo que los demás, lo cual no tiene tanto
que ver con los hermanos políticos
como con una actitud ante las relaciones sociales, más general de lo que parece,
que se extiende a hombres y mujeres, fuera o dentro de la familia.
Ya dice la sabiduría popular
que “el que mucho habla, mucho yerra”. Así que si uno cree saber de todo, lo
más probable es que por su boca acaben saliendo muchas tonterías. Si te descubres
revelando que eres la principal fuente de información veraz sobre todas las conspiraciones
y cotilleos, que estás al día de todas las tendencias sociales, artísticas y de
pensamiento, y que tienes la solución fácil para resolver todos los problemas
del universo… solo te puedo decir una cosa: cuñaaao
(con acento de “El Risitas” de Quintero).
Y todos lo somos un poco.
No creo que haya una única
forma correcta de pensar o actuar, pero si además el experto en todas las
cuestiones es la misma persona, me hace sospechar que lo finge, o que vive en
una fantasía en la que ha sido nombrado uno de los siete sabios de Grecia (y
desgraciadamente han fallecido los otros seis…).
Y si tenemos que recurrir a los
gritos, mofas o descalificaciones para imponer la opinión propia, pienso que no
debemos estar muy seguros de la certeza indiscutible de nuestros argumentos.
Uno acaba perdiendo incluso la parte de razón que tenga si le fallan las
formas.
No sé si sólo me ha pasado a
mí, aunque sospecho que no, que he defendido con ardor una postura y me he
empeñado en que determinado asunto era de una manera… para luego comprobar que
era erróneo, algunas veces en temas tan tontos como si la marca blanca de
cosméticos de Mercadona era “Deliplus” o “Deliphus”. ¡Y qué más dará! Pero a
veces parece que nos fuera la vida en “ganar” una discusión. En el fondo,
“tener razón” no es tan importante, si nos separa de los demás. Y si uno se
cierra a otras visiones limita su perspectiva y no se enriquece con el diálogo,
porque en lugar de escuchar ya está pensando en cuál va ser su respuesta cuando
el otro termine de hablar.
Parece que “pone” quedar por
encima en una discusión, como si realmente fuera un mérito, cuando lo más
provechoso sería haber aprendido algo nuevo sobre algún tema, sobre los demás o
incluso sobre uno mismo, porque nuestra forma de reaccionar puede indicarnos
que tenemos algún problema sin resolver en nuestro interior. La humildad no
consiste en hacerse de menos o renunciar al propio criterio, sino en admitir
que hay otras formas de ver la realidad que no tienen por qué ser peores que la
nuestra. En ese sentido decía Sócrates “el orgullo divide a los hombre, la
humildad los une”.
No nos hace sabios que nos den
la razón, sino buscar la verdad con sinceridad, venga de donde venga, incluso
si procede de alguien al que despreciamos. En el mismo momento en que uno
considera que no puede mejorar ni aprender se sitúa en el camino de la
ignorancia y el error, sin importar los conocimientos adquiridos con
anterioridad, que a veces sólo sirven para hacer más patentes nuestro orgullo,
nuestra soberbia o nuestra vanidad. Así que procuremos ser únicamente cuñados o
cuñadas de los cónyuges de nuestros hermanos o hermanas de sangre o por
matrimonio, sin pretensiones de convertirnos en un ejemplo de cuñado universal.
Ana Cristina López Viñuela
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