Decimos que hay personas que
han nacido con estrella, a las que parece que les luce más lo que hacen que a
los demás, como si poseyeran un don sobrenatural que les predispusiera al éxito.
Incluso nosotros mismos sentimos en ocasiones que estamos en racha, que todas
las dificultades que nos vamos encontrando se solucionan solas y las cosas
vienen rodadas. Me acuerdo ahora de la poción “felix felicis”, tan importante
en la trama de “Harry Potter y el Príncipe Mestizo”, que otorgaba al que la
tomaba unas horas de suerte, en las que todo lo que emprendiera le saldría
necesariamente bien. A todos nos gustaría tener unas cuantas botellas de esta
poción mágica en la bodega para degustar en las ocasiones…
Nos deseamos suerte unos a otros
cuando nos vamos a enfrentar a una situación decisiva o complicada. Y, aunque
también se dice que “la suerte es para el que la trabaja”, lo cierto es que prima
la idea de que la fortuna es caprichosa y no siempre sonríe al que la merece. Dice
la sabiduría popular que “vale más caer en gracia que ser gracioso”, como
queriendo indicar que ese estado de beatitud no depende de nuestras
características o de nuestro esfuerzo, sino de algo ajeno a nosotros, llámese
destino, capricho, azar…
Pero volviendo a Harry Potter,
parece lógico que gracias a la poción “felix felicis” Harry consiga la
información necesaria para vencer a Lord Voldemort. Pero me resulta más
sorprendente lo que sucede cuando Harry simula derramarla en la bebida de su
amigo Ronald Weasley, justo antes de realizar la prueba para entrar en el
equipo de quiditch (deporte mágico
que se practica volando sobre escobas). El mero hecho de creerse invencible dotó
a Ron de una fuerza y una habilidad que no creía poseer, y le dio la seguridad en
sí mismo que necesitaba para enfrentarse a sus miedos, dando una lección de
habilidad y destreza como portero. Obtuvo los mismos resultados que con la
poción, pero sin tomarla.
Cada vez estoy más convencida
de que la magia reside en nuestro interior y sólo necesitamos creer que algo
está a nuestro alcance para lograrlo. Si afrontamos las situaciones difíciles
pensando que nos van a superar, es casi seguro que así será. Por el contrario,
cuando nos sentimos llenos de confianza en nuestras posibilidades tenemos medio
camino hecho para triunfar. No se trata de creerse “superior” o “invulnerable”,
porque eso no es verdad y negar la realidad no puede llevar a nada bueno, sino
de no dar por supuesto que vamos a fracasar. De decirnos interiormente “¿por
qué no?” en lugar de “es imposible”.
Tampoco tiene sentido confiar
en que una fuerza externa va a solventarnos los problemas mientras estamos
tumbados en el sofá, porque ya dice el refrán “A Dios rogando, y con el mazo
dando”. Si no compras lotería, no te puede tocar, por más novenas que reces y
más conjuros que pronuncies. Busca tu suerte y probablemente la encuentres.
Lucha por tus objetivos y tendrás muchas más posibilidades de alcanzarlos que
si te quedas de brazos cruzados esperando que el maná caiga del cielo.
No es objetiva la percepción
fatalista de que el destino me es desfavorable porque no me han salido las
cosas como deseaba y, por eso mismo, con cada desengaño aumentan las
probabilidades de una nueva decepción. Lo que llamamos “error” no es sino un
paso previo al acierto y cuantas más equivocaciones llevemos acumuladas más
cerca nos encontramos de dar con la solución, aunque sólo sea por descarte. Es
más, si una estrategia nos conduce a resultados aceptables o mediocres podemos
conformarnos, sin buscar algo mejor, lo cual sería mucho menos enriquecedor a
la larga que un fiasco patente, que nos obliga a intentarlo de nuevo, de otra
forma.
Pienso sinceramente que el “estado
de gracia” tiene que ver con la inocencia original, con afrontar cada situación
como si fuera completamente nueva, sin estar condicionados por el pasado, ni
temerosos del porvenir. Con una mirada limpia de prejuicios veré con más
claridad mis circunstancias, mis opciones, mis cualidades, mis posibles
colaboradores, las actuaciones que se requieren para lograr un objetivo… y
tomaré decisiones más acertadas. La suerte pasa, creo yo, por vivir centrados
en el momento presente, porque no es la mejor forma de atraerla declararnos
vencidos de antemano o atribuir la responsabilidad de lo que nos sucede a factores
externos, ni tampoco dejar de intentar algo porque hemos fracasado antes.
Ana Cristina López Viñuela
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