jueves, 26 de marzo de 2020

COMO LA VIDA MISMA: AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UNA SUPUESTA INFECTADA



A mí me pasa como a la periodista del programa “21 días”, que no me gusta escribir de nada que no haya vivido en persona, así que no me iba a privar de la experiencia de ser, “supuestamente”, una de los miles de infectados por el archifamoso Covid19.

Digo “supuestamente” porque, como no me han hecho las pruebas, sigo sin saber si soy una hipocondriaca o directamente la Peste, galopando junto a los otros tres jinetes del Apocalipsis. Como mis síntomas eran diversos, pues no tenía fiebre que es una de las manifestaciones más usuales del coronavirus, ni dolor muscular como si tuviera gripe, ni mocos y estornudos propios de un catarro, ya incluso me planteé si lo que tenía no sería cuento, y el dolor de garganta, la tos seca y persistente, y los pulmones “efervescentes” (como si hubiera inhalado petazeta) no eran más que caprichos, por aquello de llamar la atención.

Lo que sí he estado es entretenida. He pasado unos momentos memorables marcando el teléfono de emergencias por Coronavirus de la Comunidad, unas 100 veces, pues me he sentido muy acompañada por la sugestiva voz del contestador que me decía dulcemente “Todos los operadores están ocupados. Llame dentro de unos minutos. No telefonee al 112, que se van a colapsar las urgencias”.

Lo único que me molesta es que me he contagiado trabajando, que no tiene ningún glamour. Me he propuesto que, al menos, la próxima pandemia me pille visitando la Muralla China o el Coliseo…

Además, hay que mirar el lado bueno de las cosas: con la diarrea he adelgazado y con la cama igual hasta he crecido, así que esta enfermedad puede ser el comienzo de mi carrera como modelo. De momento, continúo mi formación como egiptóloga, yogui, gurú, animadora sociocultural, humorista y chef, explorando nuevos horizontes profesionales para cuando pueda salir de casa. En las tres semanas que me quedan de reclusión hasta puedo sacar un máster (del Universo).

Pero lo peor es no poder arrimarme a mi marido por aquello del contagio. Un metro y medio de distancia, habitaciones separadas… ¡estamos pensando en darnos de alta en Tinder o en Meetic, para tener más contacto! Si dentro de nada tendremos que comer cada uno con su móvil (después de lo malo que han dicho que era para las relaciones familiares), para pedir por WhatsApp que nos pasen el salero. Con la mascarilla y los guantes. Y el EPI confeccionado con bolsas de basura. Y las gafas de buceo. Y el tubo, para respirar “hacia arriba”.

Pero lo bueno que tienen los virus es que, si no te matan, te curas. Gracias a Dios, a base de paracetamol, ajo y agua, después de 13 días ya puedo respirar sin demasiadas molestias ni sacar las tripas por la boca con cada tosido. Os aseguro es que un gran avance. Así que ánimo con el confinamiento, que otros lo tienen más difícil, por ejemplo, los que tienen por vecinos a aspirantes a concursar en Operación Triunfo con la autoestima demasiado alta y la garganta excesivamente potente. O los que tienen ínfulas de DJ y montan una verbena cada tarde. En conclusión, YO ME QUEDO EN CASA… Y TÚ TAMBIÉN, pero contentos porque podría ser muchísimo peor.

Ana Cristina López Viñuela

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