En la mayoría de las personas que acuden a consulta
psicológica hay una ansiedad que surge de los esfuerzos conscientes e inconscientes
por hacer frente a la vida, a la existencia.
Nos solemos encontrar principalmente con 4 ingredientes:
1) La
inevitabilidad de la muerte. Aquí no solo nos referimos a la nuestra,
sino también la de nuestros seres queridos.
2) La
libertad de elegir nuestra vida. Los condicionantes que la
vida nos impone con nuestros miedos a enfrentarlos.
3) La
soledad. Ese sentimiento que nos abruma, sobre todo cuando no
sentimos adecuada compañía en nosotros mismos.
4) La
ausencia de un propósito o sentido de nuestra vida. Algo
por lo que vivir.
Dar respuesta a estos supuestos significa curar nuestro
ser, porque el problema de la vida, como decía Viktor Frankl, no es lo que nos
ocurre, sino qué hacemos con lo que nos ocurre, cómo respondemos.
Decía Spinoza que “todo se esfuerza por persistir en su
propio ser”. En cuanto a la muerte está el eterno conflicto entre el deseo de
seguir viviendo y la realidad perceptual de que la muerte es inevitable.
Hacemos muchos ejercicios para evitar esa realidad de la
muerte, pero el miedo siempre es el que acecha por las esquinas. Pero ¿cómo
vamos a tener miedo a algo que no sabemos qué es? No hay miedo, hay
incertidumbre, ¿qué será? Y esa, la incertidumbre es la que invade nuestra
existencia. Perdemos demasiado tiempo en esa incertidumbre y, mientras, no nos
ocupamos de lo que da valor a nuestra existencia.
Dice Yalom Irvin, en uno de sus libros, que en su
experiencia psicoterapéutica con pacientes de cáncer hay dos creencias
poderosas que les ayudan a vivir:
a) La
creencia en la singularidad personal.
b) La fe
en un salvador.
En cuanto a la primera, es la creencia de que uno es invulnerable,
inviolable, que estamos más allá de la biología y del destino.
En cuanto a la segunda es la creencia de que hay un poder,
una fuerza que siempre está con nosotros protegiéndonos.
Ambas creencias posibilitan un encuentro en nuestro ser de
las fortalezas necesarias para afrontar todos los retos surgidos. Es, como yo
llamo, “el Cristo en nosotros”. Este encuentro nos descubre unas seguridades
que nunca habíamos experimentado. Realmente el poder está en nosotros.
La libertad de elegir, el segundo supuesto o ingrediente,
implica responsabilidad, hacernos cargo de nosotros mismos. Este supuesto es
como soltarse de la mano de mamá y decir "ya puedo ir solito". Da miedo, porque hemos
estado muy habituados a que alguien nos dé esa seguridad y responda o se
responsabilicen de nosotros. Sartre decía que “ser responsable es ser autor”.
Somos los autores que escribimos nuestra historia y nuestro devenir. Estamos, como decía este filósofo francés, “condenados a ser libres”. Pero da tanto miedo
volar sin red. Esta asunción de responsabilidad nos hace dueños de nuestros
sentimientos y actos. No hay crecimiento sin esta asunción. No hay ejercicio de
libertad sin esta asunción. Creer que el mundo externo es el responsable de
cómo me siento y de lo que hago o no hago es meterse en el mundo de la queja,
de la rumiación. Siempre hay alguien responsable de lo que nos ocurre, nunca
nosotros. El paciente o cliente (que me gusta más llamarlo así) siempre crea
sus problemas. No hay cambio sin asunción de responsabilidad.
Para hacerse responsables es necesaria la voluntad, es
decir, el deseo o intención. La voluntad es el móvil de la acción. Hay muchas
personas que tienen bloqueada la voluntad porque no saben qué sienten ni qué
quieren. Yo les suelo preguntar lo que no quieren, para después, con ellos,
darle la vuelta y concretar lo más posible en lo que quieren. Si no tienes
deseos te conviertes en un parásito de los deseos de los demás. Hay personas
que se pasan la vida pidiendo recetas para hacer y si se encuentran con
salvadores propicios, están rellenando recetas todos los días.
La voluntad tiene dos etapas: el deseo, y actuar mediante una
decisión. Hay personas que, aunque ya sepan qué desean, no deciden, y se quedan
en la indecisión por el temor a qué se enfrentarán y si serán capaces de enfrentarlo.
Dice John Gadner en su novela Grendel que “las alternativas excluyen”. Por eso,
una persona que decide, sabe que tiene que renunciar a alguna de las
alternativas. Cada decisión elimina o mata otras opciones. La raíz de la
palabra decidir tiene que ver con la muerte, por eso, una persona que es
dependiente emocional de otra y que no se libera, sabe que tiene que matar (en
distancia) a la otra. Por eso, decidir, psicológicamente, es “matar al otroo a la otra opción”.
Cuando nos decidimos por algo o alguien, eliminamos las otras opciones.
El tercer ingrediente, la soledad, es una realidad que nos
cuesta asumir. “Yo estoy separado de los otros”. Es la ruptura de los cordones
umbilicales. Es la separación que impone los cuerpos, pero también es la
invitación para llegar al universo personal, sin el que no se logra el
crecimiento. Imaginémonos un niño que siguiese con el cordón aferrado a su
madre, ¿cómo crecería?
Hay dos soledades, la interpersonal y la intrapersonal. La primera,
la interpersonal se acomete con la comunicación íntima con los demás, a nivel
emocional. La intrapersonal ocurre cuando uno siente que tiene partes del Yo
dividido. El Análisis Transaccional con los Estados del Yo, Padre, Adulto,
Niño, nos ayuda a darnos cuenta de qué estados están en nosotros sobreponderados
y qué estados hay carenciales, y hay que trabajar. Para reequilibrarse una
persona, tiene que trabajar a su Padre: sus normas, valores, raíces; a su
Adulto, su sentido de la realidad en el aquí y ahora, recabar información fiable para tomar
decisiones y resolver problemas; y, por último, su Niño, recuperar su mundo
emocional, expresarlo, manifestarlo, y disfrutarlo.
En cuanto al cuarto ingrediente, el de los propósitos y
sentido o sentidos de vida. No tienen tanto que ver, como algunos autores esgrimen
de ¿por qué vivo?, sino ¿para qué vivo?, lo que adquiere un carácter
instrumental, práctico, de utilidad. Sócrates cuando planteaba sus tres
filtros, el de la Verdad, el de la Bondad y el de la Utilidad, sabía que éste
último daba consistencia a los otros dos. El sentido de la vida (o sentidos de
vida, que a mí me gusta más) tiene que ver con encontrar en cada cosa que nos
acontece la respuesta de ¿para qué me ha ocurrido esto? y dar dicha respuesta.
Es la Vida la que nos hace preguntas y nosotros somos los que generamos
respuestas. Al fin y al cabo, la Vida es eso Estímulo y Respuesta. Pero tus
respuestas deben ser tuyas.
Tienes tarea para trabajar en estas vacaciones impuestas.
Espero haya sido de tu agrado.
Un abrazo.
Juan Fernández Quesada.
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