miércoles, 13 de febrero de 2019

FERNANDO Y SU MOTO


Resultado de imagen de moto sangla

Noviembre, o tal vez diciembre, del año 69 o 70. Plaza del Espolón, la antigua, la de la fuente con doce caños de los que brotaba agua artesiana con una potencia superior a la general.

Un pequeño escaparate de cristal de un pequeño negocio, a saber, una tienda de venta de motos. La nariz de un niño de unos siete años produce vaho en el cristal. La baja temperatura. Detrás de la nariz, la ilusión del niño por las motos. Solamente hay cuatro o cinco. Estamos en tiempos pobres.

Una Sanglas, es la que utiliza la Guardia Civil de carreteras. Imponentes, cuatro tiempos de su época. No están al alcance de casi nadie. Aún puedo ver el cartel del precio “49.950 ptas”. Hoy da risa, entonces una fortuna inalcanzable. Pero tras la nariz que produce el vaho, le llama más la atención una pequeña Derbi de apellido, coyote correcaminos. Tiene unos colores dorados, y es de las primeras con algo de preparación para circular por el campo. Lo que mi muy querida abuela llamaba “moto-cross”

Era tal el amor platónico del zagal por la correcaminos que hacía su visita diaria. Recuerdos en blanco y negro de deseo, y de certeza de que nunca la poseería. Frustración. Hubieron de pasar unos once años para que, luchando contra toda la familia, y chantajeando con los estudios, consiguiera que me regalaran una. Pero, cuál no sería mi desdicha cuando, al cabo de unos cuatro meses, me la robaron, practicamente nueva.

Apareció al cabo de dos años, machacada e irreconocible. Fue mi amor el tiempo que la tuve, pues en una discusión de adolescente me fui de casa y cuando regresé, me la habían vendido.

Después he poseído varias motos, varios amores fallidos. No hay como el primer amor. El último divorcio se produjo sobre 2009, una Honda de 650cc. Nos queríamos, pero la crisis consiguió que no la pudiera mantener. ¡Qué triste! A día de hoy sigo enamorado de cada dos ruedas que veo. Sufro, porque mi vida ha vuelto a arrimar mi nariz a los escaparates. Eso sí, ahora son más grandes y en color. Pero mi nivel de ansiedad a su vez es más grande, pero cada vez más negro.

Lo único que me consuela es que: ¿con tanta prohibición podríamos disfrutar lo que nos merecemos la moto y yo? Ya me permito dudarlo. Una ráfaga para todos los amantes de dos ruedas y, sobre todo, para los que faltan.


Fernando Pastor Peña

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario aparecerá una vez revisado por el moderador de la página. Gracias.