Noviembre, o tal vez
diciembre, del año 69 o 70. Plaza del Espolón, la antigua, la de la fuente con
doce caños de los que brotaba agua artesiana con una potencia superior a la
general.
Un pequeño escaparate de cristal
de un pequeño negocio, a saber, una tienda de venta de motos. La nariz de un
niño de unos siete años produce vaho en el cristal. La baja temperatura. Detrás
de la nariz, la ilusión del niño por las motos. Solamente hay cuatro o cinco.
Estamos en tiempos pobres.
Una Sanglas, es la que
utiliza la Guardia Civil de carreteras. Imponentes, cuatro tiempos de su época.
No están al alcance de casi nadie. Aún puedo ver el cartel del precio “49.950
ptas”. Hoy da risa, entonces una fortuna inalcanzable. Pero tras la nariz que
produce el vaho, le llama más la atención una pequeña Derbi de apellido, coyote
correcaminos. Tiene unos colores dorados, y es de las primeras con algo de
preparación para circular por el campo. Lo que mi muy querida abuela llamaba “moto-cross”
Era tal el amor platónico
del zagal por la correcaminos que hacía su visita diaria. Recuerdos en blanco y
negro de deseo, y de certeza de que nunca la poseería. Frustración. Hubieron de
pasar unos once años para que, luchando contra toda la familia, y chantajeando
con los estudios, consiguiera que me regalaran una. Pero, cuál no sería mi
desdicha cuando, al cabo de unos cuatro meses, me la robaron, practicamente
nueva.
Apareció al cabo de dos años,
machacada e irreconocible. Fue mi amor el tiempo que la tuve, pues en una
discusión de adolescente me fui de casa y cuando regresé, me la habían vendido.
Después he poseído varias
motos, varios amores fallidos. No hay como el primer amor. El último divorcio
se produjo sobre 2009, una Honda de 650cc. Nos queríamos, pero la crisis
consiguió que no la pudiera mantener. ¡Qué triste! A día de hoy sigo enamorado
de cada dos ruedas que veo. Sufro, porque mi vida ha vuelto a arrimar mi nariz
a los escaparates. Eso sí, ahora son más grandes y en color. Pero mi nivel de
ansiedad a su vez es más grande, pero cada vez más negro.
Lo único que me consuela es
que: ¿con tanta prohibición podríamos disfrutar lo que nos merecemos la moto y
yo? Ya me permito dudarlo. Una ráfaga para todos los amantes de dos ruedas y,
sobre todo, para los que faltan.
Fernando Pastor Peña
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