León, ciudad del jubilado.
Siempre fue su apelativo.
Como dijo el poeta: “León bruñida de metales, metálica de besos,
tierra nuestra que nos corroe los huesos”.
Compartí mi niñez con
jubilados potentados, los poseedores de las minas del Bierzo y amos del centro
de la ciudad. Mis años mozos se mezclaron con retornados de la emigración,
jubilados al fin y al cabo.
Cuando fui adulto las
terrazas de jubilados estaban pobladas por los retirados de la construcción.
¡Maravilloso ladrillo que hizo “nuevos” viejos jubilados ricos.
Ahora me toca a mí ser
jubilado y lo único que encuentro es el cartel de “Se traspasa” de Benéitez.
Bendito reloj de mis quedadas adolescentes.
El recuerdo de la Coyantina,
donde ahora medran, como aves migratorias, los peregrinos.
¿Qué jubilación me queda?
¿Dónde está la mítica ciudad del jubilado? ¿Quién cambió el Universal por una
tienda de Vodafone?
Ni el Banco de España ha
quedado.
Me jubilo sobre una ciudad
no jubilada, sino muerta. ¡Cuánto pasado para tan poco futuro!
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