Una de las experiencias más
sorprendentes de mi vida fue la visita nocturna a la catedral de León dentro
del proyecto “El sueño de la luz”, en 2012. A las once y media de la noche se ascendía
por una empinada escalera exterior hasta el andamio montado en lo alto de los
pies de la iglesia, desde el cual se realizaban los trabajos de restauración de
las vidrieras. En ese momento la catedral estaba iluminada normalmente y la
mirada se sentía atraída hacia los vitrales, que lucían diferentes con la luz
artificial que con el sol. Pero a medianoche se apagaron todas las luces y nos
sumimos en la más absoluta oscuridad, sólo sintiendo el espacio a nuestro
alrededor, desconectados de dónde estábamos y de la compañía de otras personas.
Unos segundos más tarde se activaba una iluminación especial, que hacía que
desde el exterior la catedral pareciera un farol y las vidrieras adquirieran
una tonalidad absolutamente distinta, como una joya; pero desde dentro del
edificio la sensación era diferente. Los vitrales se convertían en simples
ventanas negras y el protagonismo lo adquirían los pilares, los nervios de las
bóvedas, los arcos… haciendo patente el delicado juego de equilibrios que
permiten que la construcción se mantenga en pie desde hace tantos siglos.
También en nuestra vida nos
solemos centrar en los aspectos más llamativos, más “coloridos”, por ser más
inmediatos o urgentes: las tareas que he de realizar, la preocupación del
momento… dejando más de lado el esqueleto central de nuestro pensamiento, que a
fin de cuentas es el que sostiene cada una de nuestras convicciones,
sentimientos y actos.
Uno de mis sobrinos, cuando
era pequeño, le daba más valor al envoltorio que al regalo, por lo que la
elección de papel se convertía en lo más importante. Tal vez nosotros estemos
haciendo lo mismo y nos fijemos solo en los contratiempos y quehaceres del día
a día, ignorando las grietas en las paredes de nuestra vida interior, que igual
se está desmoronando sin que nos demos cuenta. “De repente”, un día nos
levantamos inmersos en la rutina, la indiferencia, el desasosiego, la
insatisfacción, cuando no en el sufrimiento o la desesperación, porque hemos
perdido el sentido de lo que somos y lo que hacemos. ¿Qué me muestra esta
situación? ¿Qué debo aprender sobre mí mismo? Lo primero, que mi planteamiento
vital está haciendo aguas. Lo segundo, que tiene que haber otra forma de ver
las cosas que me haga sentir mejor, más conforme, en mis circunstancias actuales.
Antes de que la instalación
eléctrica colapse y nos encontremos a oscuras, sumergidos en la incertidumbre,
el agotamiento mental, los remordimientos… con el espíritu desolado, la mente
descontrolada y el cuerpo destrozado, igual es mejor pulsar voluntariamente el
interruptor de apagado o, al menos, matizar las luces, para desplazar en algún
momento el foco del exterior al interior, de lo superficial a lo profundo. No
en vano los informáticos siempre recomiendan reiniciar el ordenador cuando
surgen los problemas, e incluso, si la avería es mayor, resetear el disco duro.
No es un desdoro pedir ayuda
en esta situación, ni es superfluo buscar un entorno seguro en el que poder
tratar estos temas, como yo he encontrado este curso en los talleres de Dones y
Talentos y del Teléfono de la Esperanza, y en los encuentros en Miraflores del
itinerario “Idem. Camino de la libertad y el amor”, de espiritualidad marista.
Pero mi camino no es igual al tuyo, por lo que debes elegir un grupo de
crecimiento personal que te sirva a ti,
en el que te sientas a gusto.
Hay una cosa que se llama la
“potencia del grupo” que he experimentado muchas veces el año pasado y lo que
llevamos de este, porque si bien sin el trabajo personal no se puede ir a
ningún lado, el avance es mucho mayor si nos impulsamos con la energía de otras
personas que están en sintonía con nosotros. He podido admirar la fuerza
interior de cada ser humano, su dignidad, el deseo imperioso de ser feliz y de
sentirse completo… y lo necesarios que son, en ocasiones, una mirada de comprensión, un gesto de afecto, un
largo abrazo de consuelo, una palabra sabia y amorosa.
Normalmente nos comunicamos
en un nivel superficial: hablamos de hechos, de sucedidos, de opiniones, de
críticas… pero no de lo que hay en lo profundo de nuestro corazón, entre otras
razones, porque ni siquiera nos escuchamos a nosotros mismos. Si nos damos
permiso para ese desahogo, y tenemos la suerte de encontrar un ambiente
protector y unos acompañantes de lujo, en los que confiemos, pronto experimentaremos
hasta qué punto vale la pena. Como las casualidades no existen, comprobaréis
que en el momento en que os abráis a la posibilidad, aparecerá la oportunidad.
No la dejéis pasar.
Ana Cristina López Viñuela
La comunicación desde el corazón es lo que, a mi personalmente, me ha permitido practicar la escucha y acallar la jaula de grillos que rugía en mi cabeza. Entoces se abrió un gran camino delante de mí al que se han ido incorporando grandes personas que nos acompañamos en este gran sendero hacia nuestro interior, había nosotros mismos.
ResponderEliminarComo cuesta quitarse esa coraza y hablar con sinceridad. Son muchas las recompensas, pero cuesta llegar al punto en el que nos sentimos seguros para desvelar nuestro corazón. Si juzgáramos un poco menos a los demás, a lo mejor podríamos comprender que ellos harán lo mismo si lo necesitas.
ResponderEliminar¡Un abrazo!