No es fácil imaginar que un
sesudo profesor de Oxford como J. R. R. Tolkien, tan minucioso que fue capaz de
crear lenguas para cada una de las razas descritas en sus obras, de forma que los
topónimos, nombres propios e inscripciones que figuran en sus novelas fueran
coherentes, eligiese al azar el argumento y los protagonistas de la trilogía
“El Señor de los Anillos” y de “El Hobbit”.
Los hobbits son pequeños y
entrañables seres, como niños, aficionados a disfrutar de los pequeños
placeres, sin más ambiciones que cocinar y degustar suculentos manjares en
compañía de amigos, regados con abundante cerveza y fumar una pipa como
colofón. Su mejor cualidad parece ser permanecer inadvertidos e invisibles al
mundo exterior, cómodos en los confines de su Comarca. Pero cuando se dan
cuenta de que lo que pasa fuera de su entorno está amenazando su modo de vida y
a sus seres queridos, encuentran dentro de sí el coraje para reaccionar.
Se dirían los menos
indicados para luchar contra el temible Sauron y su ojo que todo lo ve,
acompañado de los espectros del anillo, con ejércitos de hombres y orcos bajo
sus órdenes. Parece que quienes se tendrían que enfrentar a estos
impresionantes enemigos serían “los de su tamaño”: magos como Gandalf, elfos
como Galadriel, reyes de los hombres como Aragorn, incluso los belicosos
enanos… sin embargo, quienes desempeñaron un papel fundamental e insustituible
para derrotar a Sauron fueron tres hobbits: Bilbo, Frodo y Sam, sin olvidar las
hazañas de Pippin y Merry, que en momentos de dificultad fueron capaces de
sobreponerse a sí mismos y de realizar lo que los demás, incluso ellos,
pensaban que eran incapaces de hacer.
El poder es muy peligroso y
no es garantía de no sucumbir ante el mal. Saruman era el mago más dotado, pero
se convirtió en aliado de Sauron; Isildur era un gran rey de los hombres, pero
se rindió al poder del anillo; y Denethor, el último de los senescales de
Gondor, se volvió loco porque perdió la esperanza. Los propios reyes de los
elfos: Elrond, Celeborn y Galadriel comprendieron que si unían su poder al del
anillo maldito no podrían dominarse a sí mismos.
Pero quienes no tienen
grandes ambiciones, como los hobbits, son inmunes a los peligros del poder e, incluso
si optan por la degradación, solo son capaces de hacer el mal a pequeña escala.
Por ejemplo, Gollum sobrevivió muchos años a la carga del anillo, sin tener la
tentación de utilizarlo para enfrentarse a Sauron y, muy a su pesar, su
aportación fue imprescindible para que fuera destruido.
¿Te sientes a veces como un
hobbit, pequeño e impotente ante las grandes estructuras de poder político,
económico, empresarial, publicitario, informativo… que parecen controlarlo
todo? Pues recuerda que los grandes héroes a veces no son nada llamativos y que
tal vez de ti dependa que se hagan realidad logros muy importantes.
No hay excusa para no hacer
todo lo que uno pueda, poco o mucho, para que la justicia, la solidaridad y la
verdad triunfen. Si nuestros actos están movidos por el amor y la sabiduría,
nadie sabe cuál puede ser su trascendencia para el desarrollo de la Humanidad.
No seamos nosotros quienes queramos poner cercas al campo y justifiquemos
nuestra inacción o nuestra cobardía con la disculpa de nuestra insignificancia,
porque todos tenemos nuestro papel y nadie sabrá si nos correspondía el de
protagonista si nosotros mismos hemos renunciado a desempeñarlo. ¿Qué estás
haciendo en tu casa, en tu trabajo, en tu ambiente, en tu ciudad… para que el
mundo sea mejor? Piensa que los árboles grandes nacen de pequeñas semillas, que
alguien se ha molestado en plantar y cuidar. Está en tu mano sembrar el cambio.
Siéntelo, imagínalo, hazlo y compártelo.
Ana Cristina López Viñuela
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