Los colibríes son unas
minúsculas aves americanas, de colorido plumaje y largo pico, que mueven sus
alas con tanta rapidez que ni se distinguen cuando están volando, y son las
únicas aves capaces de volar hacia atrás. Para los mayas eran los encargados de
llevar los pensamientos y deseos de los hombres de un lado para otro y, para
los aztecas, los mensajeros entre los dioses y los humanos. Pero, a pesar de su
belleza, la sensación que me produce ver un colibrí volando es la de fatiga:
parece imposible emplear tanta energía para mantenerse en el mismo lugar o,
peor, para retroceder.
Posiblemente sea porque
asocio el vuelo del colibrí con el ajetreo que a veces llevamos los seres
humanos, corriendo de un lado para otro, afanados como abejas obreras, sin
parar, para conseguir avanzar socialmente, ganar más dinero, obtener más
prestigio, cumplir con todas las obligaciones que nos autoimponemos, ser amados
y aceptados... ¡Y muchas veces, para que no nos cunda nada ese pasarnos la vida
nadando contra corriente y acabemos, como el colibrí, quedándonos estancados o
yendo hacia atrás!
El albatros es otra ave
mítica, que ha sido descrita como “la más legendaria de todas las aves”,
protagonista de poemas, portadora de buenos augurios y encarnación de las almas
de los marinos muertos en la mar. Y cuando contemplo el vuelo de un albatros
tengo sensación muy diferente, de relajación. Parece que no hace casi esfuerzo,
la mayor parte del tiempo está planeando y puede recorrer centenares de
kilómetros sin aletear. Aprovecha las corrientes de aire y sus propias alas,
estrechas y alargadas, se han adaptado para ser más eficientes desde el punto
de vista aerodinámico.
Quizás sea mejor hacer como
el albatros y servirnos del propio curso de la vida, fluyendo con ella, para
avanzar más deprisa y sin tanto agobio, confiando en que sólo tenemos que
aprender a ser flexibles y servirnos de la fuerza de las corrientes y los
vientos, que no están bajo nuestro control, para conseguir nuestro bienestar,
que sí depende de nosotros.
Pero tal vez sea una tercera
ave, la paloma de Alberti, la que se equivocaba y “por ir al norte fue al sur”,
la que nos dé la clave. Igual nos estamos empeñando en alcanzar ciertas metas,
que no son en el fondo aquellas a las que queremos llegar. Digamos que el
camino para alcanzar la felicidad o la satisfacción personal no siempre pasa
por conseguir aquello que creemos que nos lo va a facilitar. Tal vez sin ese
trabajo o ascenso, con esos problemas de salud o de dinero, con una pareja
llena de defectos (como nosotros) o en solitario, sin que tus hijos sean los
mejores de la clase… puedes ser igualmente dichoso, tal vez más que si las
circunstancias fueran las que tú consideras idóneas. Porque los deseos del
genio de la lámpara siempre tienen trampa: si modificamos eso que nos molesta,
también cambian instantáneamente otras muchas cosas que son las que nos dan la
vida. Si no encontráramos dificultades, tampoco tendríamos retos que superar;
si no cometemos errores, perderíamos la oportunidad de aprender.
La única forma de avanzar
sin tanto esfuerzo y en la dirección correcta que se me ocurre es la aceptación
gozosa, no resignada y a regañadientes, de mí misma con mis limitaciones y
posibilidades, de las otras personas con sus defectos y virtudes, de las
circunstancias en las que me veo envuelta aunque sean duras, de todo. Y
comprender que eso que considero adverso está ahí para enseñarme, para
mostrarme el camino, que es una oportunidad para conseguir grandes beneficios
para mí y para los demás. Y que si permanezco atenta y abierta a lo que me
rodea, la propia corriente de la vida me mostrará la forma de sortear los
escollos con los que me encuentre y me llevará en sus brazos hasta donde
termina el horizonte.
Ana Cristina López Viñuela
Cierto el escrito, mucho que aprender nos queda. Al menos a mí.
ResponderEliminarUn abrazo. Sole Franco