Charlando con jubilados
recientes y amigos en paro he comprobado que todos ellos se quejan de que no
les rinde nada el tiempo, que no hacen más cosas que cuando la jornada laboral
ocupaba buena parte de su día. He concluido que el tiempo es como un gas, que
ocupa completamente el volumen del recipiente que lo contiene: si es pequeño se
contrae y si es grande se expande.
Todos tenemos claro que
cuando necesitamos que alguien realice un trabajo es más probable que saque un
momento el que está muy atareado, que el que no tiene nada que hacer, porque no
hay ocupación más exigente que no hacer nada. Y lo veo en mí misma, que el día
que más me rinde es el que tengo alguna actividad prevista, mientras que las
probabilidades de que vea otro episodio de mi serie favorita después de
tragarme el anterior crecen exponencialmente con cada capítulo visto,
especialmente si no tengo “nada que hacer” o, lo que es lo mismo, no me he
propuesto hacer nada en concreto.
Si esto nos lleva a estar
más relajados y disfrutar de cada actividad, sintiéndonos satisfechos con la
situación, perfecto. Pero debería saltar una alarma en nuestra cabeza cuando
nos escuchemos decir “no tengo tiempo” como disculpa para no dar un paseo, ni
quedar, ni hacer una llamada de teléfono, ni leer un libro, ni apuntarnos a una
clase o taller de algo que nos gustaría aprender, ni ir a conciertos o
espectáculos, ni meditar... ¿Es que realmente no tenemos tiempo o que lo
estamos desperdiciando? Porque si hemos podido hacer un maratón de series
detrás de otro, estar al día de todos los cotilleos del corazón, seguir las
peripecias de los concursantes de varios realities
o alcanzar el nivel cincuenta mil del Candy Crash, igual nos lo deberíamos plantear…
Y es que el gran ídolo, el
Baal al que sacrificamos el tiempo y la energía es la pantalla, ya sea del
televisor, del ordenador, de la consola o del móvil. En cada hogar hemos
construido un altar para la tele, de forma que el sitio más cómodo de la casa
se encuentra siempre frente a ella y es el núcleo sobre el que gira todo,
aunque tengamos que prescindir de un rincón luminoso y agradable para leer,
escuchar música o realizar ciertas tareas. A algunos incluso les persigue
cuando se mueven por la casa, pues está en la cocina, el dormitorio, la sala de
estar… Es omnipresente. Y parece que nos importa más lo que se ve en una
pantalla que la vida real, que es más interesante lo que se dice en un chat o
en un post que mantener una conversación con la persona que tenemos enfrente, y
contar nuestra vida en las redes sociales que vivirla.
Tampoco se trata de andar
corriendo por los pasillos como pollo sin cabeza, dejando las llaves en la
nevera y las gafas en la cesta de la ropa sucia, echando humo, pero sin obtener
ningún rendimiento y muy poca satisfacción, con la misma sensación de estar
perdiendo el tiempo, pero además con muchísimo esfuerzo y nerviosismo. A mí me
da tranquilidad hacer las tareas de una en una y por orden, sin empezar asuntos
nuevos hasta poner fin a los anteriores, y pienso que es más eficaz. Pero no
siempre lo pongo en práctica… ¡Tal vez si no hubiera estado antes remoloneando
para no ponerme a hacer lo que no me apetecía, no haría falta que estuviera tan
apurada luego!
Y lo peor es que el tiempo
puede que sea elástico, pero no ilimitado. En vez de sentirnos mal por dedicar
horas y horas a ver quién consigue el Trono de Hierro o qué hijo de Ragnar
Lothbrok se hace con el poder en Kattegat, ¿por qué no nos proponemos emprender
alguna actividad productiva para nosotros mismos o para otros? ¿Por qué, por
ejemplo, no nos planteamos comprometernos en un voluntariado, programar
actividades con la familia y los amigos, contactar con alguien del que hace
mucho que no tenemos noticias, retomar una afición o dedicar unos momentos a la
mejora personal? La mitad de conseguirlo es proponérselo, así que sólo hay que
concretar qué queremos introducir en nuestro día a día y planificar cuándo y
cómo lo vamos a hacer. Si eres como yo, mi consejo es que te pongas ya, si no
quieres que se convierta en otro buen propósito fallido o en un nuevo motivo de
remordimiento… ¡Te lo digo por experiencia!
Al final de nuestra vida,
cuando el tiempo se acabe, sería muy triste pensar que no sabemos más, ni somos
mejores y hemos perdido mil oportunidades de ser felices y repartir alegría
porque optamos en su momento por emplear nuestro tiempo en algo cómodo, pero
que no nos llenó.
Ana Cristina López Viñuela
Pero q realidades nos relatas Ana Cris. Siempre me veo reflejada en algo y en el de hoy muchiiiiiiisimo. Precioso.
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