Se detuvo el tiempo, los granos del
reloj de arena quedaron suspendidos por un instante, dos palabras golpean su
mente constantemente desde aquel día: “No sobrevivió”...
Como una pesadilla recurrente que te
asalta cada noche y solo quieres despertarte y comprobar que todo sigue bien
las imágenes se repiten a cámara lenta, una y otra vez, un grito desgarrado por
respuesta ¡¡noooooooooo…!! y luego, la
nada, y la culpa, esa cruel voz en su interior ¿por qué no seguí hablando con
ella? ¿por qué no le dije que parara? ¿por qué? ¿por qué a mí? ¿por qué a ella?
¿por qué? ¿por qué…?
Y con cada porqué los granos del reloj
vuelven a caer monótonamente, como arena
movediza bajo sus pies, ya no importa la vida, la mirada se pierde, el cuerpo
pesa, las ganas se van, daría su vida por un abrazo de despedida, por ver una
vez más su infinita
sonrisa.
Le dice cómo tiene que vivir gente que
nunca ha muerto por dentro, qué paradoja, ¡qué sabrán ellos!, lo que hagas está
bien, ponerse en tu lugar resulta imposible, admirar tu fortaleza inevitable.
Le duele el alma, busca consuelo en
una mano que le sujete, se toma su tiempo, porque la vida ahora es a su tiempo,
es sin tiempo, tiempo de pasear, tiempo de perderse para encontrarse, tiempo de
reinventarse.
Los granos del reloj siguen cayendo
pero se siente más fuerte, como al principio, como cuando ella la eligió para
venir a este mundo, como cuando dijo por primera vez :mamá o dio su primer paso
vacilante. Seguro que se siente tan orgullosa de tí como tú aquel día.
¿Te acuerdas? Seguro que te dice de
mil formas: ¡Mamá, tú puedes!
Sus corazones latieron a la vez y
ahora lo vuelven a hacer, porque nunca nos vamos del todo, siempre seguimos
latiendo en el corazón de los que nos querrán hasta la eternidad.
Inma Reyero de Benito
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