Me hago la ilusión de que me
habéis echado de menos estas últimas semanas que no he podido escribir en el
blog porque un herpes zoster me ha dejado fuera de juego. Lo llaman culebrilla, pero casi podría competir con
el famoso Culebrón de La Vid de
Gordón, mi pueblo, porque exige un oneroso peaje para poder seguir adelante. Y
aquí no hay más héroes legendarios que la brivudina y el aciclovir, mucho menos
románticos que San Lorenzo y sus hermanos.
A pesar de los dolores, de
tener que prescindir de la subida a la ermita el 10 de agosto, de que nos hayan
puesto falta a Gerardo y a mí en las fiestas de San Roque en Portilla y de
Quintanilla en Riaño, de la ausencia en las reuniones familiares y, sobre todo,
de tener que renunciar al viaje por Alsacia, Selva Negra, Luxemburgo y el Rhin,
después de haberlo pagado (recordad contratar siempre el seguro de cancelación,
que nunca se sabe la que se puede preparar en un momento)… Pues pese a todo
esto, me siento tremendamente afortunada.
Cuando estaba acurrucada en
la cama, vulnerable y dolorida, no dejaba de pensar en mi suerte, pese a que a
veces me sentía fatal y con más ganas de llorar que de reír. Cuánta gente hay
en el mundo que tiene que pasar por lo mismo, o por cosas peores, y no disponen
de atención sanitaria y medicinas, ni pueden permitirse descansar, ni cuentan
con familia y amigos que se interesen por su bienestar, como yo, y tienen que
padecer en soledad. No todo el mundo tiene quien le atienda, le mime, le soporte
cuando uno no se aguanta a sí mismo…
Incluso tiene ventajas esa
situación. He podido releer los cinco voluminosos “tochos” de Canción de hielo y fuego, olvidando con las peripecias de los
personajes de Juego de Tronos mis
propias “desgracias”. He tenido tiempo para escuchar música, meditar, ver
películas y series… Pero, sobre todo, para encontrarme conmigo misma y para
cultivar mi relación de pareja. Parece mentira, pero esta enfermedad ha sido
como una extraña “luna de miel”, a niveles más profundos y con sentimientos más
reales y aquilatados, porque el dolor y la compasión pueden ser un punto de
encuentro maravilloso.
Aunque no es lo mismo, me he
sentido también ilusionada preparando el viaje que ahora realizará mi marido en
solitario: es hermoso conocer otros horizontes valiéndome de sus sentidos. Tal
vez incluso aprenda más sobre él y sobre mí. Y nos una el compartir la
experiencia.
Siento que la vida me ha
hecho un regalo, aunque me esté resultando un poco costoso. Uno no valora su
salud hasta que la pierde, ni se da cuenta muchas veces de que es un
privilegiado hasta que no atraviesa un momento difícil. De vez en cuando es
bueno pararse y saborear lo que se tiene y, si uno no lo hace voluntariamente,
ya se encarga la realidad de obligarte. Pienso que la mejor terapia para
cualquier contratiempo o dolencia es saber darle la vuelta al tapiz y dejar de
fijarse en los nudos, para admirar la armoniosa obra de arte que hay del otro
lado, porque todo lo que nos sucede tiene su razón de ser, aunque en el momento
no lo percibamos así. Y ver el lado bueno de las cosas es la mejor energía para
superar con optimismo cualquier obstáculo que se nos presente.
Ana Cristina López Viñuela
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