Te conocí
antes de que nacieras, vi cómo crecías en la barriga de tu madre, sus ojos no
podían brillar más, unos días te imaginaba rubio, otros moreno, con la nariz de
la abuela, las manos de papá… daba igual, te imaginaba feliz, tan feliz como
era ella por sentirte.
Y llegaron
las noches sin dormir, los biberones, el primer diente… y llegaron los primeros
pasos, el primer balón, siempre llevabas un balón pegado al pie y una sonrisa
dibujada en la cara.
Y pasó el
tiempo, veloz como pasa cuando la vida nos sonríe y no nos paramos a valorarlo.
Hoy me
entero que pasaste de saltar en los charcos a saltar al vacío, sin retorno, tu
último salto… y siento impotencia, no me consuelan los tópicos, ni que en el
cielo brille una estrella más.
Reconozco que
no me lo creí y te busqué en chicos que podrían ser tú, iban riendo, con
amigos, distraídos, mirando el móvil, la vida sigue ¿sabes?
Pienso en la
gente que ha quedado marcada por tu ausencia que no distinguirán el día de la
noche ni la primavera del otoño, pienso en las cosas que quedaron por decir,
pienso en cómo harán para reinventarse, pienso en la fina línea que separa la
luz de la sombra y la vida de la muerte, pienso en lo poderoso que puede llegar
a ser un pensamiento cuando la mente no ve salida.
Pienso que
pronto empezarán las clases y tu sitio lo ocupará otra persona sin saber que tú
un día estuviste allí, con miedos pero también con sueños… esos que ya nunca
podrás cumplir…
Pienso en tu
gran salto… tu último salto.
INMA REYERO
DE BENITO
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