Desde que hace unos meses comencé a estudiar egipcio jeroglífico, once de
cada diez personas a las que se lo he contado me han preguntado ¿para qué sirve
eso? Mucho se podría decir sobre ello, pero hoy me voy a centrar en una
enseñanza que Raúl, mi profesor, me impartió el primer día de clase: existen
varias formas correctas de escribir lo mismo. Por ejemplo, el epíteto
“verdadero de voz” o “justificado”, que se utiliza junto al nombre de los
difuntos como si fuera nuestro “que en paz descanse”, se puede encontrar
escrito en los muros o en los papiros egipcios con siete, cuatro, tres o solo
dos signos jeroglíficos, dependiendo de si a los dos signos trilíteros (que
equivalen a tres signos monolíteros, es decir, que con un solo signo expresan 3
sonidos) los acompañan o no complementos fonéticos y determinativos semánticos.
Además, los jeroglifos se puede leer de izquierda a derecha o al contrario
dependiendo de la orientación de las figuras, por lo que se pueden disponer en
ambas direcciones. No hay una única forma de escribirlo, ni una manera es mejor
que la otra, y en todos los casos se pronuncia igual y significa lo mismo. Esto
no más que una expresión de la forma de pensamiento de los egipcios, que admite
distintos caminos para llegar a la verdad.
A primera vista parece que eso no tiene relación con nuestras vidas, pero
basta un poco de observación para darnos cuenta de hasta qué punto choca con
nuestro convencimiento habitual de que el sistema de valores al que nos hemos
adherido y guardamos lealtad es “el correcto”, de lo que se deduce que quienes
no lo comparten viven en el error o actúan de forma inapropiada, lo cual a
veces se llega a interpretar casi como un ataque personal. Parafraseando la
letra de la canción de Fangoria, “su circunstancia nos insulta” o, al menos,
nos molesta.
En último extremo, esa actitud puede llevar a la violencia, a la
descalificación, a la crítica destructiva, a la mofa… Sólo hay que echar un
vistazo a las redes sociales y ver qué barbaridades se dicen del seguidor de otra
religión, otras ideas políticas, otro tipo de alimentación o vestimenta, ¡hasta
otro equipo de fútbol!, para darse cuenta de hasta qué punto estas conductas
están arraigadas en nuestra sociedad. Incluso existe un término: “hater”, que
significa “odiador”, para referirse a quienes muestran esos comportamientos en
internet.
Pero más sutil puede ser cuando, como muestra de nuestra “apertura mental”,
intentamos “comprender” a aquellos que según nuestro criterio están
equivocados, y los “disculpamos” porque no piensan con claridad, les falta
conocimiento, están condicionados por su educación o su entorno, tienen una
voluntad débil… simplemente porque no se ajustan a nuestros estándares,
creyendo que estamos siendo ecuánimes y generosos, cuando en realidad los
estamos juzgando con condescendencia y desde una posición de superioridad.
Esa convicción de ser los propietarios y administradores únicos de la
verdad nos lleva también a tratar de imponer nuestras creencias y pautas de
comportamiento a nuestros seres queridos “por su bien” y “para ayudarles”,
recurriendo incluso a la manipulación y el chantaje.
Volviendo al ejemplo, en egipcio jeroglífico hay varias formas correctas de
escribir lo mismo, pero no todo vale, tiene que haber unas reglas para que los
demás puedan descifrar lo que yo quiero transmitir con la escritura. De la
misma manera que la piedra de toque de una expresión lingüística es la
comunicación, pienso que ha de haber una “prueba del algodón” para comprobar si
una forma de pensar o actuar es correcta o no. Tal vez pueda servir como
criterio indicativo su motivación: si lo que hay de fondo es la honestidad
personal y el amor pienso que es mucho más probable acertar que si son la
conveniencia y el egoísmo.
Me gusta imaginar la plenitud del ser humano como un tesoro oculto por los
piratas. Al nacer, cada uno se sitúa en un punto de la isla del tesoro y lleva
inscrito en el corazón un trozo del mapa para encontrarlo, el que necesita para
llegar al objetivo, pero el plano completo sólo lo tiene el Capitán. Para
llegar al mismo sitio, el que está al norte tiene que ir hacia el sur, pero el
que está al sur debe dirigirse al norte… y eso no indica que el tesoro no esté
a medio camino entre ambos. A veces realizamos parte del recorrido en compañía
de otras personas, lo que es agradable y nos da seguridad, pero no garantiza
que no vayamos todos de cabeza al precipicio… por lo que cada uno debe seguir
su propia senda, aunque se tenga que ir despidiendo de sus acompañantes y
camine solo en algunos tramos. Para saber si vamos bien o nos hemos desviado
solo hay que comprobar que seguimos las indicaciones del mapa: la sinceridad,
el espíritu de servicio, la alegría, la satisfacción personal, la paz interior…
Y la tolerancia, que pasa por no pretender que los demás se teletransporten al
lugar donde estamos nosotros, que se fíen más de nuestro trozo de mapa que del
suyo o que vayan siempre cogidos de nuestra mano, sino animarles a buscar el
camino en su propio interior y respetar sus decisiones, presuponiendo que su criterio
puede ser tan válido como el nuestro, aunque nos descuadre los esquemas. Las
trayectorias personales pueden ser más rectas o sinuosas, pero todas son buenas
si sirven para llegar a la felicidad.
Ana Cristina López Viñuela