Siempre he estado convencida
de que cada ser humano tiene una razón para existir y ha sido bendecido con
algún don especial que poder aportar a los demás, pero muchas veces ese
pensamiento genérico y abstracto no lo he aplicado a las personas y situaciones
concretas que me he ido encontrando. Ahora que formo parte de una asociación
llamada “Dones y Talentos” me he vuelto a plantear el tema, pero las
reflexiones que voy a compartir con vosotros son de carácter general, no
pensando específicamente en los miembros de esta u otra asociación o grupo
humano. Estoy segura de que todos hemos observado y valorado muchas de estas
cualidades en las personas de nuestro entorno, pero no quiero concretar más con
un propósito: pienso que hay en el mundo mucho talento desaprovechado o
inadvertido, y os animo a estar alerta para descubrirlo en vosotros mismos o en
los que os rodean.
Hay quienes están dotados
con el don de la inspiración. Se les ocurren ideas y ven la forma de
concretarlas en planes y de motivar a las personas que podrían ayudarles a
convertirlos en realidad. Muchas tentaciones persiguen a esas “musas” y
“musos”, desde la de ignorar sus intuiciones por no sentirse dignos de ellas o
capaces de llevarlas a cabo, hasta no reconocer sus limitaciones y la necesidad
de delegar en otros, para que su proyecto deje de ser “personal” y vaya más
allá de su creador. Imagino que es muy costoso renunciar al protagonismo y al
control cuando se trata de un empeño que ha nacido de las entrañas de uno, para
dejar actuar a otras personas, especialmente si nos llevan la contraria o
tienen otra forma de ver las cosas, pero es necesario rodearse de líderes y
darles responsabilidad para que un ideal trascienda y tenga futuro.
Otros brillan por su
capacidad para organizar y dirigir. Son capaces de discernir los diferentes
pasos que hay que seguir para alcanzar una meta, jerarquizarlos, priorizar,
adelantarse a los posibles problemas, reconocer a las personas más apropiadas
para encomendarles cada tarea, coordinar… Pero también ese don tiene sus
peligros, por ejemplo, considerar a los demás como peones en un tablero de
ajedrez mental y darles órdenes, en lugar de darse cuenta de que son seres
humanos con inteligencia y voluntad propia, que necesitan motivación,
explicaciones y que sus esfuerzos sean valorados para rendir al máximo de sus
posibilidades. Es vital saber escuchar y ser flexible, porque la mejor forma de
solucionar dificultades y trazar planes eficaces es contar con la experiencia e
implicación de todo el equipo, sin que se nadie se sienta ninguneado,
sobrepasado, desorientado o solo.
También existen los que
destacan en alguna actividad concreta, ya sea por naturaleza o por haberla
cultivado de forma profesional o aficionada a lo largo de su vida. Ahí entra el
que es especialista en algún tema, el que sabe idiomas, al que se le dan los
trabajos artísticos o manuales, quien está al día en informática y redes
sociales, aquellos que tienen aptitudes para escribir, cantar, actuar, pintar,
coser, cocinar, etc. El mayor riesgo de que esos valores se pierdan reside en
que cada uno considere que esas habilidades no tienen valor o cabida en el
proyecto, de ahí la necesidad de detectar esos talentos ocultos y de generar un
ambiente de aprecio, para animar a esas personas a aplicar sus habilidades,
tanto para su evolución personal como para el disfrute y aprovechamiento de
aquellos con quienes las comparten.
Por último, pero no menos
importantes, están los que han recibido el don de la ilusión, que sienten como
suya una iniciativa y desean colaborar para que se desarrolle en la medida de
sus posibilidades. Nunca prosperará un proyecto sin personas dispuestas a
implicarse en las diversas actividades y a asumir ciertas tareas ordinarias,
algunas tan poco vistosas como limpiar, ordenar, reponer lo que se gasta,
llevar las cuentas, etc. Son ese tipo de cosas que parece que se hacen solas y
sólo se notan cuando faltan. Quienes se ocupan de esos trabajos merecen respeto
y agradecimiento, porque cuesta hacerlos y sería más cómodo para ellos emplear
el tiempo en sus propios asuntos, pero sin su callada dedicación se perdería el
ambiente de cuidados, armonía y acogimiento que nos hace sentirnos a gusto.
El otro día aprendí una
palabra nueva: sinergia. Es el fenómeno según el cual cuando varios factores
actúan en conjunto, el efecto es superior al que hubiera podido esperarse
operando cada uno por su cuenta. Esto se resume en el aforismo “uno y uno hacen
tres”. Por eso es tan positivo y gratificante poner nuestros talentos al
servicio de una causa común, porque se multiplican sus frutos.
Confío en que leyendo este
artículo alguno se dé cuenta de cuál puede ser su aportación a la sociedad y se
decida a convertirla en una realidad viva, con la confianza de que aparecerán
otros que se sientan movidos a desarrollar sus propios dones para ayudarle a
avanzar y así ir generando entre todos una onda expansiva de progreso y
solidaridad cada vez más extensa.
Ana Cristina López Viñuela
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