lunes, 20 de mayo de 2019

COMO LA VIDA MISMA: DONES Y TALENTOS


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Siempre he estado convencida de que cada ser humano tiene una razón para existir y ha sido bendecido con algún don especial que poder aportar a los demás, pero muchas veces ese pensamiento genérico y abstracto no lo he aplicado a las personas y situaciones concretas que me he ido encontrando. Ahora que formo parte de una asociación llamada “Dones y Talentos” me he vuelto a plantear el tema, pero las reflexiones que voy a compartir con vosotros son de carácter general, no pensando específicamente en los miembros de esta u otra asociación o grupo humano. Estoy segura de que todos hemos observado y valorado muchas de estas cualidades en las personas de nuestro entorno, pero no quiero concretar más con un propósito: pienso que hay en el mundo mucho talento desaprovechado o inadvertido, y os animo a estar alerta para descubrirlo en vosotros mismos o en los que os rodean.

Hay quienes están dotados con el don de la inspiración. Se les ocurren ideas y ven la forma de concretarlas en planes y de motivar a las personas que podrían ayudarles a convertirlos en realidad. Muchas tentaciones persiguen a esas “musas” y “musos”, desde la de ignorar sus intuiciones por no sentirse dignos de ellas o capaces de llevarlas a cabo, hasta no reconocer sus limitaciones y la necesidad de delegar en otros, para que su proyecto deje de ser “personal” y vaya más allá de su creador. Imagino que es muy costoso renunciar al protagonismo y al control cuando se trata de un empeño que ha nacido de las entrañas de uno, para dejar actuar a otras personas, especialmente si nos llevan la contraria o tienen otra forma de ver las cosas, pero es necesario rodearse de líderes y darles responsabilidad para que un ideal trascienda y tenga futuro.

Otros brillan por su capacidad para organizar y dirigir. Son capaces de discernir los diferentes pasos que hay que seguir para alcanzar una meta, jerarquizarlos, priorizar, adelantarse a los posibles problemas, reconocer a las personas más apropiadas para encomendarles cada tarea, coordinar… Pero también ese don tiene sus peligros, por ejemplo, considerar a los demás como peones en un tablero de ajedrez mental y darles órdenes, en lugar de darse cuenta de que son seres humanos con inteligencia y voluntad propia, que necesitan motivación, explicaciones y que sus esfuerzos sean valorados para rendir al máximo de sus posibilidades. Es vital saber escuchar y ser flexible, porque la mejor forma de solucionar dificultades y trazar planes eficaces es contar con la experiencia e implicación de todo el equipo, sin que se nadie se sienta ninguneado, sobrepasado, desorientado o solo.

También existen los que destacan en alguna actividad concreta, ya sea por naturaleza o por haberla cultivado de forma profesional o aficionada a lo largo de su vida. Ahí entra el que es especialista en algún tema, el que sabe idiomas, al que se le dan los trabajos artísticos o manuales, quien está al día en informática y redes sociales, aquellos que tienen aptitudes para escribir, cantar, actuar, pintar, coser, cocinar, etc. El mayor riesgo de que esos valores se pierdan reside en que cada uno considere que esas habilidades no tienen valor o cabida en el proyecto, de ahí la necesidad de detectar esos talentos ocultos y de generar un ambiente de aprecio, para animar a esas personas a aplicar sus habilidades, tanto para su evolución personal como para el disfrute y aprovechamiento de aquellos con quienes las comparten.

Por último, pero no menos importantes, están los que han recibido el don de la ilusión, que sienten como suya una iniciativa y desean colaborar para que se desarrolle en la medida de sus posibilidades. Nunca prosperará un proyecto sin personas dispuestas a implicarse en las diversas actividades y a asumir ciertas tareas ordinarias, algunas tan poco vistosas como limpiar, ordenar, reponer lo que se gasta, llevar las cuentas, etc. Son ese tipo de cosas que parece que se hacen solas y sólo se notan cuando faltan. Quienes se ocupan de esos trabajos merecen respeto y agradecimiento, porque cuesta hacerlos y sería más cómodo para ellos emplear el tiempo en sus propios asuntos, pero sin su callada dedicación se perdería el ambiente de cuidados, armonía y acogimiento que nos hace sentirnos a gusto.

El otro día aprendí una palabra nueva: sinergia. Es el fenómeno según el cual cuando varios factores actúan en conjunto, el efecto es superior al que hubiera podido esperarse operando cada uno por su cuenta. Esto se resume en el aforismo “uno y uno hacen tres”. Por eso es tan positivo y gratificante poner nuestros talentos al servicio de una causa común, porque se multiplican sus frutos.

Confío en que leyendo este artículo alguno se dé cuenta de cuál puede ser su aportación a la sociedad y se decida a convertirla en una realidad viva, con la confianza de que aparecerán otros que se sientan movidos a desarrollar sus propios dones para ayudarle a avanzar y así ir generando entre todos una onda expansiva de progreso y solidaridad cada vez más extensa.

Ana Cristina López Viñuela


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