jueves, 2 de julio de 2020

COMO LA VIDA MISMA – MI SENDERO DE BALDOSAS AMARILLAS



Cuando Dorothy decidió acudir al todopoderoso mago de Oz para que la ayudara a regresar a su hogar desde Munchkinland, se le unieron tres personajes, que también tenían un deseo que pedir al mago: el espantapájaros quería un cerebro, el hombre de hojalata un corazón y el león valentía. Mas para alcanzar la Ciudad Esmeralda debían seguir el sendero de baldosas amarillas, venciendo numerosos obstáculos. Al final resultó que el mago no pasaba de ser un ilusionista barato, pero no era tonto, así que les planteó que tenían que pasar una prueba para alcanzar sus anhelos: conseguir la escoba de la malvada Bruja del Oeste. Para superar todas las dificultades y enfrentarse a sus miedos, el espantapájaros tuvo que desarrollar su ingenio, el hombre de hojalata manifestar sus sentimientos y el león hacer uso de su coraje. Lo que anhelaban siempre estuvo junto a ellos, a pesar de cuánto sentían su carencia. Incluso Dorothy llevó siempre en sus pies las zapatillas de rubí que necesitaba para volver a su mundo.

Hace un tiempo participé en una dinámica en la que me pedían que pensase en una persona que admirara mucho y escribiera en un papel sus cualidades más sobresalientes. Recordando a mi padre rápidamente surgió una larga lista: coherencia, sentido del humor, bondad, generosidad, personalidad, inconformismo, aceptación, falta de prejuicios, disposición a la ayuda, responsabilidad. Pero la segunda parte del ejercicio consistía en que una compañera tomaba mi lista y me la leía, en segunda persona del singular y con convencimiento. Cuando le oí decir a María José que YO era coherente, bienhumorada, bondadosa, etc., me resultaba difícil de creer e incluso llegué a emocionarme. Pero es cierto que lo que uno reconoce en los demás, en cierta forma vive en él, aunque sólo sea como germen.

Lo recordé cuando en fechas recientes un amigo me sugirió que pensara en una cualidad que admiro de otras personas y que observara qué acciones realizan. Por ejemplo, si envidio la sociabilidad de alguien, puedo darme cuenta de que me llama por mi nombre, se acuerda de preguntarme cómo resultó mi último plan o lleva cuenta de mi cumpleaños y fechas señaladas. Y ¿qué me impide hacer lo mismo? No entramos en que tenga que hacer un esfuerzo o en que no me apetezca, sino sólo si podría hacerlo. Y por supuesto que sí está a mi alcance.

Me venía a la mente lo que Juan comentaba en su artículo “Los héroes son para emularlos, no para disimularlos”, de que no sirve para nada situar en un pedestal y perfumar con incienso a las personas que admiro, sino fijarme en qué es lo que hacen e imitar las actitudes y comportamientos que considero ejemplares. Tal vez lo que “finjo” se acabe haciendo connatural a mí misma y saliéndome sin esfuerzo, pero eso no sucederá si no me lo propongo y me mantengo constante en mi intención.  A mí, por ejemplo, siempre me han maravillado las personas serenas y equilibradas, y después de pensar qué es lo que tienen en común me he dado cuenta de que no dan demasiada importancia a lo que les pasa. Por eso he comenzado a practicar unos minutos de meditación antes de ir a trabajar, para distanciarme de los sucesos cotidianos y no identificarme con ellos. ¿Me apetece madrugar? No. ¿Estoy supercentrada todo el rato? No. ¿Ya no me altero nunca durante el día? No. Pero sí estoy notando poco a poco cómo sale a la luz esa paz interior que pugna por emerger a la superficie, oculta como la estatua en el bloque de mármol. Ahora te toca a ti: ¿Qué deseas? ¿Qué vas a hacer para conseguirlo?

Ana Cristina López Viñuela

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