
Cada vez es más complicado
hablar sin que se ofenda algún colectivo. Como decía un chaval asturiano para
justificarse por estar haciendo pellas a la profesora que lo pilló in flagranti por el pasillo: “¡Es que el
bable es más difícil que el inglés!”; pero cambiando la palabra “bable” por
“lenguaje políticamente correcto”, que dentro de nada se estudiará en la
Escuela de Idiomas como una lengua extranjera.
¿Cómo referirse ahora a una
persona de piel negra? “Negro” no, que suena racista. “Negrito” es
condescendiente. “Africano” o incluso “subsahariano” no indica nada, porque los
hay de diferentes razas, incluso rubios platino con ojos azules.
“Afroamericano”, que es lo que dicen ahora de los americanos descendientes de
los esclavos importados de África, tampoco es exacto, porque una persona con
pasaporte estadounidense puede descender de afrikaneers. Vamos, que es un
problema complicadísimo. Lo curioso es que ellos mismos se llaman entre sí
“negro” y “black”. Tal vez se trate simplemente de dirigirse a esas personas
con respeto, reconociendo que todos los seres humanos tenemos la misma
dignidad. Y lo mismo con los gitanos, los moros o los indios, por la misma
razón por la que yo tampoco me molesto porque me llamen “blanca”, “rostro
pálido” o “paya”, salvo que se utilicen esos calificativos para excluirme o
hacerme de menos.
Cambiamos continuamente la
forma de referirnos a las personas “con capacidades diferentes”, porque cada
una de las palabras anteriores, que pretendían ser “científicas”, se han
convertido en insultos en el lenguaje corriente: imbécil, idiota, tarado,
subnormal, retrasado mental… Podemos seguir cambiando de eufemismo cada cuatro
días, pero mientras sigamos pensando que quien tiene una discapacidad física o
mental es menos o peor que el que no, será como poner tiritas en una herida
abierta.
Para referirse a un
homosexual ahora ya no sabe uno qué decir, lo último es “integrante del
colectivo LTGB”, porque “gay” está desfasado por excluir alguna de las
múltiples variantes de personas discriminadas por su orientación sexual. Lo
curioso es ver como Mario Vaquerizo y sus colegas de las Nancys Rubias se
llaman sin rebozo unos a otros “maricona” por la televisión y nadie se molesta…
De nuevo parece que es un problema de tono y actitud, más que de la elección de
palabras.
Teniendo en cuenta que
muchos términos que nacieron como descalificaciones acabaron convirtiéndose en
descripciones o incluso elogios, como sucedió con los pintores
“impresionistas”, vocablo que utilizó por primera vez el crítico de arte Louis
Leroy para referirse hostilmente a ellos, a propósito del cuadro “Impresión.
Sol Naciente” de Claude Monet. Y que, al contrario, nos puede ofender un
calificativo positivo si va acompañado de otros injuriosos o se nos dice con
intención, Por ejemplo, si me miran de arriba abajo y me sueltan: “eres una
cochina guapa de mierda”, me sentiría mal, aunque hubieran colado un “guapa”
entremedias.
Y viendo que muchas personas
expertas en el uso del lenguaje políticamente correcto desprecian en sus vidas
a aquellos mismos colectivos que dicen respetar, pues en cuanto se escucha algo
“fuera de micrófono” salen por sus bocas toda suerte de barbaridades y ostentan
comportamientos machistas, racistas, homófobos, clasistas… Mientras que los que
siempre deseamos ser acogedores con todas las personas, con mayor o menor
éxito, incluso quienes dieron la cara cuando hacerlo no estaba precisamente de
moda, tenemos secuestrado el lenguaje y se nos juzga con dureza simplemente por
utilizar ciertas palabras del idioma español, porque somos “fachas” y “carcas”,
adjetivos nada ofensivos y perfectamente aceptables por lo que se ve…
Yo sólo quiero, por una
parte, que me faciliten un diccionario “Castellano de toda la vida” – “Español
aceptable socialmente” para ver si me voy aclarando. Y, por otra, un poco menos
de hipocresía, por favor.
Ana Cristina López Viñuela
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