Después de
unas semanas de bastante actividad todo
volvió a la normalidad y llegó el momento soñado, me senté cómodamente en mi
silla, todo estaba ordenado a mi gusto, respiré profundamente, había merecido
la pena.
Al centrar
mi mirada vi unos restos de pintura en la mesa, casi imperceptibles, pero eran
como el punto negro en medio de una gran pizarra, me hacían perder de vista
todo lo conseguido, empecé a quitarlos con la uña, distraidamente.
No entendía
nada, todo estaba en su sitio, hace unos días hubiera pagado porque llegara ese
momento y ahora… ¿no iba a saber disfrutarlo?
Llegué a la
conclusión de que apreciamos muy poco nuestros logros, enseguida buscamos
nuevos proyectos o nuevas formas de complicarnos la vida.
Está bien
tener objetivos y ser ambicioso, las nuevas metas nos motivan, pero a veces hay
que tomarse un respiro, valorar el empeño y la ilusión que pusimos para lograr
lo que nos habíamos propuesto y celebrarlo.
En general
las personas pasamos muchas horas hablando de cosas triviales como el tiempo o
lo que es peor, quejándonos, hay una competición para ver a quien le pasan más
cosas horribles ¿el premio? Victimizarse y conseguir atención, parece que está
mal visto descansar o que te vaya bien.
Claramente
no voy a entrar en ese juego. Confieso que a veces soy feliz, me río a
carcajadas, como chocolate sin remordimientos, consigo mis objetivos, puedo
parar, desconectar, tomar café con mis amigas, a veces sueño otras vidas,
desordeno versos, soy imperfecta.
No solo
organicé mi habitación sino también mis prioridades, han pasado varios días y
en la mesa siguen restos de pintura que no me impiden ser feliz.
INMA REYERO
DE BENITO
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