domingo, 2 de junio de 2019

COMO LA VIDA MISMA: DIÁLOGO DE BESUGOS


Resultado de imagen de DIÁLOGO DE BESUGOS
Hubo un chiste de moda hace muchos años sobre un político con fama de tonto, que visitaba una factoría piscícola en Japón. Al ver a un científico con la nariz pegada al cristal de una pecera, vocalizando, y al otro lado un pez, que imitaba sus gestos, preguntó sorprendido: “¿Qué está haciendo?”. Y su acompañante le respondió: “Está enseñando a hablar al pez: cerebro superior puede con inteligencia inferior”. Al cabo de un rato descubren al político mirando fijamente al pez, abriendo y cerrando la boca… El pez no era un besugo, pero el hombre igual sí.

Se utiliza comúnmente la expresión “diálogo de besugos” para describir la situación absurda en la que dos personas están hablando entre sí, pero una dice lo que le parece y la otra responde lo que le da la gana, lo que viene siendo un monólogo a dos bandas. Si yo pretendo únicamente “soltar mi rollo” tal vez logre desahogarme, pero habré utilizado a mi interlocutor de sparring, sin llegar a establecer una conexión. Por la misma razón, si me limito a “llevar la corriente” al que me está contando algo, mientras sigo a lo mío, jamás llegaré a captar en profundidad lo que me intenta decir, muchas veces con un lenguaje no verbal.

En vez de quejarnos porque nadie nos hace caso, habrá que asumir la responsabilidad propia: si no manifestamos con claridad nuestras preferencias y deseos, los demás no son adivinos. No podemos esperar que corran detrás de nosotros a ofrecernos lo que queremos, si ni siquiera hemos hecho el esfuerzo de mostrar que lo ansiamos o de pedirlo directamente. En cierta ocasión, durante un cóctel tras un acto cultural, una amiga me dijo tres veces que tenía sed. Al cabo de un rato descubrí dónde estaban las bebidas y le llevé un botellín de agua. Exclamó sorprendida: “Me has leído la mente. ¡Con la sed que tenía!”. Es decir, consideraba una especie de milagro que tuviera en cuenta algo que me había dicho repetidamente, pensaba que ni siquiera lo había oído. Había desistido de la comunicación. No es extraño que cada día haya más gente que habla sola…

En ocasiones tenemos miedo de que nos oigan. Me he descubierto muchas veces murmurando en voz baja y de forma inconsciente: “estoy harta”; “me estoy cansando”; “quién se habrá creído que es”… Lo que tememos decir a la persona que está enfrente, lo cuchicheamos. Así no se va enterar. Si queremos decir NO, habrá que expresarlo en un tono audible, porque de otra forma esa reivindicación acabará siendo una renuncia.

Si sentimos que nadie oye nuestros “gritos de auxilio” pidiendo compañía, comprensión y amor, ya sean silenciosos o estridentes, puede ser porque los posibles receptores de la llamada estén distraídos, pero también porque emitamos mensajes ambiguos: no tiene sentido que reclamemos atención enfurruñándonos, “portándonos mal” o haciendo ver que nos da igual, estrategias bastante infantiles y poco eficaces.

Escuchar es la mejor forma de conseguir ser escuchados. No podemos pretender compartir lo que pensamos y sentimos si no mantenemos una actitud abierta frente a los demás, porque la comunicación es cosa de dos. Para alcanzarla es preciso que la persona con la que estamos conversando se sienta especial y eso se consigue abriéndose a ella, mostrando incluso en la postura una actitud de total atención y franqueza, implicándonos.

A veces creemos que la mejor forma de ayudar a una persona con problemas es echar mano del recetario y exponerle un catálogo de soluciones, sacado de experiencias propias o ajenas, de lo que nos han dicho o de lo que hemos leído. E incluso nos ofendemos si, al final, no siguen nuestros consejos. Nadie aprende en cabeza ajena. Ni existe una única forma de afrontar una situación con éxito. Lo que se necesita de nosotros es que permanezcamos en una escucha atenta, facilitando a nuestro interlocutor que encuentre por sí mismo su camino, porque es el único que le va a servir. Y eso no es tan fácil, porque implica una conexión emocional y, al mismo tiempo, un distanciamiento respetuoso, para no imponer nuestro criterio ni vernos arrastrados en aras de una empatía mal entendida a vivir unos sentimientos que no nos corresponden. Dicho de otra forma, no podremos “rescatar” a alguien que se está ahogando si nos hundimos con él, pero tampoco dándole instrucciones desde la lancha salvavidas.

Los seres humanos somos sociales por naturaleza y necesitamos comunicarnos para poder vivir en comunidad. Hay personas que creen estar hablando en el mismo idioma, pero cada uno da distinto significado a lo que se está diciendo; en cambio, si hay interés por las dos partes, nos entendemos perfectamente con extranjeros con los que no compartimos una lengua común. ¿Por qué? Porque lo deseamos. Por eso, si anhelamos sentirnos unidos a otras personas y mantener relaciones en un nivel profundo debemos dar la importancia que se merece al diálogo, tanto a la expresión como a la escucha.

Ana Cristina López Viñuela

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario aparecerá una vez revisado por el moderador de la página. Gracias.