Suspira distraída, apoyada en el alféizar,
el
único punto fijo
dispuesto
a sustentar su etéreo cuerpo,
en
las manos,
tiembla
un
crucifijo.
Su
mente como un péndulo
dibuja
a bandazos
pinceladas
de una vida
que
se desgrana a retazos,
entre
el blanco y el hastío,
entre
el negro y el vacío.
El
frío del ambiente
muta,
traspasado
por los cálidos recuerdos,
musita;
los
patos del estanque,
el
cine,
el
banco del primer abrazo,
la
mili,
el
disparo sordo que precedió
a
las cartas que nunca llegaron,
las
que franquearon su corazón en pedazos.
INMA
REYERO DE BENITO
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